La democracia requiere de contrapeso. Disentir, cuestionar y discrepar con argumentos responsables fortalece la gestión gubernamental. Desafortunadamente, existe una fatal confusión capaz de distorsionar el rol opositor con obstrucción. Es decir, oponerse a todo en interés de recibir la franja de insatisfechos.
Culturalmente, el ejercicio de la vida institucional de la nación ha tenido líderes caracterizados por orientar su participación en la arena pública distante de la propuesta que, sin renunciar a la naturaleza diferenciadora, ponga en primer plano el espíritu colectivo. Y ahora, parece reproducirse el viejo esquema de la política conchoprimesca, sin que muchos de sus actores perciban la capacidad de observación de la ciudadanía.
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Por años, el discurso partidario, cuando apela al sentido de las reformas sufre una extraña mutación estando en el gobierno y/o la oposición. Inclusive, revisar los periódicos y videos de figuras estelares nos pone frente al dilema de discursos transformados e inconsistencias inexplicables, dándole razón al ejército de incrédulos y decepcionados de nuestra clase política. Al país le vienen bien los equilibrios entre el poder que no puede excederse y una oposición atenta ante cualquier desbordamiento. Es un comportamiento necesario, siempre útil y fundamental en una sociedad siempre seducida por los fantasmas autoritarios. Y en la actual coyuntura, la mayoría estructurada en el marco de la competencia política lo que ha hecho es ceder y renunciar a manías dañinas, siempre dispuestas a la ampliación del control de espacios institucionales.
La discusión alrededor de las reformas planteadas por el poder ejecutivo, contrariando la tradición, no aplastan porque los que incurrieron en esa locura sufrieron el olímpico desquite del electorado. De ahí la necesidad de que, el infantilismo de un sector opositor tenga como respuesta el seguir apelando al nivel de racionalidad de amplios sectores orientados por la brújula del interés nacional.
El cuerpo de reformas pendientes obedece a un sentido de ajustar la sociedad que tenemos con la deseada. Por eso, la conveniencia de los disensos equilibrados. Afortunadamente, la ciudadanía percibe que el cuerpo institucional exhibe rezagos impropios del país del siglo 21. Una simple mirada en lo constitucional, laboral, fiscal y el régimen de la seguridad social, podría explicar las distancias existentes entre un país en interés de avanzar y fuerzas retrógradas siempre dispuestas a la obstrucción que tanto conviene en la preservación de privilegios eternos. ¿Acaso el esfuerzo de oponerse pura y simplemente no retrata la obsolescencia del bestiario político dominicano?