Nunca me gustó la política. En broma he dicho que si fuera gobernante metería preso a todo el mundo, empezando por mí mismo; e iría dando libertad a los que demostrasen su inocencia, o justificasen sus acciones malas o dudosas. Obviamente, eso no sería políticamente correcto en países como el nuestro.
En algún momento Danilo Medina llegó a tener 92% de aprobación, el índice más alto de toda América. Otros gobernantes han tenido alta aprobación. Los dictadores, incluido Hitler, como también los gobernantes demócratas contratan estrategas y medios de comunicación para condicionar la opinión pública. Trujillo, temor aparte, también tuvo una alta popularidad.
Todo gobernante sabe que sus iniciativas y disposiciones, para ser eficaces necesitan de la aceptación popular. Y que para mantenerse en el poder debe convencer de su accionar a una alta proporción de ciudadanos, especialmente a sectores conservadores y oligárquicos, y a cuerpos armados. Balaguer no fue propiamente un dictador, pero gobernó en gran parte obteniendo el apoyo de los militares en base a prebendas.
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Somos un pueblo ineducado, funcionalmente analfabeto, pero con autoestima muy alta; creemos entenderlo todo, y disimular nuestra enorme ignorancia mediante el mecanismo de opinar sobre cualquier materia, especialmente sobre política.
Pero son muy pocos los que van a un “carguito” a trabajar con honestidad y eficiencia. Muchos maestros y una enorme gama de profesionales y funcionarios públicos aspiran a ciertos niveles de abundancia.
En cualquier país y continente, es en extremo difícil conseguir personas honestas y capacitadas que quieran dedicarse a la política, pues suelen preferir otras ocupaciones.
Habría que ser muy selectivos al buscar candidatos entre banqueros o empresarios, cuyo afán es crear riqueza propia, sin mayor interés en el bien de los demás. O acaso reclutarlos en las iglesias, entre líderes con pocas nociones sobre administración del Estado, pero que podrían estar inclinados a repartir recursos del Estado sin reparar en las consecuencias.
A pesar de tener notorias precariedades, nuestra democracia y nuestra economía aventajan a las de muchos países de la región. Y aunque somos demasiado propensos a regocijarnos cuando declaran nuestra bachata un “valor universal”, los dominicanos no aceptamos conductas extranjeras o extrañas que pretendan destruir nuestra idiosincrasia e identidad cultural.
Difícilmente un político llegará al poder diciéndole solamente verdades a un pueblo ignorante y carenciado; tampoco encontrará aliados poderosos que lo ayuden a llegar al solio sin ciertos compromisos con ellos.
Los desafíos que enfrentan nuestros países exceden nuestras capacidades como pueblos y ciudadanos. Lo mismo le ocurre a cualquiera de nuestros gobernantes y aspirantes a la presidencia, por serios y capacitados que sean.
Debemos sopesar y moderar nuestras inclinaciones al consumismo desaforado, intentando ser más sobrios en nuestro accionar político; dejando atrás hábitos culturales perversos y examinado cuidadosamente nuestras limitaciones como individuos y como país, siendo realistas y honestos en cuanto a demandas y conductas políticas.
Sepamos valorar a los candidatos y gobernantes que pueden mejorar nuestro país. Cuidémoslos, vigilémosles, ayudémosles. Y pidamos a Dios que no nos de el tipo de gobernantes que acaso merezcamos.