Irak . — Rodeado por humo y llamas, con el sonido de los disparos resonando a su alrededor, el joven estuvo en cuclillas en el arroyo durante horas, escuchando como morían los hombres de su familia.
Al otro lado de la montaña, otro sobreviviente vigilaba a través de binoculares mientras hombres esposados de pueblos vecinos eran baleados y luego enterrados por una excavadora que esperaba cerca.
Durante seis días, observó como los extremistas llenaba una fosa tras otra con sus parientes y amigos. Entre ellos, los dos escenarios del horror en la montaña de Sinjar, que contienen seis fosas comunes y los cuerpos de más de un centenar de personas.
Son solo una pequeña parte de las multitudinarias tumbas que los radicales del grupo extremista Estado Islámico han diseminado por Irak y Siria. The Associated Press documentó 72 fosas comunes dejadas por el grupo extremista Estado Islámico en su retirada de Siria e Irak.
El hallazgo se produjo tras entrevistas exclusivas, fotos e investigación, y podrían aparecer más a medida que la milicia radical retrocede.
En Siria, AP obtuvo la ubicación de 17 fosas comunes, incluyendo una con cientos de cuerpos de una única tribu que fueron exterminados cuando los radicales tomaron la región. En al menos 16 fosas en Irak, todas ubicadas en territorios demasiado peligrosos como para excavar, las autoridades no se aventuran a adivinar si quiera el número de muertos.
En otras, las estimaciones se basan en los recuerdos de traumatizados sobrevivientes, propaganda de EI y lo que puede sacarse de una inspección al terreno. Con todo, la cifra de víctimas son abrumadoras: entre 5.200 hasta más de 15.000 personas.
La montaña de Sinjar está sembrada de fosas comunes, algunas en territorios recuperados al grupo EI tras la ofensiva del grupo contra la minoría yazidí en agosto de 2014; otros en la peligrosa tierra de nadie que todavía tiene que ser declarada segura.
Los cuerpos del padre, los tíos y primos de Talal Murat, yacen bajo los escombros de la granja familiar, esperando el momento en que los familiares sobrevivientes puedan regresar al lugar donde fueron abatidos de forma segura.
En el otro flanco de Sinjar, Rasho Qassim maneja a diario junto a los lugares donde reposan los cuerpos de sus dos hijos. La carretera está en un territorio recuperado hace tempo, pero las cinco fosas no se han tocado, están valladas y a la espera de dinero u ordenes políticas para ser excavadas, mientras el viento se lleva unas pruebas que se cuecen bajo el sol.
“Queremos sacarlos de ahí. Solo quedan los huesos. Pero dicen `No, tienen que estar ahí, un comité vendrá y los exhumará más tarde”, dijo Qassim, de pie junto al cierre de plástico que rodea una de las tumbas, donde están sus dos hijos. “Han pasado dos años pero no ha venido nadie”.
Estado Islámico no ha intentado esconder sus atrocidades. Es más, alardea de ellas. Pero demostrar lo que responsables de Naciones Unidas y otros han descrito como un genocidio en curso — y procesar a los que están detrás de él — será complicado a medida que se deterioran las fosas.
“Vemos pruebas claras del intento de destruir al pueblo yazidí”, señaló Naomi Kikoler, quien recientemente visitó la región para el Museo del Holocausto en Washington, D.C. “No se ha hecho casi ningún esfuerzo para documentar sistemáticamente los delitos perpetrados, para preservar las pruebas, para asegurar que las fosas comunes son identificadas y protegidas”. Algunas de estas tumbas están en lugares inaccesibles.