Como toda mujer tengo algo en común
Soy celosa del hombre que amo, soy tan amante
Impetuosa, rebelde y voraz, caprichosa, violenta y audaz
Como toda mujer, como todas.
Como toda mujer a menudo me da por callar injusticias y luego llorar en silencio o explotar por alguna idiotez verme mal de cabeza a los pies
Como toda mujer, somos la misma piel.
Como toda mujer yo me entrego al amor
Sin medida, sin tiempo, y con todo cuando alguien me quiere
Como toda mujer me emociona una flor, un te quiero, mil cosas.
Como toda mujer, como todas.
Como toda mujer soy la guerra y la paz
Sé ocupar mi lugar no permito que nadie me engañe
A tropiezos me hice coraje, no soy fruta prohibida de nadie
Como toda mujer, como aquella y usted. María Marta Serra Lima, Canción
Hoy la mujer está confundida, más que confundida. No quiere dejar espacio a la historiadora, pues su racionalidad puede ahogarla y confundir sus sentimientos. Esta mujer que escribe solo quiere que la sensibilidad que la embarga, se adueñe de ella. A veces, la mujer solo quiere correr, llorar, gritar y tirar cosas al viento para desahogar la rabia contenida. Hace tiempo que no dejo riendas sueltas ni libertad a la mujer, porque he permitido que la razón la domine. Hoy se acabó. No le daré paso a la razón.
La mujer se siente impotente, insegura, angustiada, irritada… Hoy, mientras salía de un almuerzo de trabajo, alguien se me acercó para que le ayudara, me asusté. Ni contesté. Me retiré. Caminé rápido hasta llegar al parqueo. Quien se me había acercado era una pobre mujer que pedía ayuda. Mientras me subía al auto, la miré y me pregunté: ¿Será verdad que necesitaba ayuda? Y mientras me hacía más preguntas me dije: ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Me estoy deshumanizando!¡Hasta tengo miedo de sonreír a los desconocidos! ¡Tengo miedo de ser amable por la calle! ¡Tengo miedo de que una mentira piadosa sea una trampa para un asalto! ¡Esta maldita sociedad me está quitando, me está robando lo poco que me queda de humanidad! ¡El miedo me ha vuelto hermética, descuidada, desconfiada, paranoica y agresiva! Entonces me di cuenta. Encendí mi vehículo, y lloré amargamente abrazada al volante.
Al llegar a la casa, me tiré en el sofá que está en el estudio. Encendí la televisión y dejé que ella me mirara. Pasaron varios programas. Series, enlatados norteamericanos que muestran cuán eficientes son los investigadores de la fuerza policial de ese gran país, hoy dirigido por un ser altanero y enigmático que se hace llamar Presidente. Me anulé y me olvidé. La historiadora había planeado escribir un artículo intelectual. Y al finalizar, continuaría con una investigación que esta realizando y debe finalizar cuanto antes. Pero no pudo. Se impuso la mujer, sus dilemas, sus dramas y sus realidades.
La historiadora, la investigadora, la escritora podría escribir sobre las estadísticas de robo, de asesinatos sobre ajustes de cuentas y los caídos por “intercambios” policiales. Buscaría la racionalidad de esta decisión. Haría las investigaciones correspondientes sobre los antecedentes históricos sobre la violencia en el país. Después buscaría interpretaciones de otros intelectuales que han hecho ensayos sobre las causas, y vería que la razón de todo esto es la pobreza. Y podría sentarme en la computadora y escribir, escribir y escribir. Pero la mujer no quiere que la historiadora se interponga de nuevo.
La mujer llora por su país. Por este presente que consume. Llora por las respuestas absurdas de las fuerzas policiales nuestras. Ahora revisan a todos los vehículos, amedrentan. La pregunta es: ¿se puede confiar en las fuerzas públicas? ¿Podemos confiar?
La mujer llora, la ciudadana reclama e implora. La mujer se preocupa por el futuro de sus hijos y de sus nietos. Por este país que se desangra. Por esta inseguridad que nos arropa de manera inmisericorde. La ciudadana exige respuestas al Estado. La ciudadana recuerda a las autoridades que en New York, una de las ciudades más violentas de los Estados Unidos pudo superarlo; que Ciudad México ha mejorado sus niveles de criminalidad, que Bogotá también lo ha hecho. La ciudadana pregunta entonces ¿por qué no hacemos planes racionales? ¿Por qué solo somos capaces de dar respuestas inmediatistas, irracionales y absurdas?
La mujer, cuando debe hacer unas compras asegura de tal manera la cartera que al final de la faena le duele el hombro y las manos por la fuerza que emplea. La mujer ahora coloca la cartera en un rincón escondido del vehículo, después que un agente de AMET, en medio de un tapón, se dirigió a la ventana para saludarla porque es seguidor de estos ENCUENTROS, reparó en la cartera y le dijo: “Mu-Kien, cuando la vi quise saludarla y decirle que me encantan sus artículos. Ahora le digo, doña, ponga su cartera donde no se vea, pues en estos tapones es que se producen los atracos de carteras, rompiéndole la ventana”.
La ciudadana se molesta, se enoja, y como pagadora religiosa de sus impuestos, se siente con derecho de exigir. La ciudadana exige muchas cosas. Una justicia que funcione, que sea confiable, con jueces probos. La ciudadana reclama por transparencia. La impunidad es la principal enfermedad de esta sociedad. La ciudadana se entristece cuando comprueba que esta democracia sigue siendo tan frágil. La ciudadana clama por un Estado de derecho, por un sistema de consecuencias, en que los culpables sean castigados, sin importar quiénes sean y de donde provengan. La ciudadana reclama a los servidores públicos transparencia y ética. La ciudadana lucha contra la corrupción.
La mujer se siente triste, muy triste por este país que tanto ama, que su padre eligió, después de haber atravesado los mares se detuvo en este puerto y lo llamó su patria. Por esta razón, a veces aparece la historiadora, en que su racionalidad envuelve la vida y la existencia, y le hace olvidar los periplos callejeros y sus decepciones como ciudadana. Porque la historiadora es feliz con sus libros, sus preguntas, sus inquietudes, sus búsquedas solitarias por los caminos del saber, y es feliz cuando descubre algo nuevo, cuando es capaz de encontrar respuestas, o sencillamente porque disfruta de la buena prosa y la buena lectura. La historiadora permite que la mujer y la ciudadana, se oculten y descansen, recuperen el aliento para retomar la faena.