“El Gabo” es uno de los hombres que pensamos inmortales, que no podemos imaginar en otro mundo que no sea el nuestro, que no podemos perder u olvidar en ningún momento, pues tuvo la genialidad de ofrecernos tantos mundos que encajan con el nuestro que ni la eternidad sería suficiente para vivirlos todos. Su partida nos deja con toda la fuerza de su imaginario, con todo un espacio existencial convertido en sueños.
Nos deja más de cien años de soledad, pues dicha obra alcanzó una dimensión insuperable e irrepetible, incomparable, que en mi caso y el de algunos amigos universitarios nos llegó por las manos de un sacerdote obrero de los años sesenta, totalmente embriagado y fascinado por esta joya, quien puso al alcance de los jóvenes que compartíamos en la Biblioteca la novela latinoamericana que aglutinó varias generaciones. Una novela que animó los círculos estudiantiles, los clubes, las tertulias, los bares y las conversaciones parisinas y prácticamente del mundo entero. Este brillante intelectual nacido en Aracataca, Colombia, entró a la literatura en 1947 con su cuento La tercera resignación; la gloria le llegó en 1967 con Cien años de soledad, y su confirmación en 1982 con el Nobel de Literatura. Ahora, el ahijado más prodigioso de Melquiades se ha ido, para quedarse entre nosotros un hombre que creó una nueva forma de narrar; un escritor que con un universo y un lenguaje propios corrió los linderos de la literatura; un periodista que amaba su profesión pero odiaba las preguntas; una persona que adoraba los silencios, y con un encanto que cautivó a intelectuales y políticos, y hechizó a millones de lectores en todo el mundo.
A través de la famosa novela “Cien años de soledad” nos aporta un territorio eterno llamado Macondo, en el cual conviven imaginación, realidad, mito, sueño y deseo… Esta obra traducida a muchos idiomas ha logrado cautivar continentes, creando un entusiasmo generalizado por toda Europa, desde Madrid a Barcelona, de París a Roma, toda Europa se implicó por varios años en la lectura de la misma que marcó un nuevo giro hacia el conocimiento de América Latina, abriendo nuevas miradas y suscitando el interés de nuevas generaciones, que querían compenetrarse con el potencial humano latinoamericano renovado por una visión alegre y optimista de su entorno y porvenir.
Gabriel García Márquez tenía el ojo agudo del cronista y del pintor con un sentido tan minucioso del detalle y de la anécdota que toda su obra despierta y transmite una panorámica en la que todo está presente en el conjunto y en la individualidad. En su escritura leemos y viajamos, en fin, vivimos con intensidad el encuentro con personajes que son parte de nuestras vidas, mientras el libro permanece abierto, porque la obra de García Márquez es interactiva, entramos y salimos en ella como en un “plateau” cinematográfico donde los personajes secundarios importan tanto como los principales. Su escritura es visual, cada secuencia literaria inspira un plano fílmico, por ello, con éxito y logros medidos sus obras fueron llevadas al cine.
Su escritura prescinde del tiempo, pues el autor mezcla con destreza el pasado y el presente, rompiendo la tradición de la narrativa linear, es un desconstructor de la cronología, pero también, un provocador que obliga al lector a participar en la construcción de la historia como es el caso de la obra “El Coronel no tiene quien le escriba”, no conocemos los nombres de los personajes principales, y como en las tragedias griegas casi todos los acontecimientos suceden fuera del escenario, tocándole al lector llevarse por su imaginación de espectador.
La imaginación de este escritor se nutre de la sobreposición del imaginario con la erudición y la fantasmagoría, para crear una galería de figuras dramáticas y bufonas que representan lo pintoresco de la sociedad, sin nunca obviar la conciencia social poniendo siempre en realce las inigualables y los compromisos, el clientelismo. En todas su obras el novelista pone en escena los males y las gangrenas del comportamiento humano…como causas principales de la desgracia de las mayorías. En muchas de sus páginas sobresalen abusos del autoritarismo y del poder, que por encima de sus pinceladas humorísticas no dejan de ser vibrantes requisitorios contra las dictaduras y los regímenes totalitarios, como en este extracto del “Otoño del Patriarca” …Se anticipó al futuro con la ocurrencia mágica de que la vaina de este país es que a la gente le sobra demasiado tiempo para pensar y buscando la manera de mantenerla ocupada restauró los juegos florales de marzo y los concursos anuales de reinas de belleza. Construyó el estadio de pelota más grande del Caribe, e impartió a nuestro equipo la consigna de victoria o muerte, y ordenó establecer en cada provincia una escuela gratuita para enseñar a barrer, cuyas alumnas fanatizadas por el estímulo presidencial siguieron barriendo las calles después de haber barrido las casas y luego las carreteras y los caminos vecinales, de manera que los montones de basura eran llevados y traídos de una provincia a la otra sin saber qué hacer…
Esta novela nos fascinó siempre, por el misterio del lugar indefinido que nos permite como lectores identificarlo en nuestro entorno inmediato por la pertinencia del contexto en el que vivimos, siempre pensamos que el “Otoño del Patriarca” encendió sus hojas en la historia dominicana, pues la mayoría de sus anécdotas son ubicables en su historia. La obra permite apropiación del contexto social e histórico para todo el Caribe, a pesar de que el autor admitiera que la personalidad de Juan Vicente Gómez, el dictador de Venezuela, era tan fuerte que ejercía en él una auténtica fascinación, reconoció también, que indiscutiblemente el Patriarca tiene más del dictador venezolano que de otro cualquiera.
En estos días de duelo literario muchos ensayos evaluarán el estilo, la semántica, la construcción del conjunto de su narrativa y lloverán las preguntas y las respuestas que intentarán sistematizar el estilo de sus obras, a nuestro humilde entender, única cada una, diferente, experimentando modos narrativos según las sicologías y los contextos, pero sí intentando siempre acercamientos que rompan con las tradicionales visiones de la realidad, con un trasfondo humano e intelectual que le permitió a García Márquez las cosas más asombrosas con toda tranquilidad, como en el caso de la ascensión tanto física como espiritual de la bella Remedios en Cien años de soledad.
Catalogar su obra en definiciones y corrientes nos parece un ejercicio inútil, pues en su escritura se trata, ante todo, de una gran flexibilidad que permite abarcar el mundo sin sentimentalismos frente a la realidad, manteniéndose libre y abierto frente a todos los campos de la modernidad.
Recordemos entonces que Macondo más que un lugar es un modo de pensar y de ver el mundo, y eso es el regalo mayor que nos deja El Gabo.
Su mayor fuerza, la capacidad de captar la vida y de observar a los seres humanos en sus movimientos, en sus detalles, en todos los matices de la cotidianidad y del rejuego de la realidad y de la magia con un potencial de narrador bíblico que no se desprende del coqueteo permanente entre la razón y la fantasía, dándole a la libertad un giro formidable de inventiva e ilusión. Con Gabriel García Márquez descubrimos América de verdad, penetramos la belleza de su flora, de su gente, de sus usos y costumbres, en un medio ambiente sublime que aparece en cada una de sus obras con una fuerza descriptiva digna de un pintor renacentista. En cada página del autor, América Latina respira y emana todos sus perfumes de guayaba y de café…