Continuamente se recibe la información por los medios de comunicación de que una mujer fue asesinada por su pareja o expareja. Este hecho sucede con mucha frecuencia y es parte de la cotidianidad. En otros países como Kosovo donde el asesinato de una mujer (feminicidio) se convierte en duelo nacional con suspensión de actividades festivas y culturales por varios días, aquí todo sigue, el fenómeno se ha normalizado.
A pesar de que sigue la vida en el país, para niños, niñas y adolescentes que ven a su padre o a la pareja de su madre quitarle la vida, todo cambia por completo. Su estructura de protección y cuidado se desvanece, pasan a la incertidumbre y el dolor. Los rostros de la población infantil y adolescente huérfana de feminicidios estudiada en la investigación que realizamos para Fundación Vida Sin Violencia (2023) así lo muestra.
Los feminicidios tienen un gran impacto psicosocial y económico en la población infantil y adolescente desde: orfandad, exclusión social, revictimización en círculos de violencia, problemas de salud mental, incremento de la pobreza y situaciones de riesgo.
Puede leer: ¿Delincuencia asunto de pobres?
La vivencia de la violencia de género en la vida y muerte de sus madres dejó marcas imborrables con efectos de revictimización desde: bullying, discriminación, exclusión y violencia en centros educativos, comunidades y familias acogedoras.
En varios casos esta población infantil y adolescente fue alertada por sus madres de la amenaza de muerte que le perseguía, acompañada con indicaciones de cuidado y acogida para hermanas y hermanos mayores, hacia el resto de los/las menores que así lo asumieron. Se genera así (en algunos casos) un modelo familiar con relaciones internas mediadas por la hermandad distinto a las estructuras clásicas y modelos tutelares reconocidos socialmente.
La convivencia en hermandad es para la población infantil y adolescente más cercana al tejido afectivo interactivo familiar pre-feminicidio, favorecedor del cuidado y crianza menos autoritario que el de familias acogedoras con tutelas ejercidas desde abuelas, tías, tíos y padres.
Las expresiones de preferencia de vivir “solos/solas” o entre “hermanos/hermanas” en los relatos se sustentan en varios casos en la necesidad de continuar conectados con el imaginario del modelo de maternidad y paternidad ejemplar, independientemente de la relación conyugal violenta y el crimen.
Las familias acogedoras estructuradas desde relaciones de hermandad no cuentan con el reconocimiento tutelar de las instituciones del Estado responsable de los programas sociales y no reciben sus beneficios ni asistencia. El apego a modelos clásicos de familia en los programas sociales afecta su respaldo ante la diversidad y complejidad de las estructuras familiares existentes en la realidad social con especial atención a los grupos más vulnerables.