Resistencias, Mario Benedetti
Hay quienes se resisten deshilachadamente
a morir sin haberse concedido
un año un mes una hora de goce
y esperan ese don cultivando el silencio
vaciándose de culpas y de pánicos
descansando en el lecho del cansancio
o evocando la infancia más antigua
así / con la memoria en rebanadas
con ojos que investigan lo invisible
y el desaliento tímido y portátil
que se cubre y descubre a duras penas
así miden el cuerpo torpe cándido
ese montón de riesgos y de huesos
áspero de deseos como llagas
que no elige agotarse mas se agota
merodean tal vez por la nostalgia
ese usual laberinto de abandonos
buscan testigos y no los encuentran
salvo en las caravanas de fantasmas
piden abrazos pero nadie cae
en la emboscada de los sentimientos
carne de espera / alma de esperanza
los desnudos se visten y no vuelven
el amor hace un alto en el camino
sorprendido in fraganti / condenado
y no obstante siempre hay quien se resiste
a irse sin gozar / sin apogeos
sin brevísimas cúspides de gloria
sin periquetes de felicidad
como si alguien en el más allá
o quizás en el más acá suplente
fuera a pedirle cuentas de por qué
no fue dichoso como puede serlo
un bienaventurado del montón
Termino este ciclo como inicié esta serie, y como normalmente me pasa: haciéndome nuevas preguntas. Y buscando explicaciones por doquier.
El siglo XIX europeo, como dije en mi libro “Una utopía inconclusa. Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX”, fue rico en nuevas teorías en la Europa occidental. Se consolidó el liberalismo, una teoría política y económica basada en la libertad, que comenzó a configurarse desde el siglo XVIII. Primero con el gran John Locke quien por primera vez alzó su voz para hablar de un Gobierno Civil, y de una sociedad, el pueblo, que constituido en sociedad civil, debía tener participación en las decisiones de su destino. Al Parlamento le puso un intermediario, que sería el Primer Ministro, a fin de proteger la figura y el símbolo del Estado representado por la Monarquía y encarnado por el Rey. Después llegaron los Enciclopedistas y comenzaron a hablar de la organización del Estado y sus poderes. Rousseau llegó más lejos y habló del concepto de soberanía, que a su juicio era la expresión plena del poder que radicaba en el pueblo. Montesquieu aportó sobre el verdadero sentido de la ley.
Al llegar al siglo XIX el liberalismo ya no era una teoría revolucionaria, pues se había encarnado en el seno de la sociedad occidental, especialmente Europa y los Estados Unidos, con sus modalidades estructurales y organizativas. En primer lugar encontramos la Monarquía parlamentaria, presente en los países nórdicos, Inglaterra y mucho tiempo después en España. Por el otro lado está el singular modelo francés, Presidencialismo-parlamentarismo, pues existe un Presidente y un Primer Ministro que es electo en base a la mayoría congresional. El interesante modelo presidencialista de los Estados Unidos, pues tiene un fuerte contrapeso con el Congreso; pero además es un país federal, con poderes federales. En América Latina el liberalismo llegó y sus postulados se accidentaron con obstáculos como caudillismo, la herencia del colonialismo español y portugués, y las ideas de libertad fueron acompañadas con las ideas religiosas encarnadas en el corazón y el incipiente Estado naciente.
El siglo XIX europeo trajo también el positivismo, la religión atea de la ciencia, el cientificismo puro y absurdo, expresión del triunfo del capitalismo que alcanzó un desarrollo inimaginable con la revolución industrial al introducirse el acero en el proceso de industrialización. El positivismo de Augusto Comte llegó a América Latina deformado: la libertad fue sustituida por el orden y el progreso. Con esta ideología se instalaron las llamadas dictaduras “positivistas”. Ulises Heureaux fue uno de estos dictadores “positivos”, que asumieron la ideología del progreso como un signo de su acción.
En Europa, el protestantismo que había calado en muchas regiones europeas en contraposición a la Iglesia Católica que defendía la Inquisición, provocó un sismo en la población. Tan impactante fue el hecho, que obligó a los jerarcas católicos a renovarse. Así nació el neocatolicismo que dulcificaba sus principios ancestrales, en intento desesperado por recuperar la hegemonía perdida.
En respuesta y crítica a las ideas liberales y positivistas, nació el Marxismo. Una nueva teoría, que sustentada en el principio enarbolado por Hegel, de la dialéctica, es decir la oposición de contrarios, sustentó el materialismo histórico. Los entendidos hablan de que el marxismo dio vueltas a las ideas hegelianas. Hegel hablaba que en el libre debate de las ideas contrarias, es decir en un proceso dialéctico, se podría llegar al Ideal Absoluto. Para él, la realidad era un reflejo del abstracto mundo de las ideas. En el materialismo histórico se defendía que las ideas, por el contrario, eran reflejo de la realidad. Y la lucha de contrarios no se daba en el plano abstracto, sino en el concreto, materializado en una encarnada la lucha de clases.
El marxismo planteaba que la sociedad tenía un inicio y un fin. El principio, eran los seres humanos primitivos. El fin de la historia era el comunismo. Los deambulantes nómadas de la época primitiva, decidieron luego unirse en tribus o comunidades. Las sociedades evolucionaron, ahí nació la esclavitud. La lucha de clases se libraba entre amo versus esclavo. De este largo período de la historia, nacieron sus contradicciones, para pasar al feudalismo, dominado por la religión católica. La dialéctica se aplicaba al Señor Feudal y al siervo. Ese estadio, decían, era superior. El esclavo pasó a ser siervo, que aunque tenía la condición de servidumbre, estaba en una posición cualitativamente superior. Pero la dialéctica de la lucha de clases siguió funcionando De las entrañas de la sociedad medieval nacería el capitalismo, primero comercial para luego ser industrial. Los polos contrarios eran los burgueses versus los obreros. Marx planteaba que en las sociedades mientras más se desarrollaran las relaciones de producción capitalistas, se desarrollarían con mayor seguridad las condiciones objetivas para dar el salto al socialismo primero. El comunismo llegaría después, la sociedad soñada.
La realidad ha demostrado, sin negar que la teoría marxista hay evidencia de una verdadera lección de erudición, que las ideas no eran exactas ni apegadas a la realidad. Tenía muchas contradicciones intrínsecas en su propia concepción teórica. En primer lugar las revoluciones comunistas se produjeron en las sociedades más atrasadas, no industrializadas y donde apenas se desarrollaban las relaciones capitalistas de producción, como fue el caso de Rusia y todos sus satélites. El caso de China era peor. El capitalismo apenas se iniciaba en las ciudades del sur. El resto era un país devastado por la guerra y su economía era eminentemente agraria.
Otro elemento contradictorio de la teoría marxista es que la supuesta sucesión de las etapas no se adecúa a todas las realidades, como era el caso de América Latina. Para salvar ese fallo teórico, algunos marxistas latinoamericanos se inventaron nuevos modos de producción: mercantil simple, el modo de producción asiático, solo para citar algunos.
En el caso de Cuba, el proyecto político de Fidel se produjo en contra del dictador Batista, y aunque La Habana era una sociedad modernísima para la época, vista como el paraíso financiero del momento, la sociedad cubana estaba muy lejos de ser la sociedad capitalista planteada por Marx.
Por otro lado, en las sociedades con el capitalismo más desarrollado: Francia, Inglaterra, Noruega, Suecia, Dinamarca, Estados Unidos, entre otras, los movimientos obreros no enarbolaron nunca la bandera de la revolución socialista, sino que se organizaron para adquirir mejores condiciones laborales y de vida.
Se agotó el tiempo. Seguimos en la próxima.