Ha sido fácil adivinar las proclamas. Se escucha por doquier, “caiga quien caiga”, “manzanas podridas”. Es el ritornelo de la evasión, de la frustración y de la usurpación de funciones. La escapatoria ayuda porque domar al toro es difícil.
Desprecian textos, descansan, encima de los escritorios la Constitución y las leyes orgánicas, tanto de la Policía Nacional como del Ministerio Público. Es el limbo legal validado por la retórica urgente, populista, que desenvaina espadas para clamar justicia.
De manera subrepticia, con el respaldo mediático imprescindible, no hay voz actuante ni tonante que provenga de los miembros del Consejo Superior Policial. Todas las complacencias están centradas en el “Comisionado Ejecutivo de la Comisión Ejecutiva para la implementación de los planes, estrategias y políticas de transformación y profesionalización de la Policía Nacional”, como dispone el Decreto 2-22. Ahí decidieron que la maldad criolla reside y se incuba entre los grises y para erradicarla solo un grupo de elegidos tiene la fórmula, sin chapoteo que ensucie.
La crónica roja cotidiana no es ponderable. La convicción es que las trasgresiones solo son cometidas por los agentes de la PN. Eliminándolos, el problema se resuelve.
Sin policías viviríamos mejor. Sin esos canallas usados como cancerberos, correveidile de los cívicos, protectores de tantas espaldas inmunes. Esos que no participan en las tertulias auspiciadas por los apóstoles de la ética porque su patrimonio no permite admisión.
Sin ellos, la ficción asegura el fin de la extorsión, de los robos con violencia, del uso de ácido del diablo, del narcotráfico. No habría madrastras y madres homicidas ni padres torturadores y proxenetas. No habría balas perdidas destrozando cabezas infantiles, ni en la esquina, el conductor molesto amenazaría a cualquiera que entorpeciera su trayecto.
Por eso no interesa indagar la historia de los ciudadanos que torturaron a David de Los Santos Correa. Tampoco importa conocer el hecho que motivó el encierro de los tres, menos la razón de la ira que permitió la masacre.
El 11.10.2021 detallaba en este espacio- “Y encontraron el enemigo”- el inventario de crímenes y delitos cometidos de manera recurrente e inveterada en el país.
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Lamentaba el desenfado de los encargados de transformar la PN, cuando insisten en su descrédito y repiten que es un hato de criminales irredimibles. La narrativa aceptada convierte a los agentes en la excusa para evadir la realidad criminal que nos circunda. Ausente el análisis sociológico, desplazado por el facilismo doctrinal, sale del redil quien asevere que los miembros de la PN no son alienígenas.
Enriquillo Sánchez, provocador, escribió: “Antes que marcar a los dominicanos con el atributo de trujillistas, prefiero marcar a Trujillo con el atributo de dominicano”. Vale la cita para subrayar que los agentes son dominicanos. Nacen y crecen aquí.
El desafío es ir más allá de la PN. Admitir la necesidad de enfrentar la violencia que descuartiza, quema, acosa. Esa que mutila y convierte la escuela, la iglesia, la familia en centros de terror e inseguridad. Solo así evitarían ahogar con cuentos los gritos de angustia, como dice el poema de León Felipe.