La importancia de contextualizar los hechos, opiniones y consecuencias de las acciones de cada personaje histórico –mantra recurrente en mi reciente biografía de Buenaventura Báez- resalta sobremanera en el caso del comerciante santiaguero Ulises Francisco Espaillat (1823-1878).
Uno de los mejores ejemplos de cómo la descontextualización y la inversión de valores ha desfigurado la importancia de muchos próceres dominicanos es el desmedido aprecio profesado por muchos historiadores por Espaillat.
Antes de seguir, quiero definir a qué me refiero al referirme al contexto histórico. Cada suceso del pasado digno de memoria, al ser narrado, requiere situarse en medio del ambiente social, cultural, económico y político particular de su momento. Sin ese contexto, es difícil apreciar o entender su significado. Que un estudiante anónimo se parase frente y detuviese a un tanque en la Plaza Tian-an-Men en Pekín en 1989, foto icónica del siglo XX, no significó lo mismo que los cientos de estudiantes muertos por tanques tras la primavera de Praga en 1968. Pero volvamos de esas escenas internacionales a este pequeño y antillano lugar de los hechos: la descontextualización puede favorecer a algunos, como el caso de Espaillat, o perjudicar a otros, como a Báez.
Tras el gobierno del baecista arrepentido Ignacio María González, del 20 de enero de 1874 al 23 de febrero de 1876, un consejo de secretarios se encargó del Poder Ejecutivo hasta el 29 de abril, cuando asumió la presidencia Espaillat tras la primera elección dominicana por voto directo, ganada abrumadoramente con apoyo de Luperón.
Sobre Espaillat pudiera decirse, sin faltar para nada a la verdad, que fue un resentido reaccionario opuesto a que las mujeres participasen en la política u otros asuntos públicos; que sin embargo como articulista de la prensa cibaeña curiosamente usaba como pseudónimo el nombre femenino de “María”; que sostuvo más de una vez su creencia de que el pueblo dominicano y particularmente los agricultores del Cibao eran holgazanes; que discriminaba al realizar crítica social, pues mientras varias veces señaló los daños del ejercicio ilegal de la medicina por charlatanes, privadamente celebraba cómo Luperón se hizo pasar por médico meses antes de iniciarse la guerra por la restauración.
Igualmente, que pese a sus pujos intelectuales, fue incapaz de completar estudios de medicina según los deseos de su familia, prefiriendo holgar como farmacéutico y comerciante; que ha sido quizás el único escritor suficientemente atrevido como para burlarse de la obra intelectual de Antonio Sánchez Valverde, abuelo de Báez; y que, pese a dizque nunca haber apetecido el poder, fue uno de los cerebros detrás del golpe infructuoso (para ellos mismos pues Santana les traicionó) que en 1857 iniciaron comerciantes de Santiago y Puerto Plata contra Báez y luego fue una de las eminencias grises del gobierno restaurador, mencionado como autor intelectual o instigador del asesinato del Presidente Pepillo Salcedo.
Sus propios colegas (o competidores) del comercio se opusieron vigorosamente a sus planes de crear un “banco de anticipo y recaudación”, idea adelantada por Báez dos décadas antes. Se le puede enrostrar también su enorme incapacidad política, cuando alcanzó la presidencia después que Luperón declinara ser candidato por preferir seguir enriqueciéndose como comerciante en Puerto Plata.
Su fugaz gobierno, del 29 de abril de 1876 hasta el 5 de octubre, o sea apenas 156 días, fue uno de los peores o más ineficaces de toda la historia dominicana. No pudo pagarle sus sueldos a los empleados públicos. Pese a buscarlos afanosamente, no consiguió ganarse la confianza de inversionistas foráneos. Permitió confiscaciones ilegales a empresarios realizadas por ministros suyos a quienes luego los periódicos, y hasta el decimero Juan Antonio Alix, calificaron como “abusadores” y “comunistas”. Consintió a sus correligionarios azules o luperonistas excesos iguales o peores a los que criticaba cuando los perpetraban rojos o baecistas.
Años antes de ser presidente, al conocerse en Santiago la frase de Báez, “el Ozama piensa, el Cibao trabaja”, Espaillat produjo varios artículos de prensa con la firma de su afeminada identidad de “María” para referirse al tema:
El Cibao representa con alguna exactitud en la gran máquina que haya de sacar al país del estado de postración en que se encuentra, la sólida caldera donde el vapor comprimido pugna violentamente por escaparse al dar el necesario impulso a todo el sistema, y Santo Domingo sería con muchísima propiedad el regulador, la válvula de seguridad, por donde debe escaparse el exceso de fuego. ¿Convenido?
Extraña el deseo de convenir esa idea con los capitaleños, a los cuales desdeñaba tanto que en medio de la euforia revolucionaria de 1857, antes de despertar de ese sueño de poder por la traición de Santana, Espaillat había impulsado junto con los demás complotados la absurda idea de mudar la capital de Santo Domingo hacia Santiago, lo cual llegó a deliberarse durante la asamblea constituyente de Moca.
Como escritor, Espaillat abusaba de términos y expresiones en lenguas foráneas, como el francés, el inglés, el italiano y hasta el latín, pese a que bajo su pseudónimo de “María” pretendía escribir para el hombre común. Repetía hasta extenuar al lector citas ramplonas de refranes, de frases manidas o extraídas de “El Quijote”. Se refería a todos los empleados públicos como “mamadores”, entendido que “mamar” significaba vivir del erario. Su buen humor muchas veces era a expensas de la ignorancia o pobreza de la mayoría de los dominicanos y cuando aparentaba burlarse de sí mismo a la usanza anglo-sajona tan elogiada por él, en verdad se trataba de un auto-bombo: por ejemplo, “sin que se diga que me lisonjeo a mi misma, creo que he hecho un descubrimiento tan brillante como el de Pitágoras”.
Era racista. Al abogar por la inmigración para mejorar las costumbres nacionales, se quejó de que se abrieran las puertas del país a los cubanos, quienes competían con la naciente oligarquía comercial de Santiago y Puerto Plata, porque: “la inmigración que llega se modela sobre todo cuanto ve en el país y como lo que ve es bueno, ella, si no lo era, llega a ser buena. ¿Qué copiará en el nuestro? El uso del machete [no como apero de labranza sino como arma para revolucionar, según Rodríguez Demorizi], o más bien del revólver; el andar descalzo [como los despectivamente llamados ‘pata-por-suelo’], comer el debilitante sancocho, y jugar gallos, bailar merengue y dejar para mañana lo que debía hacerse el día anterior. No nos impondrán sus costumbres; recibirán las nuestras y esto es natural”. ¡Sugirió muy seriamente prohibir el sancocho y el merengue! Su racismo se manifestaba, entre otras maneras, al abogar por una inmigración de blancos europeos. Estas y otras similares ideas suyas están en “Inmigración”, serie de artículos por Espaillat en periódicos de Santiago alrededor de 1876, incluidos en “Escritos de Ulises Francisco Espaillat”, obra publicada por la Sociedad de Bibliófilos en 1987, cuidada por José Chez Checo con notas de Rodríguez Demorizi.
Como presidente, Espaillat apenas duró hasta el cinco de octubre de 1876, apenas unos días más que la suma de mayo, junio, julio, agosto y septiembre, o sea cinco meses, muy por debajo del promedio de los muchos gobiernos de esa época. Decir que gobernó quizás sea exagerado. Su presidencia fue otra demostración de que la política dominicana requiere no solo de ideales, buenas intenciones y sueños vaporosos, sino también de lo que Pedro Santana llamó “del aquel”, imprescindible para hacer cumplir la ley y preservar el orden democrático (aunque el León de El Seibo empleara sus “aquellos” para violar la ley e irrespetar la democracia…). Hacen falta además, para gobernar, visión y vocación de estadista, como Báez.
Pero, ¿sería lo anterior un recuento veraz o justo acerca de Ulises F. Espaillat? Aunque los párrafos precedentes no contienen una sola afirmación inexacta ni mentirosa, la mera enumeración de esos hechos, sin ponerlos en su contexto o circunstancia, oscurece más que iluminar la figura de este importante político cibaeño. Este ejemplo ilustra por analogía cómo ha sido desfigurada la imagen histórica de Buenaventura Báez por quienes solo han resaltado sus yerros sin referir ni reconocer sus innumerables aciertos.
Espaillat merece ocupar un sitial de privilegio entre los próceres dominicanos, por muchas buenas razones. Están, por ejemplo, su preocupación por la educación, su apoyo al voto directo y popular para elegir a las autoridades públicas, su defensa de la rendición de cuentas, su participación cívica y política en los asuntos públicos, su entusiasta promoción de los intereses del comercio y de su región cibaeña en particular, y su prédica como ciudadano creyente en el necesario predominio de la participación cívica en la política por encima de la incesante guerrilla entre caudillos militares y sus clientelas partidaristas.
Pese a su origen francés en una época de gran rechazo a la religión en Francia, Espaillat era un ferviente defensor del catolicismo. Su invocación de intereses puramente conservadores y sus cándidos apuntes sobre la democracia no han impedido que algunos intelectuales cómodos le consideren una suerte de ideólogo criollo del liberalismo… En sus escritos, reunidos póstumamente, opinó, al respecto de los “intereses de partido”, que “en los países combatidos por las discordias civiles, como desgraciadamente lo está el nuestro, es imposible para el público el separar los intereses puramente de la sociedad, de los intereses de partido, de tal modo que son muy pocos los que dejan de ver las cosas bajo el prisma de sus respectivos intereses personales”. ¡Qué cantinflesca perogrullada! ¿En cuál sociedad no es cierto que la mayoría de los ciudadanos ve las cosas según sus propios intereses? Sobre la “unificación de los partidos”, según lo cita Mu-Kien Sang Ben en “Una Utopía Inconclusa, Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX”, publicada por INTEC en 1997, Espaillat escribió:
Para unificar los partidos es indispensable que los hombres más connotados de ellos, que hasta poco se habían considerado como enemigos, y que de hoy en adelante han de ser considerados todos como amigos de la patria, formen parte del nuevo gabinete. Así lo reclama la justicia, y basta esta razón. En la formación del presupuesto deben regirnos los mismos principios de justicia. Antes que dar, se debe pagar. Antes que ser generoso, es preciso ser justo.
Como un manual para párvulos, así escribía –por no decir pensaba- este elogiado prohombre criollo.
Espaillat poseía la figura de un patricio sajón: buena estatura, ojos azules, pelo claro, finos labios y perfil de aristócrata. De niño, su familia pudo costearle clases particulares de música, inglés, francés y matemáticas, aparte de propiciarle la lectura de clásicos griegos y romanos. Sin dudas fue muy cultivado. Su tío el médico Santiago Espaillat (quien rechazara la presidencia en 1849), intentó hacer de él un doctor en medicina, pero el interés de Espaillat por el comercio lo inclinó a establecer una farmacia.
¿Cómo puede seria y sensatamente considerarse “liberal” a un político defensor de los comerciantes de Santiago y del catolicismo más rancio, cuyos llanos juicios nunca remontaron vuelo mayor que el de las chichiguas, y cuyas acciones y vida estuvieron siempre dentro del canon conservador? Si Espaillat era liberal Santana gobernó como monaguillo.
Espaillat ha tenido una descendencia agradecida de su significación histórica. El culto a su memoria ha magnificado sus muchas virtudes y minimizado sus debilidades y vicios. El genealogista Julio González ha resaltado que los descendientes del matrimonio de Espaillat con su prima-hermana Eloísa incluyen buena parte de la crema y nata social de Santiago, muchos de los cuales también descienden de Báez.
La imagen de Espaillat ha alcanzado tal proceridad que parecería que sus aportes a la república sobrepasaron los de Sánchez, Santana, Báez o Luperón. El recuerdo de Báez, en cambio, la mayor parte de las veces solo concita denuestos e insultos, evidenciando cuán eficaces han sido los arteros y equivocados juicios fundados en las opiniones de sus enemigos como José Gabriel García, Gregorio Luperón, Rodríguez Objío y el propio “cándido” Espaillat.
Aunque sea incómodo, quizás ha llegado la hora de una profunda revisión de cómo se ha narrado e interpretado hasta ahora la historia dominicana. Ese es uno de los objetivos de mi biografía de Buenaventura Báez.
* Este artículo es un extracto resumido de una parte de “Buenaventura Báez”, biografía de 796 páginas por José Báez Guerrero, en la que hay más detalles acerca de la relación entre Espaillat y el Presidente Báez.