POR GUY DE JONQUIERES
Se está convirtiendo en un ritual honrado por el tiempo. Los funcionarios de comercio de Estados Unidos descienden en Pekín para dar puñetazos en la mesa por las violaciones persistentes de China sobre los derechos de propiedad intelectual. Sus anfitriones se declaran sorprendidos, realmente sorprendidos, y prometen hacer un mejor trabajo. Los norteamericanos se marchan, exigiendo pruebas de avances en un breve plazo, o que se atengan a las consecuencias.
Eso ocurrió este mes, y se ha producido de manera regular durante más de una década. Según el esquema anterior, Pekín rodeaba a algunos de sus sospechosos habituales y escenificaba unos cuantos juicios. La vida continuaría su curso, como siempre, hasta que los norteamericanos volvieran a empezar a patalear de nuevo.
La presión de EEUU ha conseguido poca cosa porque está tocando una cuerda. China tiene montones de leyes que protegen los derechos de la propiedad intelectual (DPI). Pero aparte de estar plagada de corrupción, carece de tradición sobre derechos de propiedad intelectual, un ejercicio eficaz de la ley, de industrias de investigación intensiva y marcas fuertes. Por lo tanto, ni cuenta con los medios ni los incentivos para hacer valer las reglas con rigor.
No sorprende pues que los norteamericanos se sientan frustrados. La protección de los DPI, antiguamente una rama relativamente inalcanzable de la ley de comercio, ahora constituye un pilar de la estrategia corporativa. Se ha convertido en una preocupación central de las compañías multinacionales que operan en países en desarrollo y la fuente más prolífica de agravios con Pekín desde que China se incorporó a la Organización Mundial de Comercio en 2001.
Es fácil descubrir por qué. En la medida que atributos cada vez más intangibles determinan el valor de muchos tipos de productos y servicios, y mientras la tecnología los ha hecho más fáciles de emular, el control de los DPI se ha vuelto sostenidamente más crítico para la ventaja competitiva.
La tendencia ha creado un crecimiento en la industria de abogados, consultores y negociadores que exudan una fervor casi religioso por la justicia de su causa. También ha generado nuevas leyes, particularmente el acuerdo de la OMC sobre aspectos de propiedad intelectual relacionados con el comercio. Atacado por EEUU, es el más reciente elemento en el arsenal del cumplimiento global de los DPI.
Sin embargo, tenemos una paradoja aquí. Se supone que las negociaciones de comercio abran los mercados y que las reglas de la OMC se supone que los mantengan abiertos. Sin embargo, los derechos de propiedad intelectual, por definición, limitan la competencia. En formas diferentes, las patentes y los «copyrights» le confieren a los innovadores y autores derechos exclusivos sobre su obra. La sociedad tolera esos monopolios como algo necesario para alcanzar el propósito superior de estimular el compromiso creativo.
Los argumentos sobre la manera exacta de alcanzar el equilibrio entre el perfil privado y el bien público es tan viejo como el sistema mismo. Al final, un intercambio perfecto es inalcanzable. Pero en Occidente, los esfuerzos por inclinar las balanzas a favor de los productores han aumentado recientemente en los últimos tiempos.
Bajo la presión de la industria, EEUU amplió considerablemente el alcance de las patentes en los años 90, lo que resultó ridículo en el proceso, al aceptar una avalancha de solicitudes para «invenciones» tales como golpes de tenis y técnicas para ejercitar gatos. Menos frívolos, pero igualmente controvertida, las patentes se han extendido a métodos en los negocios, como el «clic único» de Amazon.com, para hacer un pedido en el Internet. Mientras tanto, los que publican programas informáticos han estado presionando, hasta ahora, sin éxito, en EEUU para leyes de propiedad tan restrictivas que pudieran interrumpir el acceso a investigaciones científicas que anteriormente eran de dominio público.
Ya la Unión Europea cuenta con leyes de derechos de autor más estrictos que EEUU y están ajustando el cumplimiento de los DPI. También soñó una nueva categoría de DPI: «indicaciones geográficas» que reservan el uso de nombres de alimentos para los productores en lugares donde se produjeron originalmente. Esto ha generado absurdos legales, como un requerimiento de que el jamón Parma empacado y cortado en los supermercados de la Unión Europea se pueden definir como tales en la etiqueta solo si se corta delante de los consumidores.
Los dueños de los DPI también estiran el concepto al insistir en que se necesita hacer cumplir rígidamente la ley para combatir productos inseguros, mediante la eliminación de las falsificaciones. No solo hay muchos productos peligrosos, como materiales de construcción defectuosos en países pobres, con marcas pobres, o sin marcas; prosperan, en primer lugar, debido a las deficientes regulaciones de salud y seguridad, no debido a una débil protección de los DPI. En cualquier caso, algunos productos ampliamente falsificados, como los cigarrillos, son peligrosos aún siendo auténticos.
Pero como el hombre del martillo, el «lobby» de los DPI parece que a veces no ve más que clavos y es muy prolífico para encontrar nuevos clavos. Los aspectos de propiedad intelectual relacionados con el comercio (TRIPS, por sus siglas en inglés), son algunos de los martillos más grandes. Hay, sin embargo, un problema: ha quedado demostrado que son difíciles de usar. Cuando las grandes compañías farmacéuticas los apuntaron contra África del Sur, un suplidor de medicamentos genéricos baratos a las naciones pobres, un grito público generalizado los paró en seco. Nadie quiere arriesgarse a un desastre de relaciones públicas de esa envergadura.
EEUU esperaba que los TRIPS disciplinarían a China e insistieron en que Pekín acatara plenamente sus términos cuando se unió a la OMC, mucho antes de que se exigiera su implementación a otros países en desarrollo. Sin embargo, a pesar de los muchos dedos que apuntan a las violaciones de los DPI en China, Washington no los ha cuestionado en la OMC.
Esto pudiera deberse a que EEUU quiere evitar poner más tensión en las relaciones del comercio bilateral, Sin embargo, los grupos de presión de la industria también se ven fríos con la idea, temiendo que China tomara represalias con sus operaciones en ese país. Un ejecutivo de una gran compañía estadounidense de tecnología de la información equipara utilizar los TRIPS a «presionar el botón nuclear». Mientras las cosas se mantengan así, las protestas de EEUU es probable que sigan siendo fanfarronadas, que solo recibirán respuestas formales de Pekín. Además, China sabe que las fuerzas del mercado están operando a su favor. A pesar de las restricciones de Occidente ante la violación de los DPI que limitan la inversión extranjera directa, China atrae más inversiones que ningún otro país.
Esto pone en manos de las compañías extranjeras la necesidad de diseñar sus propias soluciones. Como señala el más reciente McKinsey Quarterly, algunas ya lo están haciendo. Una importante compañía de alta tecnología protege sus DPI más valiosos, negándole a los trabajadores chinos el acceso a las fuentes de códigos de sus productos. Otros escogen rigurosamente su personal y utilizan una gran variedad de incentivos para garantizar la lealtad.
Todo eso cuesta tiempo y dinero, por supuesto. Pero cualquiera que piense que China es un mercado fácil, probablemente esté en el negocio equivocado. Y podría no ser nada malo que las compañías multinacionales se vieran obligadas a pensar en nuevas formas para defender sus intereses, en lugar de expandir fronteras cada vez más amplias de DPI y confiar en los abogados, legisladores y los negociadores del comercio para que las vigilen.
VERSION AL ESPAÑOL DE IVAN PEREZ CARRION