¿Fue necesario un ataque atómico contra el Japón?

¿Fue necesario un ataque atómico contra el Japón?

POR JESUS DE LA ROZA
Al Almirante Sigfrido Pared Pérez

El 5 de agosto de 1945, el Presidente de los Estados Unidos de América, Harry S. Truman, ordenó el lanzamiento de una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. A las 2:45 de la madrugada del día siguiente, una superfortaleza volante Boeing B 29, piloteado por el coronel de la Fuerza Aérea estadounidense Paul W. Tibbets, despegó de un aeródromo de la isla Tinian,  del archipiélago de Las Marianas, en el Pacífico Sur, a más de 2 mil kilómetros de su objetivo.

A las 8: 15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 fue lanzado el proyectil atómico que estalló a 580 metros de altura por encima del centro de la ciudad de Hiroshima con una fuerza equivalente a 12 mil 500 toneladas de explosivos convencionales.

El estallido de la bomba atómica provocó un viento que sopló a 440 metros por segundo y una temperatura que superó los 5 mil grados centígrados. En Hiroshima se desencadenó una tormenta de fuego. Desde el interior de una zona de unos mil quinientos metros de ancho, una monstruosa masa de color rojo y azul comenzó a ascender hacia el cielo; la columna succionaba en su base aire altamente abrasador que incendiaba todo. La ciudad murió. En pocos segundos, las radiaciones térmicas procedentes de la esfera de fuego volatilizaron a miles de personas. Otras, las que se encontraban a cierta distancia del epicentro, resultaron espantosamente quemadas. Todo el centro de Hiroshima se transformó en un infierno. Los trenes volcaron y los tranvías eran lanzados al aire con su macabra carga de cadáveres carbonizados. La casi totalidad de los edificios de la ciudad resultaron destruidos. En el interior el Enola Gay (así fue bautizado el B 29 desde donde fue lanzada la bomba atómica) una luz brillante procedente de la explosión iluminó el interior del aparato. El coronel Tibbets giró el avión para contemplar los efectos de la explosión, atinando a decir: “ La ciudad quedó oculta por aquella terible nube bullendo, tomando forma de hongo”  en tanto que su copiloto, el capitán Robert Lewis, exclamaba: Dios mío, ¿qué hemos hecho?

En el bombardeo atómico a Hiroshima  setenta mil personas murieron al instante, a causa del calor y la explosión. Pero, la bomba se reservó otras muertes. Los cuerpos de los japoneses que sobrevivieron en el primer momento quedaron infectados  de neutrones y rayos gamma. Casi todas las personas supervivientes en el radio de 880 metros del epicentro murieron después por efecto de las radiaciones.

El número de víctimas japonesas de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima sobrepasó las 200 mil personas.

Al amanecer del 7 de agosto, al cuartel general del Alto Mando nipón situado en Tokio llegó la noticia de que sobre la ciudad de Hiroshima había caído una nueva clase de bomba; pero, en  la destruida capital del Imperio Japonés sucesos como ése ya eran familiares.

Tres días después del bombardeo atómico de Hiroshima, la ciudad de Nagasaki sufrió el mismo destino. Otra superfortaleza volante B29, piloteado por el mayor de las Fuerzas Aérea de los Estados Unidos, Charles W. Sweeney, despegó del aeródromo  de Tinian hacia la ciudad de Kocura con la misión de arrojar sobre esa villa nipona otra bomba atómica; pero, las malas condiciones atmosféricas obligaron al piloto a desviarse hacia Nagasaki y arrojar allí el diabólico artefacto, que llevaba una fuerza equivalente a la de 22 mil toneladas de explosivos convencionales. La bomba hizo explosión a 500 metros de altura; 75 mil personas murieron al instante; y en pocos meses, por efecto de la radiación, esa cifra de víctimas muertas aumentó a más de 150 mil personas.

Después de los ataques con bombas atómicas a Hiroshima y Nagasaki, el presidente Truman, les advirtió a  los mandos militares nipones sobre el hecho de que si el Japón no se rendía inmediatamente, continuarían los ataques con bombas atómicas hasta la destrucción total de lo que quedaba del otrora poderoso imperio nipón.

El 15 de agosto de 1945, rompiendo con la tradición japonesa, el Emperador Hiroito le anunció por radio a su pueblo la decisión de rendirse: “Después de haber meditado profundamente sobre las tendencias generales del mundo y sobre las condiciones hoy existentes en nuestro imperio, hemos decidido resolver la presente situación recurriendo a una medida extraordinaria. Hemos ordenado a nuestro Gobierno que comunique a los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña, China e Unión Soviética que nuestro imperio acepta las cláusulas de su declaración conjunta “

A instancia de Winston Churchill, al Emperador Hiroito se le exoneró de la vergüenza de firmar el mismo la rendición del Japón.

El 2 de septiembre de 1945, a bordo del acorazado Missouri, los representantes del gobierno nipón firmaron la capitulación del Japón. Al final de la ceremonia, el comandante supremo de las fuerzas aliadas, general Douglas MacArthur, dijo: “ Es profunda esperanza mía y de toda la humanidad que, después de esta solemne ceremonia, un mundo mejor emerge de la sangre y de los holocaustos del pasado; un mundo fundado en la fe y en la comprensión; un mundo consagrado a la dignidad del hombre y a la realización de su más profundo deseo, el deseo de la libertad, de la tolelancia y de la justicia “

La Segunda Guerra Mundial había terminado.

¿Fue necesario utilizar la bomba atómica para obligar al Japón a rendirse?

Aunque ya ha  pasado más de medio siglo de los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki, sigue habiendo opiniones enfrentadas entre aquellos que están a favor y aquellos que se manifiestan en contra del empleo de bombas atómicas contra el Japón.

El  físico polaco Leo Szilard, que trabajó en la fabricación de la bomba, consideró que “ el empleo de la bomba atómica contra el Japón había sido  uno de los mayores errores de la historia “

El mundialmente famoso científico alemán de origen judío Albert Einstein, cuya carta dirigida al principio del inicio de la Segunda Guerra Mundial al presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosvelt motivó al gobierno estadounidense a fabricar la bomba atómica, fue más lejos en su rechazo a los ataques atómicos contra el Japón. El autor de la teoría de la relatividad ,refiriéndose a la carta que enviara al mandatario estadounidense, dijo: “Me quemaría los dedos que escribieron aquella primera carta a Roosevelt”

Sankichi, poeta japonés, víctima de la bomba de Hiroshima. Murió en 1953 de una leucemia provocada por la radiación. Escribió este poema:

Devuélveme al ser humano
Devuélveme a mi padre, devuélveme a mi madre
Devuélveme a mis mayores
Devuélveme a mis hijos e hijas
Devuélveme a mí mismo
Devuélveme a la raza humana.
Mientras dure esta vida, esta vida
Devuélveme una paz
Que no termine nunca.

De acuerdo con la lógica perversa de la guerra entre naciones, existieron razones militares y políticas de mucho peso que justificarían el empleo de bombas atómicas contra el Japón  en la forma en como se hizo.

Antes de los bombardeos atómicos, ya  el Japón se encontraba en una situación desesperada. Los bombardeos y el bloqueo norteamericano habían producido grandes destrozos a la industria de guerra japonesa. Las flotas pesqueras niponas no podían salir a alta mar, lo que privaba a grandes núcleos de la población de su principal alimento.

El hambre y las enfermedades se extendían por todo el Japón.

Miles de padres japoneses recorrían los poblados mendigando sal y puré de habichuelas para sus hijos pequeños. Como último recurso, sacaban las raíces de los lirios, comían frutos de morera y capturaban serpientes para asarlas a la parrilla, así como devoraban hierbas silvestres y cangrejos de río. Huían de las ciudades a las zonas agrícolas en busca de patatas, verduras y frutas que los campesinos vendían a precios exorbitantes. Según los cálculos del Banco de Japón, los precios de esos productos en el del mercado negro, en julio de 1945, superaban los precios de las tasas oficiales en varios miles por ciento.

Los tres complejos urbanos que constituían la clave de la economía de guerra japonesa habían sido destruidos por el fuego de las incursiones aéreas en los siguientes porcentajes: Tokio Yocohama 56%; Nayoga 52%; y Osaka Kobe 57%.  El 75% de las principales ciudades japonesas habían quedado completamente devastadas. Según los datos del Ministerio del Interior nipón, las pérdidas entre la población civil japonesa a causa de las incursiones aéreas eran las siguientes: 241 mil 309 muertos; 313 mil 365 heridos: 8 millones 45 mil sin hogar.

Truman, Churcill y Stalin, reunidos en la Conferencia de Potsdam celebrada en julio de 1945, le habían exigido al Japón su rendición incondicional.  Pero, los altos mandos militares nipones no estaban del todo convencidos de que el Japón estaba definitivamente derrotado. Al menos, abrigaban la esperanza de negociar con los aliados un acuerdo de paz. ¿Con qué contaban? En agosto de 1945, antes de los bombardeos atómicos contra Hioshima y Nagasaki, las fuerzas armadas japonesas disponían de 2 millones, 350 mil efectivos en su territorio, organizados en 53 divisiones de infantería y 25 brigadas. También, de 2 divisiones acorazadas y de 4 divisiones de artillería antiaérea. Detrás de esas tropas combatientes, había más de 2 millones de obreros del Ejército; 1 millón 300 mil trabajadores de la Marina; 250 mil hombres de una fuerza especial de guarnición; y una milicia de voluntarios de más de 28 millones de hombres.

El Japón no tenía oportunidad de ganar la guerra; pero, el hecho de que no la tuviera no significaba que la perdiera.

A pesar de que algunos generales y almirantes estadounidenses creían que un prolongado bloqueo naval y aéreo terminarían con someter al Japón, todos los planes estratégicos de los aliados con respecto al Imperio del sol naciente se basaban en la hipótesis de que el acontecimiento culminante del conflicto sería la invasión militar aliada a las islas metropolitanas del archipiélago japonés.

Fue en esa atmósfera de recelo en la que los estrategas norteamericanos ingleses y soviéticos se dispusieron a preparar la poderosa maquinaria militar que debía asestar el último golpe al Japón.

Al general MacArthur le encargaron la elaboración de los planes más detallados de la invasión. Al héroe de Las Filipinas se le confiaba el mando de todas las fuerzas de tierra, incluidos los escenarios bélicos de Alaska y el Pacífico sudoriental. El almirante W. Nimitz ostentaría el mando de todas las fuerzas navales del Pacífico. Las fuerzas aéreas del Ejército se confiaron al general George C. Kenney. La operación del asalto final al Imperio del Sol Naciente fue bautizada con el nombre Operación Olympic.

A pesar de que la Unión Soviética no estaba en guerra contra el Japón, en la Conferencia de Potsdam Stalin accedió a unir sus fuerzas con las de Estados Unidos e Inglaterra para terminar con la resistencia nipona.

La Unión Soviética declararía la guerra al Japón el 15 de agosto como parte del plan en que los ejércitos rojos se unieran con los estadounidenses y británicos para invadir al Japón.

 A finales de mayo de 1945, de parte de los aliados todo estaba listo para invadir al Japón.

Cuatro cuerpos de ejército que agrupaban más de 5 millones  de hombres desembarcarían en septiembre de 1945 en Kyushu, Koba, Nagoya, Sendal y Tokio. Los expertos norteamericanos previeron que más de 200 mil soldados norteamericanos morirían en la acción y esto preocupaba al presidente Truman, quien había dado su aprobación a que la operación se llevara a cabo, subordinándola a nuevo cálculo  del coste de la misma en términos de vida humanas.

Entre bombardear al Japón con bombas atómicas o vencerlo con el empleo de armamentos convencionales y con la ayuda de la Unión Soviética, el presidente Truman se decidió por lo primero. Así demostraba que “ la total aplicación del poderío militar estadounidense iba a significar la inevitable y completa destrucción de las Fuerzas Armdas Japonesas  y, asimismo, la inevitable devastación del solar patrio nipón”

Era que los Estados Unidos y la Unión Soviética no confiaban la una en otra. Ambas pretendían convertirse en grandes potencias tras la guerra.

El presidente Trumam ordenó los bombardeos atómicos contra el Japón no sólo para terminar de vencer al Imperio del Sol Naciente; también, porque necesitaba una poderosa arma con la cual sostener una actitud de mayor intransigencia en sus negociaciones con Stalin y la Unión Soviética.

El autor es profesor titular de la UASD y Capitán de Corbeta ® de la Marina de Guerra Dominicana.

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