“Filosofía del hombre burro”

“Filosofía del hombre burro”

Esta edición es, además, un homenaje y acción de gracias a tantas personas que se desvivieron contándome sus historias y anécdotas, que han venido a parar recreadas por la nostalgia en estas páginas...En la foto, Eduardo García Michel, Julio César Castaños Guzmán, Enrique García y Rafael Peralta Romero, director de la Biblioteca Nacional.


Debo esta obra principalmente a mi profesora de Lengua Española del colegio Marcos A. Cabral, cuando apenas estando yo alfabetizado, comenzó a leernos las páginas del “Platero y yo”, de Juan Ramón Jiménez, a los alumnos del curso elemental de la primaria; y me entró por el oído algo que nunca olvidé, porque musicalmente me resonaba todo el tiempo: “Platero es pequeño, peludo, suave”. Es muy posible, además, que esta lectura en prosa poética despertara a temprana edad mi afición por las letras. Y que este simple susurro de la maestra tuviese la impronta profética, para impulsar que tantos años después estuviese yo aquí acompañado por todos ustedes en la puesta en circulación de la segunda edición de este libro que lleva por título: “Filosofía del hombre burro”.

Por: Julio César Castaños Guzmán

Hoy me he montado en un borrico para salir a perseguir la escritura de un idioma que se nos va perdiendo, no solo en la dicción sino en el uso de la letra bien colocada, el punto, la coma, la tilde, los dos puntos y el punto y coma. Busquemos pues la escritura correcta que aunque tiene su teoría en la enseñanza del idioma, se nos imprime en la memoria por el uso repetitivo y la lectura constante.

Sirvan estas anécdotas y relatos como un divertimento para que solazándonos todos alcancemos a contribuir a que no se pierda la belleza de la Lengua Castellana, patrimonio de nuestra cultura hispánica y nuestra dominicanidad.

Esta edición también es un homenaje a los presentadores iniciales, y entrañables amigos, de la primera edición, hace casi 22 años, los intelectuales y escritores Manuel Mora Serrano, Premio Nacional de Literatura 2021, y Adriano Miguel Tejada, notable escritor e historiador, director de Diario Libre, ambos ya fallecidos, quienes de forma entusiasta y esclarecida pronunciaron memorables piezas en esa ocasión, y “Manolito”, que generosamente preparó el prólogo para esta edición, antes de ser llamado a los cielos, el año pasado.

Esta edición es, además, un homenaje y acción de gracias a tantas personas que se desvivieron contándome sus historias y anécdotas, que han venido a parar recreadas por la nostalgia en estas páginas, como don Rafael Herrera Cabral, por ejemplo, quien me dijo que la unidad de la riqueza de una persona en Baní se estimaba por la cantidad de burros que tenía, y que era, pese a que algunos economistas no lo admitiesen, más confiable, como unidad de valor, el burro oro dominicano que el peso oro dominicano.

Y qué decir de nuestras exportaciones a Grecia de más de 5,000 burros y burras, después de la Segunda Guerra Mundial, como parte de los planes de reconstrucción del Plan Marshall de las muy montañosas islas griegas, en las que intervino un enviado del presidente norteamericano Harry S. Truman, tal y como nos lo atestiguó personalmente don “Papín” León, encargado por el gobierno de la supervisión y del embarque de los animales por el Puerto de Barahona. “Los pagaron en dólares… y a muy buen precio.” Afirmó categóricamente.

Esta edición posterior nos ha permitido investigar y documentar un poco más, sobre el Sitio de los “Come Burros”, protagonizado por los patriotas que defendieron la Fortaleza San Luis, de Santiago, en 1914, durante el asedio de 6 meses, en la denominada Revolución de los 2 Años o del Ferrocarril, cuando estos hombres de valor, entre los que se cuenta junto a muchos otros, el tribuno y expresidente de la República, doctor Rafael Estrella Ureña, sobrevivieron comiendo carne de asno. La Respetable Logia Nuevo Mundo No. 5 de Santiago nos ha permitido fotografiar los originales de las fotos conmemorativas de tal proeza, que se encuentran en ese centro masónico, y que se publican en la obra; también, y no menos importante, hemos integrado una copla alusiva al evento, que recoge R. Emilio Jiménez en su libro Al Amor al Bohío, Vol. II.

Me apuntaba don Virgilio Pérez Curiel que en Moca, para unas fiestas patronales de la Virgen del Rosario, se le ocurrió a unos muchachos darle a beber ron a los burros en que llegaron esa madrugada los romeros a la misa y que estaban amarrados en la puerta del templo. Los jumentos, desatados por los jóvenes, desconcertando a los peregrinos y con gran agitación, se mandaron pueblo abajo, hasta ir a dar rebuznando de exultación a una panadería donde –después de romper la puerta—se comieron con pavada y alboroto gran parte de la hornada de pan y todos los bizcochos del día anterior. Así contempló el pueblo por vez primera, a los burros comiendo bizcochitos.

Los burros son parte de la historia, como la carrera de burros que –de acuerdo al testimonio autorizado de don Adalberto Hidalgo—se celebró en Santiago de los Caballeros como parte de los actos de inauguración de la entonces avenida Generalísimo Trujillo (hoy avenida Hermanas Mirabal), competencia que fue ganada por un jinete y fotógrafo de sobrenombre “Malicia”, quien tuvo la idea de montar para la ocasión una pollina en celo, la cual huyendo del acoso de los jumentos, que en la pista la perseguían, alcanzó fácilmente el primer lugar.

Tuve a bien, para esta edición, visitar en febrero de 2021 el Museo Ramón Cáceres, en Estancia Nueva, Moca, para constatar en un gráfico ilustrativo el trazo marcado por las rutas comerciales de “La Recua de Mon”, un negocio de la familia Cáceres operado desde finales del siglo XIX, regenteado por el entonces porteador Ramón Cáceres Vásquez, primo hermano a su vez del caudillo don Horacio Vásquez, quien también llegaría a ser presidente de la República, que consistía en 50 o 60 mulos y caballos de carga, que transportaban mercancías y productos agrícolas. Todas las rutas tenían como punto de partida a Moca: 1) de Moca a San Francisco de Macorís, 2) de Moca a Santiago-Puerto Plata y Monte Cristi, y 3) de Moca a La Vega-Cotuí y Santo Domingo.

Pocos años hará, en el velatorio de monseñor Agripino Núñez Collado (2022) descubrí, al decir de su hermano Juan Núñez, que para el Centenario de la República (1944), en ocasión a una hambruna ocasionada por una sequía devastadora que azotó al país, y siendo Agripino un adolescente, a guisa de bisoño porteador, arrendó una recua de mulos para procurar lomas arriba, en la serranía, unos productos agrícolas que vendió lomas abajo, y que sirvieron para conjurar la falta de alimentos de algunos pueblos.

El doctor Joaquín Balaguer finaliza su Tebaida Lírica (1924) diciendo: “MI TEBAIDA LIRICA, molestará a muchos (yo gozo molestando) y algunos borricos rebuznarán (yo gozo oyendo rebuznar) en la estéril sabana de las letras…”.

Muchos años antes de que el profesor Juan Bosch argumentara para el análisis de las ciencias sociales en su “Tesis sobre la Dictadura con Respaldo Popular”, que según su propio decir: “La burguesía no se forja en lo que se revuelca un burro”, ya este había escrito su afamada novela “La Mañosa” (1936), La Novela de las Revoluciones, y donde describe poéticamente una mulita sanjuanera: “Era oscura como la hoja seca del cacao; pero recién llegada estaba todavía lanuda, y aquella lana tenía un color rojizo que la hacía feúcha, aunque graciosa”. Sigue diciendo Bosch: “Tenía figura de estampa, limpia, brillante, pequeña, rellena. Era oscura como la madera a medio quemar…”.

Estremecedor el testimonio de la huida a Egipto de María y José en burro, que inicia la etapa de todo un Dios perseguido por la sevicia política de Herodes que desencadenó la matanza de los inocentes, y al mismo tiempo, salvado en su tierna infancia por la responsabilidad de sus padres.

Nadie puede quitarles a los asnos el puesto de ser pioneros en la contemplación de Dios, pues estuvieron en el pesebre donde nació el Rey de Israel, porque Jesús, despreciado en las posadas y hosterías de su tiempo, tuvo a bien nacer exiliado en el rincón de los burros.

Nació el Verbo de Dios en el último lugar, consecuente con su doctrina de que para ser el primero hay que hacerse el último. Así, en cierto sentido, ocuparon los burros el puesto de privilegio que despreciaron los hombres. Y se inmortalizó la imagen del nacimiento navideño con la representación de los pesebres interpretados artísticamente por los pueblos cristianos al paso de los siglos.

Jesús entró a Jerusalén el Domingo de Ramos, montado en un asnillo sin estrenar, un pollino que todavía no había sido amansado, tal y como lo refieren todos los evangelistas; pero, si bien el libro transcribe todos los textos, particularmente prefiero, la crónica sobre este acontecimiento narrada por Lucas 19, 29-38, que dice así:
Al aproximarse a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciendo: «Id al pueblo que está enfrente; al entrar, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre; desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: ‘¿Por qué lo desatáis?’, diréis esto: ‘Porque el Señor lo necesita.’» Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho. Cuando desataban el pollino, les dijeron los dueños: «¿Por qué desatáis el pollino?» Ellos les contestaron: «Porque el Señor lo necesita.»
Y lo trajeron a Jesús; y, echando sus mantos sobre el pollino, hicieron montar a Jesús. Mientras él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto.

Decían:
«¡Bendito el rey que viene
en nombre del Señor!
Paz en el cielo
y gloria en las alturas».

Es curioso que entre los musulmanes la figura del asno también sea emblemática. Se trata del Burak. Cabalgadura celeste –en la que Mahoma fue transportado al séptimo cielo—mayor que un asno y menor que una mula, cuyo nombre quiere decir “resplandeciente”. Los musulmanes de la India suelen representarlo con cara humana y orejas de asno.

Queridos amigos, dentro de cada uno de nosotros hay un Sancho Panza a lomo de su rucio. Del rucio de sus desvelos y tormentos; de un rucio de paso incómodo; pero, que al mismo tiempo nos educa en el sentido práctico de la vida, y en la búsqueda de nuestro propio interés. Es que si bien la conciencia determina la existencia, no menos cierto es, que también la existencia determina la conciencia.

Los burros –a diferencia de los hombres—tienen fama de brutos; pero no existe actitud de honestidad intelectual más profunda que el dicho de los antiguos: “Yo solo sé que no sé nada”. Un supuesto que orienta los criterios de la más elemental prudencia respecto de la veracidad absoluta de los paradigmas tenidos por válidos en un momento determinado, y que fomenta la búsqueda permanente de la verdad por encima de obscuros dogmas que terminan despedazados por las revoluciones científicas. ¿No se resumirá, por casualidad, la historia de la ciencia, a un trayecto donde la carga está acomodándose perpetuamente en el camino?

Quién duda de que vamos por la vida cargados y agobiados. Y de que llevamos las árganas repletas, acomodadas en el aparejo de la propia vida. Árganas que son el continente de triunfos, sueños y fracasos. Obligaciones, riquezas.

Avanzamos a rebencazos y molidos por los palos con que el jinete del destino nos gobierna implacable. Cabalgando a lomo de nuestra propia tozudez, quebrantándonos la natural inclinación del instinto. Superando a la fuerza los propios deseos de la carne, desviando la querencia animal que nos induce a torcer por la vereda de la primaria complacencia. Conduciéndonos con un determinismo asombroso hacia pasturas insospechadas, porque “la hierba que está para un burro los otros no se la comen”.

Muchas veces quisiéramos derribar este jinete que se nos hace inoportuno, porque quién no desearía tirarlo al suelo, y morderlo, cuando nos hinca el aguijón de la duda, hasta que perdemos la fe y nos sentimos cansados. Y vemos el ángel de muerte como un zopilote emplumado que nos circunda… esperando.

Pero quién no ha deseado muchas veces soltar la carga, y ser ese hombre burro. Medalaganario y libre. Y correr a nuestras anchas por la sabana de la vida, y reírnos, sí, reírnos de todos los jinetes que han intentado hasta ese momento inútilmente montarnos. Para a seguidas estrujar contra el polvo la espalda llagada por el dolor, buscando insaciable el consuelo de la tierra, de esa misma tierra que no nos ha dado un solo instante de descanso, y donde irremisiblemente volveremos, para confundirnos con los elementos que son nuestra sustancia.

Todo para que al final… venga el maestro y ordene a sus discípulos que nos desaten del cepo donde después de la jornada nos han reducido los demás hombres; y aplicando un bálsamo sobre las muchas mataduras, nos invite para que juntos entremos a la Ciudad Santa. Nos rendimos, plenamente, entre las aclamaciones de los niños que agitando palmas exclaman: ¡Hosanna!, Bendito el que viene en nombre del Señor.

Palabras de Julio César Castaños Guzmán en la presentación de la segunda edición del libro “Filosofía del hombre burro”, en la sala Aída Cartagena Portalatín, de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.