La violencia es un fenómeno social que está afectando a la población de todo el mundo. Sus causas son múltiples y obedecen a un acto como tal y a su vez a las circunstancias de quien comete el hecho. Pero como escribió en un artículo la semana pasada la periodista Millizen Uribe, los feminicidios y la violencia intrafamiliar se ha convertido en una epidemia que como el mosquito nos está arrebatando vidas, destruyendo familias y corrompiendo el futuro de la sociedad en nuestras propias narices.
Las limitadas acciones por parte del Estado no funcionan y la sociedad, en sentido general, no ha tomado en serio las razones y las consecuencias de este mal. Debemos procurar el fiel desarrollo de las mujeres como la garantía de sus derechos con acciones puntuales que vayan más allá de campañas promocionales.
Cada vez que una mujer muere por culpa de la violencia se deja en desvelo el tipo de sociedad que somos, y aunque las cifras se agudizan en el rango de población más pobre, este mal está incrustado en todos los extractos de nuestra sociedad.
Los más jóvenes debemos promover una masculinidad responsable donde reconozcamos que las mujeres son diferentes a nosotros fisiológicamente, pero iguales en derechos y deberes sociales.
En definitiva y en tono poético «todo lo bueno y hermoso tiene esencia de mujer» , entonces como hombres debemos cuidarlas y promover su derecho a vivir, soñar, crecer y hasta a separarnos si desean ellas seguir sus vidas sin nuestra compañía.
Pero esta generación de masculinidad responsable debe iniciar en nuestros hogares rompiendo con el machismo y la discriminación, luego el Estado mediante sus instituciones procurando una equidad real de género que no solo sea con notas de prensa de un Ministerio de la Mujer, sino con hechos palpables como garantizar igualdad a los accesos a los empleos, salarios, derechos de libre tránsito sin sentirse acosadas…
En definitiva debemos de desaprender todo lo que nos han inculcado y como dijo Ramsey Clark: «derecho no es algo que alguien pudiera dar; es algo que nadie puede quitar».-