El crítico de arte suele motivarse, por la idiosincrasia de la obra y el talento del artista. Así nos sucedió, con las fotografías de Seúl y Corea del Sur, y por la personalidad de su autor, Federico Cuello. Corea del Sur se considera un país excepcional del Extremo Oriente por la preservación de su riqueza cultural y simultáneamente una modernidad impresionante, las artes y la comunicación alcanzando un muy alto nivel. Federico Cuello alía experiencia de una carrera diplomática brillante e identificación con las artes y la cultura. Este diplomático, intelectual y humanista, se ha distinguido en la fotografía desde hace muchos años y presenta una exposición individual de 46 fotografías, tomadas en Corea -de Seúl mayormente- entre 2021 y 2024, con la curaduría de un especialista, en una renombrada galería.
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Una fotografía diferente
En el ejercicio de su talento, entre dedicación inclusiva, percepción de la imagen y manejo de la cámara, Federico Cuello es un fotógrafo impulsado por la “necesidad interior” que, según Kandinsky, motivaba al verdadero artista. Aparte de la visión externa, técnicamente esmerada, encontramos en su fotografía una visión interior de la fe, de la historia, de la gente, de la naturaleza, que corresponde a un sentir profundo y su fascinación por Corea.
Más allá de la observación neutral de ángulos, formas y volúmenes, de la captación de un sujeto o escenario, hay la percepción de una atmósfera, de una poesía, de un tiempo, de un símbolo. Asistimos a la exploración de la realidad, a menudo interrelacionada con estados anímicos y una evidente compenetración.
La necesidad interior es particularmente intensa, y su fotografía retransmite la realidad psicológica, religiosa y social coreana, reflejando no solo al individuo sino a la colectividad: conjuga tradición, atmósfera, singularidad.
Por nuestra parte, creemos que una manifestación relacionada con lo que acabamos de afirmar, fue como Federico Cuello tituló su muestra, “Stillness and Change”, (Calma y Cambio). Casi una definición de esa nación, país y pueblo, la cultura tradicional coexistiendo con una modernización impresionante. Más aún, nos evoca la expresión francesa, ”Le pays du matin calme” (El país de la mañana tranquila), ¡que designa Corea del Sur desde el siglo XIX!
Evidente acta de fe y conversión, esta colección de fotografías permite al espectador participar, en la cotidianidad y la espiritualidad de la República de Corea -incluyendo la sabiduría budista-. Las imágenes, logradas por Federico Alberto (su nombre de artista) son maravillosas.
Se trata de una realización ejemplar en la fotografía, comprobar el transcurrir de una nación y de un pueblo. Obviamente, para llegar a ese resultado conjugado e interactivo de la imagen y de la concepción, él llevó a cabo una investigación, continúa y exhaustiva. Capta los testimonios y actores de esa plurisecular epopeya, en mayoría dotados de un aura que envuelve las cosas, las anima, las “espiritualiza”. Las flores se asocian al templo o a un paseo familiar. Los monjes budistas atraviesan un “mall”, caminando a celebrar sus oficios. La arquitectura contemporánea aquí favorece el senderismo.
Hay en este conjunto de fotografías una dinámica creadora que, alcanza finalmente un equilibrio entre la seducción y la revelación… para quienes desconocen la riqueza patrimonial de Corea.
Funde dos visiones: una que llamarían sincrónica, la otra diacrónica. Sincrónica porque la naturaleza, los escenarios, las personas han sido tomados en un mismo lapso de tiempo de tres años. Diacrónica porque objetos y sujetos se relacionan cronológicamente durante siglos -así los templos-, o la actualidad -plazas y monumentos de hoy–. Con un dominio iconográfico admirable, Federico Alberto ha logrado convertirse en un fotógrafo “militante” de la vida coreana. Se compromete revelando las verdades de la vida y la tierra –así en las fotos de la frontera-, y también su orgullo.
Un talento completo
Las fotografías sobrepasan nuestro anhelo y aspiración de belleza. Simultáneamente, Federico, artista contemporáneo, maneja la estética y la habilidad técnica, desde la relación de líneas y tensiones hasta el encuadre, dentro de enfoques impactantes, así la pagoda en las colinas de Seúl.
Los valores formales, incluyendo el color, confluyen en un poemario visual, sucesión de “odas” a la vida coreana… A menudo alegorías a la segunda mirada –una foto debe mirarse una y otra vez-, no olvidamos que Federico Cuello también escribe, y lamentamos que por falta de espacio, no podamos transcribir las palabras, más que descriptivas, que él dedica a sus tomas.
Ahora bien, en un vértigo de recuerdos y de emociones, no pasemos por alto que Wilfredo García está vigente en la fotografía de Federico Cuello. Vigentes son sus enseñanzas –recibió sus clases en 1983- y también está el legado del maestro, entre íntima convicción y necesidad interior.
Nosotros que apreciamos a Federico Cuello como amigo, intelectual y artista, le valoramos como embajador de la República Dominicana, y afirmamos que Federico Alberto es un Embajador de la Fotografía.
Coda
Referencia de la galería virtual con las fotos seleccionadas para la muestra – https://www.flickr.com/gp/federicoalberto/v2BoF5W9S3.