Existen hombres que son producto de las circunstancia. Pero hay otros que crean sus propias circunstancias, se abrazan a una utopía, crean un paradigma y hasta imponen una diferencia. Para conseguirlo, literalmente hay que tener carácter, temperamento, inteligencia, propósitos bien definidos, causa bien asumida, y un gran sentido de transcendencia. Fidel Castro Ruz viene de una familia nuclear acomodada, con una educación jesuita, -católica por supuesto- con una adolescencia y adultez temprana competitiva en los deporte, la lectura y una identidad psicosocial muy definida y retratada con el nombre de José Martí.
Castro, con un temperamento Sanguíneo -Colérico: alegre, empático, expresivo, franco y con tendencia a las impresiones extremas, con buen ánimo y energía le hacen ser excelente anfitrión, predicador, orador de masas. Los sanguíneos son familiares, gregarios, amistosos, les huyen a la soledad. Además, son trabajadores, emprendedores, leales y altruistas. Mientras el colérico es ardiente, activo, ágil, de fuerte voluntad y con independencia en sus actuaciones. Viven llenos de metas, proyectos, planes a los cuales se lanzan a la conquista. El carácter es adquirido, socializado, que se va construyendo a través de las vivencias, de los traumas, de las diferentes reacciones con lo que interactuamos en el día día. Es decir, temperamentos y carácter, más habilidades y destrezas, fueron imprescindibles para que el joven Fidel desafiara un proceso, provocara una revolución y se manejara en diferentes circunstancias. Pero hablemos de algunos de sus rasgos de personalidad. Castro tenía rasgo obsesivo, histriónico y narcisista. Los rasgos son patrones sostenibles, duraderos y estables que se convierten en una forma de reaccionar en diferente circunstancia de forma adaptativa, que caracteriza a una persona. En la psiquiatría se habla del trastorno o de la disfuncionalidad, solamente cuando las rasgos sean inflexibles, mal adaptados, desarmonizados y disfuncionales, que alteran la personalidad o le imposibilitan funcionar de forma armónica, estable y equilibrada en el contexto psicosocial. Es decir, es difícil ser un líder de la estatura de Fidel y no tener estos rangos que son los que más ayudan a lograr propósitos y adaptarse a las diferentes circunstancias. Esa persistencia, esquemati zación, puntualidad, disciplina, orden e inflexibilidad en lo que creía, es propia del rasgo obsesivo. Su histrionismo en los discursos, cuando llamar la atención, cuando acudir al drama, a la comedia, ser el centro y provocar el mensaje no verbal, era en Fidel un atributo, para encantar y no cansar en un discurso de diez o más horas. Pero tampoco, sin una autoestima sana y un “yo” asumido, una aceptación y una validación personal, se puede sentir la seguridad para vivir por encima de los procesos, los bienes y confort que da el mundo de lo tangible.
Pero donde más descansa la fortaleza de Fidel es en el “súper yo” de su personalidad: la vida moral y ética del ser; su dignidad, su valores, los principios, para vivir y proyectarse como hacedor de lo correcto. Al día de hoy, dictadores, enemigos y distantes de Fidel no le pueden mostrar fortuna o cuentas en bancos extranjeros, ni inversiones privadas fuera ni dentro de Cuba, ni negocios ilícitos, ni transgredió las normas desde el poder para obtener ventajas, beneficios o dejar herencia a sus hijos. Castro poseía inteligencia cognitiva, social, emocional y espiritual. Sus movimientos, la confrontación, el desafío y la consistencia con que asumía riesgos, conductas riesgosas: tácticas y estrategia, retirarse, ceder, perder, ganar, mantenerse, son propias de las personas inteligentes. Es decir, siempre Insistió, persistió y resistió, pero además utilizo la cuatro “C” en su vida: continuidad, constancia, coherencia y consistencia. En los momentos más difíciles, con hambre, con escasez, si energía eléctrica, sin combustible, sin papel y sin tinta etc. Castro, nunca se rindió, ni negoció para hacer cosas diferentes a sus principios, ideología o a su personalidad.
Fidel siempre tuvo una misión y una visión de lo que hacía y en lo que creía. Podía equivocarse, podía perder y podía provocar diferencia y estimular enemistades, pero defendía sus ideas. Para él, no todo fracaso conlleva un sentimiento de frustración. Pienso que entendió que siempre individualmente se llega más rápido, pero que colectivamente se llega más lejos. Castro Ruz dividió familias, generó actitudes emocionales negativas, pero nunca personalizó el proceso para beneficiar grupos, castas o por egolatría. Su inteligencia espiritual lo llevó a elegir cómo terminar y cómo ser recordado. Unos parecía que se alegraban de su pérdida, pero nunca se dieron cuenta que él era el motivo, la razón y la causa del sentido de vida por la que existían. ¡¡El comandante ha dicho hasta luego!!