Enero es atalaya

Enero es atalaya

Carmen Imbert Brugal

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Superado el día de nochebuena y la algarabía del 25 con sus juguetes, desigualdad y resacas. Con la indigestión de la abundancia y la prisa, el ir y venir de afectos.

Con esa alegoría de nieve imposible, de trineos, con pesebres exhibiendo lujos que jamás pretendió ni tuvo el de Belén.

Agotado el salario trece, el dar y repartir, el afán por los pasteles y el cerdo asado, queda pendiente entonces la fiesta de fin de año. Cambia el rojo y el verde por la necesidad de amarillo y dorado para llamar la suerte, la buenaventura.

Y el 31, después de esos abrazos, modificados por la obligada lejanía que manda la pandemia, enero acecha cauteloso y bribón y a veces atormenta.

Es el comienzo otra vez, ese volver al recuento, a la exigencia de tareas. La intención de ser mejores, el rosario de propuestas y la realidad tirana que pelea y a veces gana.

Siempre presente la nostalgia y esa melancolía que produce el tiempo ido, también el inasible porvenir.

Enero compromete demasiado. Es el lunes del año con un viernes lejano e insondable, quizás por eso el mes tiene acopio de feriados que ayudan a repensar. Pausas religiosas, para renovar la fe y fechas de la patria que sirven para recuperar aliento, evaluar promesas y desafíos.

Porque enero es atalaya, con y sin cabañuelas, para avizorar el talante del año, que asoma sus días. El 2022 bailoteando entre la obligatoriedad de las vacunas y la interminable negociación para que el Código Penal siga en el limbo de su propia imperfección.

Enero trae consigo el olvidado proyecto de un muro que concitó tantos aplausos como la ovación que logró el alarde silenciado de defensa de la soberanía.

Enero y la segura continuidad de grilletes y barrotes para saciar el sadismo penal y aquietar la algarabía colectiva que grita condenas. La inseguridad ciudadana y la violencia cotidiana sin contención porque la ilusión se aferra a una transformación con alardes de vodevil.

El primer mes del año es sin dudas catalejo para ver en la lejanía la persistencia de las cruzadas éticas, con sus soldados inquisidores y mayestáticos, dueños de la verdad, de la ley y el orden. Esos dadores de virtudes que expulsan del paraíso a quienes se atreven a no entonar la exitosa letanía de la pureza.

Enero permite columbrar incertidumbres y miedos. También ratifica la capacidad criolla para resistir y desafiar. Resiliencia colectiva cercana a la anarquía que reta y obliga.

Y ahí está, se yergue el 2022 con predicciones y rutinas, continuidad y fantasía.

Y como afirma el poeta, algo de ayer queda en el día de hoy, por eso sin el antes es imposible, fantasioso, analizar su decurso.

Porque nada comienza donde parece comenzar. Todo está lleno de precedentes, prólogos y vísperas, escribe W. Ospina, en “EL año del verano que nunca llegó”. Nada nuevo pero dicho de forma diferente.

Para evitar espejismos, engaños, es imprescindible ponderar antiguas razones y motivos. Y enero es atalaya, advierte. Útil para vislumbrar.

Enero permite columbrar incertidumbres y miedos

También ratifica la capacidad criolla para resistir y desafiar

Resiliencia colectiva cercana a la anarquía que reta y obliga

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