“La transparencia y la tolerancia cero a la corrupción son absolutamente esenciales para atraer y mantener a los inversionistas y empresas estadounidenses en el país. Esperamos trabajar estrechamente con el gobierno del presidente en la búsqueda de reformas institucionales vitales que no solo disuadirán la actividad criminal y la corrupción, sino que también promoverán la prosperidad económica y la confianza en el clima de inversiones”.

Tal vez no cayó tan mal como la famosa llamada de Mike Pompeo que hizo abortar los aprestos reeleccionistas del entonces presidente Danilo Medina, que por si lo habían olvidado estuvieron a punto de provocar una crisis institucional de consecuencias insospechadas, pero las declaraciones del Encargado de Negocios de la Embajada de Estados Unidos en el país, Robert Thomas, debieron caer como un balde de agua fría en momentos en que parece estrecharse el cerco alrededor el exmandatario con el apresamiento de su segundo jefe de seguridad.

Por eso no debe sorprendernos que algún termocéfalo peledeísta reaccione calificando de injerencistas esas declaraciones, o que lo haga alguna de las bocinas que todavía conservan ese estatus.

Aunque pueden ustedes estar seguros de que la mayoría guardará prudente silencio, como hasta ahora, ante un tema tan delicado y comprometedor, sobre todo aquellos que tienen una cola tan larga que no saben cómo ni dónde esconderla, y por eso quisieran que la tierra se los tragara y jamás nos acordemos de ellos y las obscenas fortunas que acumularon.

Pero aunque disimulen y se comporten como si el asunto no fuera con ellos son perfectamente conscientes del mensaje implícito en el espaldarazo público que dio el diplomático norteamericano a la lucha contra la corrupción que impulsa el Gobierno, pues ninguno quisiera ser el próximo “intocable” al que Wilson Camacho, titular de la Pepca, le toque la puerta en horas de la madrugada.