Después del notorio activismo desatado por los evangélicos que tuvieron participación directa en el pasado certamen electoral de mayo 2016, lo más apropiado y sensato es hacer una evaluación crítica del proceso, independientemente de los resultados electorales, los que a fin de cuentas no se corresponden con las expectativas creadas.
Es necesario hacer una evaluación crítica que nos permita como creyentes vernos mejor enfocados de cara a lo que somos y a la realidad social y política en la que vivimos. Como evangélicos tenemos que analizar en qué medida la voz profética y pastoral de la Iglesia perdió autoridad y quedó un tanto maltrecha y opacada.
Entre las lecciones que debemos aprender está que no basta con ser evangélico, hay tener la idoneidad apropiada para manejarse en el campo de la política. Fue evidente la sobrevaloración de algunos hermanos que creyeron que el simple hecho de ser evangélico o llamarse “evangélico” les conferían una categoría privilegiada capaz por sí misma de concederles la necesaria autoridad para optar a una función pública.
La participación política en perspectiva de la fe exige unas competencias y un alto nivel ético que está más allá de la particular auto percepción de piedad religiosa de la que pueda presumir el postulante a un cargo público.
Los partidos que decían contar con el apoyo de los evangélicos no presentaron propuestas políticas atractivas. Su discurso era muy religioso, con poco impacto sobre las necesidades reales de la gente.
Algunos líderes evangélicos entraron en el juego político sin discernir cuáles eran las consecuencias y alcance de su participación. No alzaron una voz profética con autoridad, pero tampoco hicieron propuestas viables y sabias. Se limitaron a un activismo envuelto en entusiasmo religioso que no apuntaba políticamente a una dirección clara y específica. No ofrecieron ninguna respuesta pertinente a la sociedad dominicana.
Durante la campaña se hicieron muchos pronunciamientos a nombre de los evangélicos, que en esencia no se correspondían con el pensamiento evangélico predominante. Hay que implementar efectivos mecanismos de consultas que permitan definir mejor algunos pronunciamientos que, lejos de representar lo que realmente pensamos, están muy alejados de la esencia de lo que somos.
El tema de los valores necesita ser profundamente revaluado. No se trata de un simple eslogan para oponerse a algo. Los valores cristianos están llamando a tener un profundo impacto sobre la vida en sentido general y hay que verlos en su dimensión integral. Fue un grave error pretender elaborar un discurso político sobre valores selectivos con una aplicación personal e individualizada. El marco opcional de un votante es mucho más amplio y sus aspiraciones son mucho más diversas, aunque ese votante sea evangélico.
No diferenciar entre Iglesia y partido les creó confusión a muchos hermanos. Iglesia y partido son instancias diferentes, y lo más recomendable es guardar la debida distancia entre ambas. Aunque su imagen esté impresa en una misma moneda, hay que hacer diferencia entre Dios y César.
En sentido general, la participación de los evangélicos en esta campaña fue dispersa, desorganizada y confusa. La participación evangélica, más que en torno a partidos con pretensiones confesionales, debe organizarse en torno a candidatos capaces, competentes y con testimonio cristiano probado, independientemente del partido en el que estén militando.
Sería interesante convertir el activismo evangélico en una fuerza social propositiva que responda a las aspiraciones colectivas de los más necesitados y que busque mejorar las condiciones de vida de todos a través de una gestión pública justa y eficiente.
Debemos evaluar y depurar con criterio serio a cualquier candidato que quiera o reclame el apoyo de los evangélicos, o que quiera o pretenda participar en actividades políticas a nombre de los evangélicos.
Hay que admitir que como evangélicos, y de acuerdo a las expectativas creadas no nos fue bien en esta jornada. Lo más sensato es la autocrítica y proponernos un cambio de actitud que nos permita presentar mejores credenciales en otros torneos. No debemos olvidar que la misión de la iglesia no es conquistar el poder político, sino anunciar y promover el Reino de Dios con señales, palabras y hechos que glorifiquen su nombre.
Finalmente, reitero que la participación de los evangélicos en política sin un marco de reflexión teológica que la justifique, dará siempre como resultado este sentimiento decepcionante que estamos experimentado hoy.