Por Orlando Inoa
Al momento de iniciarse la Revolución de Abril de 1965 ningún dominicano había oído hablar de acciones protagonizadas en el país por algún francotirador, civil o militar. A pesar de esto, sus hazañas se hicieron tema recurrente durante los cuatro meses que duró la contienda, aunque no lo fue después. Los francotiradores fueron los combatientes más importantes en todo el proceso de la Revolución, mucho más que aquellos que pelearon agrupados en comandos. Yates (Power Pack: ix y 122) da constancia de que, en la Revolución, a excepción de los frecuentes tiroteos con francotiradores, los combates eran raros, agregando que la mayoría de las bajas norteamericanas fueron provocadas por estos. Por su parte Szulc (Dominican Diary: 79) afirma que los soldados norteamericanos después de desembarcar se vieron con el problema de que, si bien no tenían que enfrentar a las fuerzas regulares rebeldes de Caamaño, sí lo tenían que hacer con los francotiradores irregulares.
Los francotiradores actuaron en solitario, no recibían órdenes de nadie, no tuvieron un líder que los representara y ni siquiera se comunicaban entre sí; en cambio fueron el terror de los soldados que nos invadieron. Estos combatientes simplemente aparecieron, actuaron y, terminada la Revolución, desaparecieron sin dejar rastros, envueltos en el mismo misterio que rodeó su llegada. Toda la documentación norteamericana sobre la Revolución de Abril, así como los reportajes que día a día aparecían en sus periódicos, especialmente The New York Times (en lo adelante NYT), están llenos de referencias a los francotiradores. En cambio, en el caso dominicano, no existe documento que dé constancia de su existencia, y el alto comando constitucionalista las pocas veces que los mencionó fue para decir “que no tenía control sobre ellos” (Caamaño citado por Szulc, “When the Marines Stormed Ashore”: 46); que estos no obedecían órdenes de Caamaño (Felten, The 1965-1966 United States Intervention: 315) o que “actuaban bajo las órdenes de Wessin” (Aristy citado en Congressional Record). Era simplemente que no los conocían. El periódico Patria, que habló de todo durante la Revolución, nunca los mencionó.
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Los francotiradores empezaron a operar mucho antes del desembarco de los soldados norteamericanos. Así se hace constar en un informe de la embajada norteamericana: «Antes del desembarco de los marines, la embajada había recibido esporádicos tiroteos de francotiradores. El primer incidente ocurrió en la mañana del 27 de abril. Dos marines, de los ocho que cuidaban la embajada, fueron disparados mientras inspeccionaban la azotea de la embajada. Durante la noche se produjeron cinco rondas de ráfagas por lo que se tuvo que llamar a la Policía, que envió un contingente de 16 hombres. En la tarde de ese día la Policía mató a un francotirador en la zona aledaña a la embajada (Ruyle, Chronology of the Crisis: 61).
La primera vez, durante la revolución, que se habló de los francotiradores, y que quedara rastro en algún documento, se hizo en inglés, cuando alrededor del mediodía del miércoles 28 de abril el embajador William Tapley Bennett solicitó al comodoro James A. Dare que reforzara la guardia que protegía la embajada norteamericana, debido a que desde el día anterior se había aumentado considerablemente el asedio por parte de francotiradores. Cuando se hizo la solicitud, la embajada estaba pobremente resguardada por siete militares de baja graduación. Esa misma tarde, Bennett informó que el asedio de los francotiradores al hotel El Embajador ponía en peligro la seguridad de los que iban a ser evacuados, por lo que solicitaba protección (Dean Rusk, As I Saw it: 371). El periódico NYT menciona por primera vez a los francotiradores el viernes 30 de abril cuando Tad Szulc envió el reportaje titulado “2,500 Men Fly In”, en el que dice que ya a las 7:30 de la noche del miércoles 28, al desembarcar los marines en Santo Domingo, un pelotón de ellos fue conducido a la embajada norteamericana y de inmediato los francotiradores abrieron fuego contra el edificio desde la calle Leopoldo Navarro, y en respuesta, los marines alcanzaron con sus disparos esa noche, y los dos días siguientes, a seis de ellos, a quienes mataron («The Week in Review: Dominican Crisis and U.S. Role», NYT, 2 de mayo de 1965: 1E).
La primera baja norteamericana ocurrió el jueves 29 de abril, cuando un contingente de marines estacionado en el hotel El Embajador marchó hacia la barriada de Gascue a establecer la zona internacional de seguridad. Antes de llegar a la embajada, desde el interior de una casa, un francotirador hizo blanco en un soldado que marchaba detrás de un tanque de guerra (Greenberg, United States Army Unilateral: 34). En el contraataque a esa ofensiva, los marines lanzaron a la casa donde operaba el francotirador una granada de mano que mató a una niña de 5 años, quien fue la primera víctima de los norteamericanos en Santo Domingo (Tad Szulc, “Dominican Sniper Kills U.S. Marine”, NYT, 1 de mayo, 1965: 7). La ofensiva de los francotiradores de ese día, que llegaron incluso a penetrar a los jardines de la embajada, terminó con 18 soldados heridos, además del que fue muerto cerca de la embajada.
Según Lowenthal (The Dominican Intervention: 113 y 127) los ataques de francotiradores del 28 y 29 de abril a la embajada y al hotel El Embajador fueron tan continuos que llegaron al extremo de deshilachar los nervios de los oficiales norteamericanos. El arrojo y la agresividad de los francotiradores no habían sido tomados en cuenta por los invasores. Al caer la noche del sábado 1 de mayo los francotiradores penetraron el perímetro del hotel Embajador, y solo fueron repelidos tras un pesado tiroteo de más de una hora (Szulc, “Sniper Fire Heavy”, NYT, 2 de mayo, 1965: 1). Esto obligó, al otro día, a evacuar del hotel a los marines heridos que estaban allí y transportarlos al US Boxer y a San Isidro en helicópteros. Aun así, no estaban seguros, pues los helicópteros tenían que volar a una altura de seguridad para no ser alcanzados por los disparos. Un helicóptero militar norteamericano que hizo la ruta del USS Boxer a San Isidro el domingo 2 de mayo llegó con 30 impactos de tiros en la cola (Young, «Boxer’s First Round»: 30).
La aparición de francotiradores en la ciudad de Santo Domingo dio un aspecto no esperado a la guerra. Los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial no habían vuelto a tener experiencia en guerra urbana, por lo que los francotiradores se convirtieron en un dolor de cabeza para los invasores. El francotirador se convirtió en el enemigo número uno de los marines en Santo Domingo. Fueron responsables de la muerte de 24 marines o paracaidistas y 154 de estos heridos. El modo en que operaban los francotiradores dejaba sin respuesta al sofisticado andamiaje militar norteamericano. Los francotiradores, dice Szulc, “montaban ametralladoras en las azoteas o en ventanas, disparaban por varios minutos, luego descendían a la calle, se mezclaban con los civiles, y caminaban hacia el próximo lugar para operar” (“In Santo Domingo as in Saigon, One Sniper Can Balk a Big Unit”, NYT, 5 de mayo, 1965: 15). En ese mismo artículo se dice que muchas veces un francotirador pobremente armado podía detener por minutos u horas a una unidad de tropa de gran tamaño y fuertemente equipada.
Dice Lowenthal (The Dominican Intervention: 121) que en sus negociaciones de paz el nuncio Emanuele Clarizio trató de detener a los francotiradores, pero no tuvo éxito, ya que los representantes rebeldes admitieron que «no podían controlar los actos del grupo que estaba disparando a la embajada». Fue tan así, dice Lowenthal, que en medio de la discusión por la paz el nuncio y el embajador norteamericano tuvieron que continuar la conversación en el baño por los tiros de los francotiradores.
Muchas bajas a su cuenta
Los francotiradores estuvieron presentes en todos los frentes de batalla. Cuando los marines cruzaron el puente Duarte se vieron en la necesidad de disminuir la marcha por los ataques de los francotiradores (Yates, Power Pack: 79-84).
El 3 de mayo, los francotiradores mataron a un marine cerca del puesto de control Charlie (Szulc, Dominican Diary: 11), lo que hizo que las autoridades norteamericanas reconocieran que el problema de los francotiradores era bastante serio. Para ese momento ya habían desembarcado 16 mil hombres en Santo Domingo, todos asustados, sobre todo durante las noches, de los francotiradores.
Los enfrentamientos protagonizados por los francotiradores se hicieron a un alto precio. Nunca se contabilizó el número de francotiradores muertos, pero un conteo en el periódico NYT en el primer mes de la guerra arroja más de una docena. Cuando los norteamericanos localizaban a un francotirador una avalancha de disparos destruía todo o parte de la edificación (Kurzman, Santo Domingo. Revolt of the Damned: 26). En sus ataques los norteamericanos usaban cañones sin retroceso de 105 milimetros, lanzagranadas y ametralladoras calibre .50 no solo para matarlos sino para destruir el lugar en que operaban (Yates, Power Pack: 122).
¿Quiénes era los francotiradores?
Se sabe poco de ellos, aunque algunas fuentes los sindican a “tigres”, rufianes incontrolables o extremistas de izquierda (Tad Szulc, “Dominican Sniper Kills Marine”, NYT, 1 de mayo de 1965: 7). En los días finales de abril y primero de mayo la prensa norteamericana se hizo eco de intercambios de disparos y en todos los casos señaló a los francotiradores como responsables de los mismos. El presidente Lindon Johnson dijo en un discurso de principios de mayo que «5 de nuestros marines han muerto a causa de la acción de los francotiradores y 41 de nuestros muchachos han sido heridos».
Cuando los paracaidistas norteamericanos desembarcaron en San Isidro la madrugada del 30 de abril su primera operación fue asegurar el puente Duarte e instalarse en la azotea de Molinos Dominicanos, operación que solo le costó un muerto fruto de la acción de un francotirador («One US Marine Killed, at Least Twelve Hurt in Clashes with Rebels», NYT, 1 de mayo de 1965: 6).
Pero, en realidad, ¿quiénes eran estos francotiradores y cómo actuaban? Las fuentes para aclarar este asunto son escasas, por no decir inexistentes. Una pista importante la ofrece Juan Isidro Tapia Adames (“Testimony of Juan Isidro Tapia Adames”: 59ss.): “Usaban rifles AR-15, de fabricación norteamericana, desprovistos de miras telescópicas. Algunos de los francotiradores eran hombres rana que habían recibido entrenamientos como tales y que ahora estaban bajo la dirección de Montes Arache [particularmente el informante habla de Alcides, un hombre rana de 23 años]. Otros también actuaron como francotiradores sin pertenecer a ese cuerpo élite, tales como Pedro Casals y Benito Alejo Germán, a quien apodaban Nelson, quien era oriundo de Bonao”.
A medida que pasaban los días los francotiradores eran más activos. La noche del 18 de mayo, desde un lugar no determinado, por primera vez los francotiradores dispararon armas antitanques en la zona internacional (Tad Szulc, «War Changes Santo Domingo Into City of Three Hostile Worlds», NYT, 20 de mayo, 1965: 16).
Pelearon hasta el final
A los francotiradores no los tomaron en cuenta para los distintos acuerdos de cese de fuego, aunque estos nunca respetaron esas pausas de la guerra, sino más bien estuvieron activos hasta el último día. Incluso, se tienen noticias de que aún después del Acta de Reconciliación realizaron ataques aislados a soldados de la FIP («Hieren soldados FIP con granada», El Caribe, 15 de febrero 1966: 1 y 8).
Pasada la Revolución no se volvió a hablar de ellos y nunca se supo quiénes eran. El general Elio Osiris Perdomo Rosario aprovechó la reunión en Buenos Aires de la séptima conferencia anual de comandantes en jefe de Ejércitos americanos para decir que estos francotiradores eran miembros de partidos comunistas (El Nacional de ¡Ahora!, 10 de diciembre de 1966: 4). Esto no parece probable, pues las agrupaciones de izquierdas dominicanas, que hipertrofiaron su participación en esta guerra, nunca han tocado el tema de los francotiradores en la Revolución de Abril, ni aún para sacar provecho de sus actuaciones y vanagloriarse de su coraje.