Aquella valoración de Jorge Cela fue incómoda. El director del Centro de Estudios Juan Montalvo, sociólogo, jesuita, hombre cercano a las necesidades de la población, valoraba de manera severa el gobierno 2000-2004. En aquel tiempo la premisa fundacional no era la lucha contra la corrupción, se hablaba de pobreza, desigualdad y se pretendía la construcción de una sociedad distinta. Ninguno de los protagonistas se autoproclamaba encarnación de la pureza.
Cumplía dos años la administración y la opinión sorprendió al grupo que apostaba a las complacencias. Los sempiternos camaleones creían que la criticidad anterior del padre Cela, se convertiría en alabanzas para el gobierno presidido por el presidente Hipólito Mejía. Del “más de lo mismo” atribuido a la gestión del “Nuevo Camino” pasó a reprobar las políticas sociales y las calificó electoreras.
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“No quiero decir que no se ha hecho nada, se ha hecho, pero en política social, necesitamos novedad. No basta con la cantidad necesitamos calidad. Es lo mismo de siempre, no ha variado, aunque hay funcionarios que lo hacen de manera diferente pero como conjunto se visualiza la política social como asistencial. Este gobierno ha invertido los fondos de política social en todo el país, atendió reclamos de muchas poblaciones, pero no ha cambiado la orientación de las obras. Responden a necesidades inmediatas, sigue siendo una política dirigida a las elecciones.”- HOY- agosto 2002-.
Todavía había un liderazgo ajeno al plato de lentejas o a la copa de vino para comprar silencios. Los medios reproducían quejas y valoraciones, el intercambio de ideas no se limitaba a repetir la consigna de ocasión para evitar ostracismo. Ahora la disidencia es escasa, se imponen los improperios, la extorsión, los alardes éticos. Protagonistas con escolaridad difusa, tasan el alcance de sus grotescos juicios acordes con el libreto del mandante. La ley para nada sirve y la costumbre reemplaza textos. Organizaciones de la sociedad civil, otrora vigías del desempeño electoral, apañan y asesoran. Piden y se les da.
Las ocurrencias en los recientes procesos, celebrados por los partidos políticos para seleccionar las candidaturas que competirán en las elecciones del 2024, revelan la sentina que el discurso aspira encubrir. Fariseísmo sin contén, con algarabía. Pactos, razones y sinrazones determinan la composición de la futura boleta. El partido oficial aventaja porque ofrece más y sin plazo para la espera. Personajes apartados del disfrute del erario resurgen de manera sorprendente, gracias a métodos cuestionables. El favor de sus correligionarios compensa agravios y asegura votos. La presunción de inocencia es reivindicada y los errores subsanables permiten competir con la ayuda de un acusador tan atrapado como vocinglero. Los saltimbanquis son recibidos como héroes. La Ley 20-23 Orgánica del Régimen Electoral conserva la definición de transfuguismo, aunque deroga la tipificación de tránsfuga, esa que atribuía la condición a los que traicionaban a sus compañeros de partido para pactar con otras fuerzas políticas. En esta acrítica temporada electoral, con los cívicos transformados en veedores condescendientes, los sucesos obligan a parafrasear a Cela. Es “más de lo mismo” pero peor, por el mutismo y la predica mentirosa.