Uno de los significados y propósitos de vida es llegar a construir una familia sana y funcional. Sabemos que nadie la tiene perfecta, ni dentro de los esquemas y expectativas idealizado, debido a que la familia es una construcción social, o sea, es dinámica.
Los factores socioeconómicos, culturales y tecnológicos, en las últimas décadas han modificado la estructura, tipología y la forma de expectativas de las familias.
La familia no está en crisis, sino que, la migración, la búsqueda de desarrollo y oportunidades sociales, de servicios básicos, de inclusión social han desarraigado y han representado movilismos para millones de familias en todo el mundo.
Por décadas, la dinámica de la familia se sustentaba en el apego sano, los vínculos, el sentido de pertenencia, los valores, la afectividad, la reciprocidad, la solidaridad y altruismo. La crianza descansaba en afecto, amor, cuidado, apoyo, fiscalización, responsabilidad, estudio, trabajo y colaboración junto a los padres.
Dependiendo de su estructura, dinámica y su funcionabilidad y responsabilidad, se fueron construyendo familias nucleares, monoparentales, disfuncionales, rotas, diseminadas y reconstruidas.
Hoy, el 37% de las familias son monoparentales, es decir, de la presencia de la madre en el rol de crianza y de jefa de hogar con todo lo que implica. Pero también, ha aumentado las familias rotas y disfuncionales, aquellas donde el compromiso, afecto, apego y vínculos son ausentes o de poca visibilidad.
Sin embargo, han aumentado las familias reconstruidas, de padres que son divorciados y han vuelto a tener hijos y vincularse en el rol de madrastras o padrastros.
La globalización, la necesidad de búsqueda de oportunidades de los jóvenes y adultos, han tenido que emigrar y construir familias lejos de sus padres, estableciendo familias diseminadas del origen primario.
En Latinoamérica, esa migración es al que representa los ingresos con la remesa y dinamiza la economía y el consumo; pero el impacto es que los padres se sienten en soledad, o viven situaciones de salud que no cuentan con la presencia de los hijos.
Son muchos los riesgos y adversidades a la que esta expuesta la familia del siglo XXI. La vida posmoderna, el concepto de lo desechable, “del nada es para siempre, ni para toda la vida”, la proliferación de la insensibilidad social, el desapego, la crisis de los vínculos, la crisis de valores y de espiritualidad han impactado a las familias, al sistema de creencia de personas que han dejado de ver a su familia como la mejor inversión social.
Cuando las personas se desvinculan o se desapegan de sus familias, aumentan los riesgos en su salud mental: depresión, trastorno de ansiedad, alcoholismo, crisis existencial, actitudes emocionales negativas, aislamiento social y soledad.
El desafío ante tantas distracciones, crisis de valores, desenfoque de prioridades, vida sin sentido y sin propósito, debe estimular a la familia, invertir en ella, con afecto, apego, autocuidado, reciprocidad y vínculos sanos. La familia tiene que derrotar el individualismo, el egocentrismo, y la superficialidad que nos representa la posmodernidad.
Noviembre es el mes dedicado a la familia; a ser sensible y crear conciencia de la necesidad humana de apostar y construir familias sanas, vinculantes, apegadas y en valores; pero, sobre todo, de convivencia, de buenos tratos, democráticas, altruistas, tolerantes y en capacidad de superar los conflictos y los desacuerdos.
La familia no está en crisis, sino que la migración la ha desarraigado
37% de familias hoy son monoparentales, con la madre como jefa de hogar
Pero también ha crecido el número de familias rotas y disfuncionales