Es el ascenso de nivel que el electorado reclamaba: dejar atrás las adjetivaciones del tremendismo descalificador y las generalidades sin la fuerza de premisas para auto-describirse como salvadores y a los demás: de catastróficos. Ahora, con el ciclo de debates, se entra en materia con los excelentes pasos al frente dados primeramente por tres de los aspirantes presidenciales punteros, cordiales y respetuosos pero empeñados -y lo lograron- en diferenciarse contrastando argumentos y los propósitos con los que se proponen llegar al poder. Debatieron sin pretenderse dueños de la verdad pero sí de sus particulares razones con uso de precisiones a veces categóricas para objetar al adversario en específicas dilucidaciones; frente a frente para al final reafirmarse como caballeros que compiten con sentido del honor. ¡Cuánta falta hacían esos gestos y esas capacidades tan democráticas de estar los unos contra los otros.
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El giro está dado con expansión de los espacios comunicacionales y escénicos que superan la exclusión de competidores con reparto de cuotas de apariciones en TV que no dejan banderías fuera. Esta cultura entra de la mano de líderes de larga data que antes eludían hasta último momento el escrutinio de paneles ante las audiencias. De la mano también del Presidente en ejercicio, franco y decidido precursor que no se dejó regir por el maquiavélico criterio de que los gobernantes favoritos en encuestas corren riesgos innecesarios en tales escenarios. Se tiró a la “candelá” y salió ileso y equiparado. Ganó la democracia.