Encuentros: 65 AÑOS, Balance. 1

Encuentros: 65 AÑOS, Balance. 1

Hoy, este día fue una copa plena,
hoy, este día fue la inmensa ola,
hoy, fue toda la tierra.
Hoy el mar tempestuoso
nos levantó en un beso tan alto que temblamos
a la luz de un relámpago
y, atados, descendimos
a sumergirnos sin desenlazarnos.
8 de septiembre, Pablo Neruda

Este poema de Pablo Neruda, lo he dicho muchas veces, me ha acompañado desde hace 50 años. Al cumplir 15 años celebré esa fecha clave de mi adolescencia adorando a Neruda y al descubrir en “Los Versos del Capitán”, que mi poeta amado me había dedicado un poema, sin saberlo y antes de yo haber nacido, me sentí la joven más dichosa del mundo. Desde entonces, y ya por cinco décadas, cada septiembre lo leo en voz alta y lo releo mil veces para celebrar que estoy viva.

Nací el 8 de septiembre de 1955 en Santiago de los Caballeros, bajo el signo de Virgo y en el año de la Cabra. Dicen que las mujeres virgonianas son casi siempre inteligentes e imaginativas, y pasan muchas horas pensando y filosofando acerca de temas que para otros no tienen significación alguna. Dicen también que la mayoría son extremadamente organizados y prácticos. Dos cualidades distintas y complementarias. Por otro lado, el horóscopo chino afirma que las cabras son amorosas y desinteresadas, siempre piensan en los demás, aunque esté en contra de sus intereses. Otra cualidad de las cabras es que perseveran ante cualquier dificultad. Son fuertes y resistentes.

Y casualmente un 8 de septiembre de 1951, es decir, cuatro años atrás, nació mi hermano Ping Jan, quien no olvida que mientras cortaba su pastel, yo gritaba fuertemente que había llegado, y que todos corrieron a mi llegada, y él se quedó solito con su pastel y sus cuatro velitas.
Esa soy yo. Una mujer que ya atravesó la medianía de edad, que ha vivido mucho más de lo que le queda por vivir.

Que ha ganado mil batallas y ha perdido otras tantas. Que se ha caído, limpiado las heridas y levantado muchas veces para reemprender la ruta.
Soy el fruto de varias vidas; hija de la fortuna de miles, millones de seres que han partido a cualquier parte y han llegado a tierras desconocidas mal llamadas de acogida, como el almirante del siglo XV, que quiso descubrir una tierra que existía.

Soy hija de un valiente adolescente que zarpó por los mares de China, cruzó el Atlántico y llegó al Caribe, y se asentó en una media isla que desconocía. Y salí del vientre de una valiosa, trabajadora y fuerte mujer mitad china y mitad dominicana.

En mi rostro exhibo con orgullo mis rasgos orientales, signo indiscutible de mi origen ancestral. Pero soy también la mujer que, por cultura, educación y vivencias, es occidental y muy dominicana. Que ama el olor del café matutino, que detesta el té (un signo de la cultura oriental), que ama danzar el merengue y la salsa, aprendiz de la bachata y con un paladar educado para disfrutar el sabor maravilloso de la cultura lejana de mis ancestros y la de mis amados 48,442 kilómetros cuadrados.

He vivido con esas dos influencias que han marcado mi existencia, y me ha permitido abrir mis horizontes hacia otras culturas, otras corrientes filosóficas y de pensamiento. Comprender el drama humano de las migraciones, de los que salen por desesperación, huyendo a la muerte, buscando mejor vida.

Así, a través de estos 65 años de vida que cumpliré en unos días, puedo decir que he vivido, que he amado. Puedo decir que he sorteado dificultades de toda índole, que he tenido gratos momentos de felicidad; y que este viaje lo he transitado acompañada de mis hermanos de sangre y vida, los frutos de sus entrañas, de mi compañero maravilloso y de mis hijos regalados por Dios y de mis tesoros más pequeños: los nietos.

Esa compañía nos ha permitido celebrar la vida, los logros de nuestros hijos; y nos ha ayudado a abrazarnos fuertemente en los momentos de dolor.
¿Quién no ha sufrido en este trajinar cotidiano en la gran tarea de vivir?¿Quién no ha reído y amado? Todos. La clave está en poder balancear los momentos de lágrimas y los de risas. Es el justo medio de los taoístas.

Hoy, 65 años de haber nacido, de haber vivido y librado batallas provocadas y otras ganadas, hago balance y me digo: ¡gracias al Dios de la vida por todo y por tanto! Doy gracias por los momentos de ansiedad porque debía terminar una tarea, por las múltiples y variadas preocupaciones en el ejercicio profesional. Gracias por los amigos que me aman, a pesar de mis defectos. Gracias por los amigos que laceraron mi corazón, hiriéndome profundamente, porque ese dolor me hizo más fuerte.

Gracias a los que me han ayudado y apoyado en este largo caminar. Gracias a mi familia ampliada y nuclear por ser el grupo más maravilloso de apoyo. Gracias a los que confiaron en mi trabajo y me brindaron oportunidades para desarrollarme. Gracias también a los que no confiaron en mis capacidades, porque sus dudas se convirtieron en motivaciones esenciales para mejorar. Gracias doy por los momentos difíciles cuando la salud amenazaba con mi permanencia en esta tierra. La enfermedad me ha obligado a reconocerme débil, finita y vulnerable.


Doy gracias a la vida por regalarme más de 20 mil amaneceres y atardeceres. Haber sido testigo de tantas salidas y puestas de sol que daban paso a la luna menguante, creciente o llena, ha constituido el mejor ejemplo del ciclo de la vida: nacer y renacer constantemente.
Amo mi pelo blanco platinado. Cada una de sus hebras es un día vivido con intensidad extrema, un agradecimiento al regalo de la vida. Adoro mis arrugas, mis manchas en los brazos que cada día se multiplican, ellas me anuncian que estoy en el atardecer de mi existencia.
Amo tanto la vida y agradezco tanto mis días, que no temo a la muerte.

La inesperada visita indeseada y segura, la única certeza que contamos desde que abrimos los ojos en el mundo, será bienvenida cuando quiera llegar. Me iré y despediré de los míos diciendo y cantando: ¡Qué suerte he tenido de nacer!
Hoy nuestros cuerpos se hicieron extensos,
crecieron hasta el límite del mundo
y rodaron fundiéndose
en una sola gota
de cera o meteoro.
Entre tú y yo se abrió una nueva puerta
y alguien, sin rostro aún,
allí nos esperaba. 8 de septiembre, Pablo Neruda

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