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El príncipe Juan Carlos de Borbón se convirtió en rey de España, en 1975, tras la muerte de Francisco Franco (El Ferrol, La Coruña, 4-12-1892- Madrid, 20-11-1975), en un contexto económico y financiero positivo para ese país. Tan halagüeño, que en su discurso de proclamación, el 22 de noviembre del año citado, anunció con optimismo, que “hoy comienza una nueva etapa en la historia de España…”.
Ese buen rostro de la economía española de la década de 1970 no fue el resultado de la visión del caudillo que desaparecía; se debió, en verdad, a la realización de un Plan de Estabilización y Liberalización, auspiciado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). El modelo franquista había ejecutado políticas económicas basadas en la autarquía y en la sustitución de importaciones, por más de dos décadas, sin resultados importantes.
El fracaso de esas políticas, además de haber generado problemas inflacionarios y estancamiento económico, se expresó en que la Renta per Cápita española de 1935 solo logró recuperarse en 1952, año este en que el comercio exportador de España era todavía un tercio del nivel registrado en 1931.
El indicador de apertura de su economía creció en el período 1959-66 más de cinco puntos porcentuales: de 15 por ciento en 1959 al 20 por ciento en 1966. Y al visitar España, a principios de 1975, el profesor Juan Bosch hizo el análisis siguiente:
“(…) España es hoy el décimo país industrial del mundo y el tercero entre los constructores de barcos. A España van ahora 30 millones de turistas al año y si cada uno deja en el país 100 dólares, solo 100 dólares, España recauda por ese solo renglón 3 mil millones de dólares; y de España salen ciento de miles de operarios, de obreros, que van a trabajar en fábricas alemanas, suizas, suecas, y cada uno envía dinero a su familia y cuando vuelve a España lleva también dinero. Todo esto quiere decir que España se ha convertido en un país capitalista y un país de trabajadores. (…)” (Bosch, Juan. De México a Kampuchea, Ediciones Vanguardia, Santo Domingo, R. D., 1975, p. 64).
Pero los tiempos cambian. Cada coyuntura histórica tiene sus especificidades. Así como la situación económica española de la década de 1970 antes descrita se convirtió en una alfombra que facilitó los nuevos procesos políticos del país, como fueron, entre otros, el regreso de los borbones a la jefatura del Estado y el posterior triunfo electoral del Partido Socialista Obrero Español (PSOE); ahora, precisamente, sumado a los escándalos que han tocado a la Corona, son los efectos de la crisis financiera global en España y el perfil de transparencia de la época actual los que han generado la abdicación del rey Juan Carlos y la subsecuente proclamación del príncipe Felipe como rey Felipe VI.
La Revolución de septiembre de 1868, cuyos hechos principales fueron el destronamiento de la reina Isabel II y el nacimiento de la Primera República, se debió a la critica situación económica del país generada por una serie de malas cosechas desde 1866, a la que se sumó una crisis financiera e industrial . En ella se mezclaron la baja rentabilidad de las inversiones ferroviarias y las grandes dificultades que la Guerra de Secesión estadounidense provocó en la industria textil de Cataluña.
El establecimiento de la Segunda República española y la caída del dictador Miguel Primo de Rivera en 1931, y la subsecuente abdicación del rey Alfonso XIII, fueron resultados directos de los problemas económicos del país: las bajas del comercio, las cosechas y la inversión extranjera, como consecuencia de la gran depresión de 1929.
Luego de este breve repaso de la Corona en la historia española, ¿puede sostenerse que “España permaneció monárquica por instinto”, como señaló el periódico británico Times, en ocasión del destronamiento de la reina Isabel II, y que “en la opinión pública predominaba la idea de que era necesario un rey para hacer la facilidad de España”?
En cuanto a la coyuntura histórica referida, y a juzgar por los sucesos que siguieron, como la inclusión de la monarquía en la Constitución de 1869, la elección del italiano Amadeo de Saboya como rey Amadeo I y la brevedad de la proclamada Primera República española, podría decirse que el diario ingles tenía razón. Sin embargo, pensamos que los pueblos no son monárquicos ni antimonárquicos. Y que su instinto será siempre el de la sobrevivencia o de aquello que consideren que contribuiría a mejorar sus condiciones de vida, llámese democracia representativa, socialismo o monarquía.