Antonio Guzmán era un gobernante que se sentía solo. En el Palacio Nacional a su alrededor, apenas estábamos Lorenzo Sánchez Baret, Milton Ray, Sonia y José María Hernández su esposo. Pero prácticamente, él nada más contaba con ellos dos y conmigo. Los demás se encerraban en sus oficinas.
Franklin Domínguez Hernández, alias Bonis, director general de Información y Prensa de ese gobierno, agrega que el mandatario le habló pocas veces, una de ellas para preguntarle si Jacobo Majluta, entonces vicepresidente de la República y director de Corde, había celebrado una rueda de prensa que pautó. Le respondió que no y Guzmán replicó:
-Porque sabía que si la hacía yo lo iba a cancelar. “Entre ellos existían conflictos”, comenta.
Según el reconocido escritor, dramaturgo y cineasta, “era tal su soledad que una vez me pidió que le dijera a Sonia, su hija, que quería verla”.
Franklin comenta que durante las tardes el Palacio estaba desierto pero Guzmán permanecía en la casa presidencial hasta altas horas de la noche “al extremo de que a eso de las 11:00 doña René me llamaba: ‘dile a Antonio que ya venga a cenar’”. Domínguez percibía en el ánimo del mandatario “una sensación de vacío, un estado depresivo” y cuenta que le observó: “Presidente, lo noto raro”, y él contestó que no le pasaba nada. “Algo le sucedía… y a los dos o tres días se suicidó”.
Las interioridades de este gobierno y del temperamento del mandatario son parte de los recuentos que hace el galardonado hombre de letras y de Estado de sus experiencias como colaborador de casi todos los presidentes que tuvo el país desde 1963 hasta 1978 y de otros hombres públicos de ese y otros periodos.
Pero Domínguez fue también antitrujillista, aunque en una ocasión se vio obligado a desfilar frente al tirano con una flor en la solapa y pese al discurso que tuvo que pronunciar loando al caudillo. En esta oportunidad puso de manifiesto su capacidad irónica y destacó con doble sentido que “los actos de Trujillo son bien conocidos por todos”. “Santiago Lamela Geler me dijo: “¡Franklin, te felicito, eres muy inteligente!”. La expresión, explica, no era de alabanza, “tenía un doble sentido”.
También se burló del sátrapa, sus arbitrariedades, calieses, sicarios, en los más aristocráticos escenarios cuando escribió y presentó “Espigas maduras” que aunque pasó por la censura se exhibió en casi todas las salas dominicanas. Indirectamente planteaba que había que matar a Trujillo, sin mencionarlo. “La gente salía muda de los teatros, porque entendía el mensaje”.
Se reunía clandestinamente con la oposición, distribuía pasquines, visitaba con desafectos a Minerva Mirabal pero debió irse al exilio cuando a su padre y varios hermanos los apresaron y señalaron como comunistas.
Estuvo con Juan Isidro Jimenes Grullón en Puerto Rico, quien le dictaba los editoriales de la revista URED (Unión Revolucionaria de Exiliados Dominicanos), de la que Franklin era director. “Su dictado era prácticamente una oratoria”.
En la evocación de sus relaciones con gobernantes, refiere que Juan Bosch requería constantemente su ayuda manifestándole que lo habían dejado solo. “Era diferente a lo que dicen, consultaba, estaba abierto a oír opiniones”. A veces le pedía llamar a Héctor Incháustegui, Máximo Avilés Blonda y Abel Fernández Mejía para hablar de literatura y descargarse un poco del estrés del poder.
Considera al profesor “una víctima del ejercicio democrático”. En una ocasión Bosch se desahogó con él: “¡La oposición me va a volver loco!”, mientras lanzaba airado papeles de su escritorio. La actitud inspiró al prolífico libretista escenas de “Se busca un hombre honesto” porque las vivencias políticas se reflejan en muchas de sus obras.
Por otro lado, se refirió a su trabajo junto a Rafael Molina Ureña, el primer actor dominicano en ser presidente. Revela acciones que, según él, fueron bochornosas, inconcebibles.
Aunque fue fugaz el mandato y por tanto breve el periodo que Franklin estuvo a su lado, las historias son intensas. Intuye que el presidente provisional había arreglado su asilo aunque daba órdenes como si se hubiese ido a quedar, piensa que hizo el ridículo cuando acudió a la embajada norteamericana y que fue un error abandonar el Palacio. Lo recuerda “en el sótano, muy honorable, nervioso, pálido, desorientado. Fue tímido, le faltó firmeza”.
Entonces, dice, “vino Caamaño por instrucciones de Bosch”. Y Franklin fue uno de los hombres de confianza del presidente constitucionalista. Lo conoció cuando siendo aún un oficial del séquito de Molina Ureña murmuraba, mirando al embajador: “Hijo de la gran puta, yo sé lo que voy a hacer”. El diplomático reiteraba ante un Molina Ureña silencioso que la revuelta era comunista mientras Brinio Díaz le repetía incansable que “no, señor embajador, es un movimiento democrático”.
Franklin, de espíritu amistoso y sociable, charlaba con algunos de los golpistas de Bosch. “Eran amigos míos”, apunta, y cita a Jimenes Grullón, Donald Reid Cabral y Mario Read Vittini “que me llamó en presencia de Fabio Herrera en su calidad de secretario de la presidencia del Golpe”.
García Godoy. Le tocó seleccionar al presentador para la juramentación de Héctor García Godoy cuya gestión y manera de ser detalla. Según lo que pudo apreciar en los recorridos junto a este, padecía situaciones de salud que pudieron provocar su muerte y no un envenenamiento como se dijo entonces y todavía sostienen muchos. García Godoy se llevó a la tumba una gran decepción con Joaquín Balaguer que lo animó a aspirar a la presidencia con su respaldo y luego le hizo competencia.
“¡Hombres como usted es lo que necesita el país!” ¡Láncese!”, le aconsejó. “Él estaba tan seguro de que Balaguer lo iba a apoyar que cuando este anunció que iba se sintió frustrado y reaccionó: “Yo no esperaba esto de Balaguer”.
El ejercicio político de Franklin no se limitó a ser vocero de los gobiernos. Escribió discursos a los presidentes, a algunos les tuvo que enseñar el arte de la oratoria, fue director de emisoras y canales de televisión, a los que cambió el nombre para que no los relacionaran con la dictadura, fue jefe de campaña de algunos y ente de conciliación en momentos críticos. También fue candidato a la presidencia de la República y Maj- luta hizo con él lo mismo que Balaguer con García Godoy.
Domínguez es dueño de múltiples primacías: primer gestor cultural de la democracia, productor de primeros musicales, de la primera película nacional de largo metraje, La Silla. El mueble está presente en su hogar como un símbolo de libertad.
Nacido en Santiago el cinco de junio de 1931, habla en largas sesiones de sus amores, hijos, familiares, trabajos, estudios, producciones. Es uno de los dominicanos que asumió mayores riesgos por imponer la democracia, mantenerla. En 1965 recibió en el Palacio Nacional los primeros bombardeos y fue tiroteado, después, en diferentes barrios. En la sede constitucionalista gateaba y respondía el teléfono debajo del escritorio porque “tiraban desde Los Molinos”.