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Desde el inicio de los tiempos, el hombre se ha empeñado en buscar maneras de saber qué ocurrirá en el futuro y así reducir la incertidumbre a la que se enfrenta. Las civilizaciones acudieron, en principio, a indicadores de carácter subjetivo como los movimientos de los astros. Y pasaron los años, y en 1749 surgieron las estadísticas que permitieron recopilar datos y responder inquietudes acerca del futuro en base a informaciones matemáticas y lógicas.
Sin embargo, hemos visto cómo fallamos en prever algunos sucesos económicos de gran relevancia e impacto. Por ejemplo: ninguno de los más grandes estudiosos de la época, entre estos el destacado economista estadounidense Irving Fisher, logró predecir la Gran Depresión de 1929. Incluso, el genio John Maynard Keynes indicó que los precios de las acciones de la bolsa permanecerían estables. Una semana después de su pronóstico, ocurrió la caída más catastrófica del mercado bursátil de la historia del mundo. Por encima de dieciséis millones de títulos, algunos comprados con créditos se volvieron imposibles de vender. Este fue el inicio del caos que llevó a la quiebra a cerca de 600 bancos.
A medida que hemos ido logrando avances científicos y tecnológicos han surgido herramientas bastante útiles para pronosticar los movimientos en la Economía. Hoy contamos con la Econometría, que permite elaborar modelos que facilitan el estudio de las variables económicas y proyectar su comportamiento en el tiempo. Después de la Segunda Guerra Mundial y durante un período de alrededor de sesenta años, las nuevas herramientas lograron predecir crisis y controlarlas eficientemente.
Sin embargo, en el 2008 ocurrió otro evento sin precedentes y sin ninguna predicción que lo augurara: la Gran Recesión del 2008. El Fondo Monetario Internacional la categorizó como la peor crisis global desde la Segunda Guerra Mundial. Significó la escasez de activos y el colapso de los mercados financieros. Los gobiernos se vieron en la necesidad de salvar los bancos lo que provocó que la crisis se extrapolara a los demás países del mundo, en especial, a los de la Eurozona. Prevalecían factores como las fallas regulatorias y el cambio en la demanda de materias primas. Al igual que lo acontecido en la Gran Depresión, tampoco hubo manera de predecir esta crisis con suficiente anterioridad para tomar medidas que ralentizaran los efectos que todavía hoy sufrimos.
Llama la atención que, aunque nos desarrollamos y contamos con más instrumentos, seguimos fallando al pronosticar los movimientos económicos. Esto se debe a un sinnúmero de razones. Una de ellas, el cambio en el modelo económico que como consecuencia del surgimiento de la globalización y la revolución tecnológica, derribaron fronteras a pasos agigantados. Y caen las barreras de entrada en todos los sectores, y caen también en las grandes compañías.
La globalización trae consigo el efecto contagio, es decir, que las decisiones y movimientos de una economía tengan consecuencias directas en las demás economías relacionadas y en el mundo. Un ejemplo de esto sucedió a principios de año cuando China aplicó su medida conocida como “Cortocircuito” que instaba a que si la bolsa de valores de su país caía más del 7% se debía suspender totalmente las negociaciones bursátiles. Una gran parte de las bolsas internacionales empezaron a caer como consecuencia de los movimientos que se daban primariamente, en China, viéndose en la necesidad de detenerla una semana después de su inicio.
Las predicciones económicas son importantes porque construyen la confianza y la seguridad de las personas y los gobiernos, y les ayudan a tomar mejores decisiones. Sin embargo, hay que aceptar que nada es estático y que vivimos en un mundo en el que predominan el cambio disruptivo y la diversidad. En el próximo artículo nos enfocaremos en explicar el poder que tienen los mercados financieros para hacer del entorno económico un panorama cada vez más inestable.
Investigadora asociada: Julissa Lluberes.