Sin darnos cuenta, y detenernos en la lógica reflexiva, los procesos electorales terminan distorsionándose porque las caravanas, declaraciones insulsas y en afán de ganar, cierran la verdadera oportunidad para que los ciudadanos ponderen las calidades de los aspirantes.
Aquí pesa más la bulla e insulto que los argumentos inteligentes. Además, los niveles de penetración del clientelismo intentan borrar del imaginario ciudadano lo necesario que resulta acompañar la noción de selección con calidad.
Todo proceso de competencia produce pasiones, básicamente en la medida que las ofertas seducen al elector y penetran en el corazón. Ahora bien, lo fatal consiste en la conducta primitiva de intentar edificar mayorías, insultando todo lo que disienta y discrepe del aspirante preferido. Insisto, respaldar un candidato no significa desconocer las calidades del adversario. Por eso, empujar al territorio de las ideas es un reclamo de los que aspiran a la nueva política.
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Un legado fatal del liderazgo tradicional tradujo disensos en distancias personales. Y más allá de diferencias ideológicas y programáticas, asumían con rabia el trayecto de competencias que no los hacían aspirantes sino enemigos eternos. El tránsito hacia mayo, con una parada municipal en febrero, servirá para medir el escaso desarrollo de la clase partida. Muchos pronunciamientos y pocas ideas, con la gravedad de un factor clientelar impidiéndonos disfrutar de una feria de ideas encontradas como elemento distintivo del proceso electoral.
Lo que importa más allá de las fronteras partidarias radica en identificar los temas de nación que impactan a los ciudadanos. Aunque el peso de los aparatos partidarios tenga una especial connotación, ya no poseen el monopolio de los triunfos. Y ahí, es decir, interpretando los anhelos de la gente sin militancia orgánica, se estructura un mecanismo capaz de convertirse en la clave del éxito electoral.
Cada día, los partidos siembran dudas en la población y reducen el sentido de militancia. Inclusive, la montaña de movimientos y fuerzas emergentes nos dicen los niveles de sospechas alrededor de cúpulas organizativas históricamente orientadas a relajar sus vínculos con el elector debido a el interés de instrumentalizar las relaciones exclusivamente en tiempos de campaña. Y si los partidos con mayor arraigo en la población no deciden estructurar una auténtica cercanía, seguirá el desencanto y/o aumentarán nuevas ofertas en el panorama político. Hasta la actual coyuntura, las fuerzas partidarias han podido reciclarse bajo nuevos nombres sin que signifiquen técnicamente una transformación en los hábitos. Al final de los procesos, el entusiasmo de la victoria deja pocos espacios para recordar los compromisos, y en ese orden, un cuidado con verdadera conciencia espera con sentido de desquite y cobra con altísimo interés el incumplimiento. Y cada día es mayor el desafío para los actores partidarios que no llenan las expectativas.