Por Oscar Bastidas Delgado
Desde siempre han existido fórmulas organizacionales mediante las cuales individuos, grupos y poblaciones enteras han logrado soluciones a problemas de variadas magnitudes y alcances así como realizar grandes y trascendentales sueños sin que en ellas, como afirma Kliksberg, hubiesen fórmulas explotadoras del hombre por el hombre. Paul Lambert, en su libro “La Doctrina Cooperativa”; menciona algunas: las confraternidades de sepultura y las de seguros en Grecia y Roma; las lecherías comunes en Armenia; las sociedades de arrendamiento de tierra en común en Babilonia; los collegia funeralitia de artesanos de la antigua Roma; las confraternidades de drenajes, riegos y construcción de diques en Alemania; los ágapes de los primeros cristianos como formas cooperativas; el mir entre los rusos; y las asociaciones de ahorro medievales de artesanos y trabajadores por oficios, entre otras.
También las hubo y algunas existen en nuestra América como el calpulli de los aztecas, de aprovechamiento colectivo de la tierra para usufructo individual y comunal; los consejos de ancianos de los nahuas que dirigía la organización de la comunidad con el pariente mayor como “jefe”; y los positos como almacenes comunales de los indígenas del México precolombino; los ayllus de la cultura inca; las cajas de comunidad de la colonización española; las cofradías religiosas; el trabajo asociado de la minka y la waki en Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú; el tequio en México; las juntas de los borucas en Costa Rica; el ayni de ayuda mutua y recíproca de servicios o bienes entre familias en los países andinos; el apthapi o compartir comida de manera comunitaria; los ejidos colectivos de México; y el convite, la manovuelta y la cayapa en Venezuela.
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Esas fórmulas se han sostenido y desarrollado sobre dos pilares humanos claves: 1.- la esperanza, entendida como un estado de ánimo optimista, individual o colectivo, mediante el cual las expectativas sobre algún aspecto futuro parecen posibles, y más lo serán si se conocen experiencias previas que confirman esa posibilidad; y 2.- las utopías, escritas o no, entendidas por Henry Desroche, fallecido director del Colegio Cooperativo de París, como “un proyecto imaginario pero realizable de una sociedad alternativa”, entre ellas destacan La República de Platón (428-347 a. de c); Utopía de Tomás Moro (1480-1535); La Nueva Atlántida de Francis Bacon (1561-1626); La Ciudad del Sol de Tommaso Campanella (1568-1639); Viaje a Icaria de Etienne Cabet (1788-1856); el ensayo de Peter Cornelius Plockboy (Holanda 1620 – 1700) “sobre un proceso que les haga felices a los pobres de esta nación y a los de otros pueblos, …”, y otras, alimentadas en muchos casos por propuestas políticas nacionales.
La mayor y más extendida fórmula suplidora de esperanzas en el ánimo de concretar utopías es el cooperativismo, entendido como la sinergia de los procesos impulsados por la intercooperación y la integración de cooperativas. Este movimiento, surgido con la Revolución Industrial con el fin de enfrentar las secuelas del naciente capitalismo, se ha alimentado siempre de esperanzas colectivas y de variadas utopías desarrolladas a lo largo de la vida humana, teniendo a su favor una eficacia o logros de objetivos demostrada por sus infinitas expresiones en el planeta ya que con cooperativas se pueden realizar todas las actividades humanas menos las de esclavizar o explotar personas. Su organismo cúpula es la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), fundada en 1895, que define las cooperativas como asociaciones autónoma de personas que se han unido de forma voluntaria para satisfacer sus necesidades y aspiraciones económicas, sociales y culturales en común mediante una empresa de propiedad conjunta y de gestión democrática.
En cuanto al alcance de las cooperativas en los asociados productores autónomos, ellas afectan a 252,2 millones de personas, la gran mayoría en la agricultura. Estos porcentajes son ciertamente altos por lo que deben considerarse como actores importantes en la Agenda 2030 y del debate mundial sobre el futuro del trabajo iniciado por la OIT en 2015 (Cicopa 2017). La décima edición del The 2021 World Cooperative Monitor del Observatorio Mundial informa que la facturación conjunta de las 300 cooperativas más grandes del mundo, suman 2,18 billones, monto superior al PIB de varios países, y que ellas, en su mayoría, se encuentran en países industrializados y pertenecen al sector agroalimentario y de trabajadores.
Siendo así, increíble que se desconozca el peso del cooperativismo y de otras expresiones de la Organizaciones de Economía Social como las asociaciones, mutuales y fundaciones centradas en las personas, incluso en países como alto dominio de modos de producción capitalistas como Japón, Alemania, Francia, Canadá y USA, países que no tendrían los grados de desarrollo logrados si en su interior no existiesen amalgamas humanas como las de las cooperativas que son las que invisiblemente sostienen lo cotidiano y pequeño de sus desarrollos.
Las cifras de las OES, particularmente de las cooperativas deben figurar entre las nacionales, deben ser visibles y formar parte de la información que para efectos nacionales y regionales son fundamentales para los respectivos desarrollos. ¡Basta de pensar que el desarrollo de los países se sustenta únicamente el binomio Mercado/Estado!, las OES tienen alto peso para figurar en los sistemas de cuentas nacionales; no en balde Joseph Eugene Stiglitz, Premio Nobel de Economía, y otros importantes pensadores comienzan a considerarlas.