Yo creo que todos estamos consientes de que la adolescencia es una etapa llena de cambios físicos y emocionales, porque en ella solemos encontrar el camino de quiénes somos y crear nuestra propia identidad. Y entiendo que podemos esperar de los adolescentes un cierto nivel de enojo y frustración, pero también es importante mantener los límites disciplinarios, porque no es aceptable que nuestro adolescente se vuelva agresivo.
En la adolescencia es normal vivir intensamente las emociones y, por ello se pueden dejar arrastrar por éstas sin ser conscientes de sus consecuencias. Pero esa emoción suele activarse cuando la persona siente frustración porque la realidad no se desarrolla como desearía, y aquí es donde podría sacar a flote la ira, la cual puede estar asociada también a la impaciencia. “Es una emoción moral porque se dispara ante la sensación de injusticia contra uno mismo o el prójimo. Se desata, cuando según nuestro criterio, los demás atentan contra nuestros valores, la libertad o la propia integridad”.
Y con la ira hay que tener en cuenta, que por un lado quiere protegernos, pero que también puede ser un detonante peligroso si no se controla, y esa agresividad es la tendencia a mostrar conductas de confrontación, cuando por ejemplo, ante una situación de tensión nos alteramos hasta el punto de ser violentos verbalmente e incluso puede que físicamente.
Un punto importante a tener presente, es que tanto el no saber controlar esta emoción, como el guardarla durante mucho tiempo puede dar lugar a un elevado nivel de activación psicofisiológica, que se relaciona enormemente con problemas de salud y de comunicación o contaminación de las relaciones personales.
Según estudios realizados en la Universidad de Harvard, cuando la furia se sale de las manos puede tratarse de un síndrome conocido como Trastorno Explosivo Intermitente. Esta condición se desarrolla durante la adolescencia o la niñez tardía y puede continuar en la adultez provocando depresión y abuso de drogas y de alcohol.
Es trascendental que aceptemos que las discusiones suceden, y que nuestro adolescente podrá decir cosas realmente molestas, ya que todavía está aprendiendo a enfrentar nuevas situaciones y nuevas emociones. Los sentimientos difíciles como la ira y el miedo pueden ser frustrantes para el adolescente, quien puede hacerlos salir de una manera que es difícil de aceptar para nosotros. Pero debemos tratar siempre de mantener la calma y evitar decir cosas de las que después nos arrepintamos. Por eso exhorto a que nos sentemos a escucharlos con detenimiento, y tratar de verlo desde su punto de vista. Incluso si sólo pudiéramos verlo en parte, hagámosle saber, en lugar de simplemente estar en desacuerdo con todo. Cuando el adolescente tiene confianza en que sus opiniones serán escuchadas, es más probable que hablemos con calma en lugar de gritar. E intentemos resolver la discusión con un compromiso, o al menos demostremos que hemos entendido de dónde vienen sus emociones, y si la situación se calienta demasiado y nos resultara difícil mantenernos calmados, lo mejor es que nos alejemos y evitemos culpar, y dejemos que nuestro adolescente sepa que podrá volver a hablar con nosotros cuando nos hayamos calmado. Y los invito a que tengamos en cuenta, que si vemos que las discusiones se están saliendo de control regularmente, consideremos acudir a ayuda profesional. Es posible que a nuestro adolescente le resulte útil hablar con alguien nuevo e imparcial, que no pertenezca a la familia y no lo juzgue.