Es sabido que la familia es una expresión psicosocial de la sociedad. Pero también, es el espacio de desarrollo sano y de oportunidades que tienen los hijos. En la familia es que se aprende y se educa para ser persona. Allí se adquiere el carácter, se aprenden las emociones positivas: amor, alegría, compasión, altruismo, solidaridad, perdón, espiritualidad y felicidad. Se aprende para la vida, para la equidad, las diferencias, para ser parejas, para ser padres y mejores ciudadanos. Si destapamos algunas realidades presentes, encontramos que las familias están más problematizadas, vulnerables y riesgosas por los problemas socio-económicos y psicosociales: desempleo, pobreza, hacinamiento, desigualdades, inequidad, violencia, drogadicción, sexo de alto riesgo, inseguridad y muertes violentas.

El presentismo social y las cifras hablan de un 40% de divorcios. Donde de cada cinco personas que se casan, tres se divorcian antes de los diez años, y de esos tres, uno práctica un divorcio familiar. Dicen las cifras que el 37% de las familias son monoparentales o matrifocales, y que producto de estos resultados, el 30% de los niños no viven con ambos padres. En la actualidad se estructuran familias rotas, monoparentales y de alto riesgo en la pobreza. En los sectores altos y medios se establecen dinámicas de familias tipo Hotel. Para mal, en algunas familias los hijos no tienen fiscalización, disciplina positiva con horario, cultura del tratarse bien, y sanos modelos de referencia. El modelo de padres permisivos ha reproducido hijos sin límites, con ausencia del No, sin juicio crítico y sin responsabilidad social.

En el presente, los feminicidios y las muertes violentas han dejado huérfanos a más de dos mil niños. Pasando a formar parte de los grupos de las desigualdades sociales. Bajo el modelo de la exclusión social, uno de cada tres adolescentes no termina el bachillerato, y de donde el 30% que ingresa a la educación superior abandona para trabajar o por embarazo. Una familia sin protección social, sin empleo, sin salud, sin vivienda, sin educación y sin oportunidades para la vida, es una familia de un presente sin esperanza. El futuro para las familias latinoamericanas seguirá siendo excluyente y riesgoso dado el crecimiento desigual y la falta de equidad. Además, el endeudamiento, el empobrecimiento y las condiciones desiguales en que se vive, contribuirán en los próximos años a mayores problemas de salud, delincuencia, embarazo, prostitución, drogadicción, depresión, suicidio, cultura de intolerancia, desesperanza aprendida, resentimiento social y conductas disociales.

El esquema del futuro, desde las perspectivas económicas y sociales será crítico y riesgoso para la familia, debido a que vivirán con más presión social y menos espacios protectores y de contención para aplicar respuestas inteligentes y adaptativas, que les refuercen a vivir de forma saludable y para felicidad. La nuestra es una sociedad que vive el presentismo, que no planifica el desarrollo a 20 años para resolver: Problema eléctrico, agua potable, salud, desarrollo social, seguridad ciudadana, bienestar social, sistema de consecuencia, justicia, empleo de calidad, ciudadanía responsable y empoderada, y modelos de vida para la felicidad de las personas.

La familia vive unos cambios bruscos y rápidos que le ha destructurado su dinámica, sus valores, su apego y su vínculo. Si la sociedad y los políticos no implementan las políticas públicas de bienestar social, sin clientelismo, ni populismo, y no se cambia el modelo socio-económico, entonces, esperamos más consecuencias negativas: más feminicidios, muertes violentas, corrupción, perversidad social, divorcio y más miseria humana. Repito, la familia es una expresión y extensión socio-económica y psicosocial de una sociedad en crisis, sin modelos sanos, y preñada de una patología social que en el pasado y presente no ha podido articular un proyecto de nación. La familia es un artículo de primera necesidad en la que hay que invertir y proteger para la estabilidad social.