La pandemia del COVID-19 recordó al mundo que el progreso no es lineal; hay muchas piedras en el camino.
No es que antes del COVID el mundo fuera de maravillas, pero, en general, las economías de muchos países avanzaban y se hacían esfuerzos serios de inclusión social. En Europa, específicamente, había mejorado sustancialmente el nivel de vida de la mayoría de la población en relativa paz política y con garantía de derechos diversos.
A principios del Siglo XX, la pandemia llamada gripe española coincidió con la Primera Guerra Mundial. Ahora, la guerra no se hizo esperar. Apenas el COVID comenzaba a amainar, Rusia invadió a Ucrania en febrero 2022.
Hasta ahora, la guerra ha sido contenida en Ucrania, pero los efectos se han sentido por doquier, sobre todo, en Europa. Hay una gran población de ucranianos desplazados a los países vecinos, el precio de los combustibles aumentó considerablemente en los meses posteriores a la invasión, y luego llegaron los bloqueos de Rusia para transportar el gas a varios países europeos.
En este momento no se vislumbra acuerdo posible para terminar la guerra y el conflicto podría escalar antes de terminar.
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En general, el estado precario de la economía postpandemia genera descontentos, y en Europa el declive económico es severo. En consecuencia, se producen virajes en los Gobiernos y proliferan los extremismos políticos.
En Gran Bretaña cayó Boris Johnson y en Italia Mario Draghi. El Gobierno británico sigue en manos de los conservadores con la nueva primera ministra Liz Truss. En Italia acaba de ganar mayoría la ultraderecha con Giorgia Meloni a la cabeza.
Las consignas de los líderes europeos ultraconservadores son las mismas: ataques a la burocracia de la Unión Europea en Bruselas por supuestamente representar las élites y olvidar el pueblo (son los euroescépticos), rechazo a los inmigrantes, a los derechos reproductivos de las mujeres y a los derechos LGBT (en Gran Bretaña más enfocados en los dos primeros puntos).
Esas fuerzas ultraconservadoras europeas están vinculadas a su contraparte en los Estados Unidos (el Partido Republicano), y también a Putin, propulsor de la agenda conservadora nacional integrista. El caso más ilustrativo es Víctor Orbán en Hungría (epítome de las nuevas autocracias): aliado de Putin y de los más derechistas republicanos, atacante constante de la Unión Europea, a la cual pertenece Hungría, y de los derechos de las mujeres y LGBT.
En Alemania, Austria, Suecia, Francia y España también han avanzado significativamente los partidos de ultraderecha. Y mientras más se prolonguen las precariedades económicas, más posibilidades tendrán los políticos ultraconservadores de alcanzar el poder mediante apelaciones populistas.
Hacer política desde el extremo radical (en este caso de derecha) es atractivo en tiempos de crisis económica porque mucha gente necesita identificar culpables para expresar sus frustraciones y energizarse. En la práctica, sin embargo, esos proyectos políticos son violadores de derechos y tienen dificultad para impulsar políticas públicas coherentes por el caos que generan para validar sus agendas de exclusión.
Europa transita un momento difícil y el descalabro de la Unión Europea tendría trágicas consecuencia dentro y fuera de sus fronteras.