Es inocultable que el progreso, la tranquilidad y el florecimiento económico y de estatus social han sido diametralmente visible e incomparable en quienes nos han “gobernado” durante las últimas dos décadas.
Cuando la movilidad social de un reducido grupo de personas pasa de clase media baja a clase alta aburguesada y excluyente de los marginados en una corta época, esto se podría considerar como un milagro o suerte política.
Creemos que ese periodo se ha caracterizado de desacierto y funesto para la mayoría de la clase pobre dominicana. Y para el país un retroceso en materia de desarrollo humano.
No podemos calificar como milagros a los tantos indicadores negativos que hemos obtenido cuando organismos internacionales nos evalúan.
Alcanzar niveles altos niveles de pobreza, baja inversión social, deficiencia en el sistema de salud, educación, desempleo, educación, desorden en el transporte, inseguridad alarmante, elevado costo en la canasta familiar, desintitucionalidad, corrupción administrativa en todos los campos de la sociedad, violación a las leyes, por solo mencionar unas cuantas cosas.
¿Es esto un milagro? No, son desaciertos de pasadas gestiones de gobiernos, donde sus gobernantes no han sido altamente capaces de administrar la nación con visión desarrollista y de bienestar colectivo.
Pues la sociedad dominicana en los últimos veinte años ha sido objeto de escándalos bochornosos, de acciones inadecuadas, inmorales, y para no ir muy lejos, el último escándalo lo constituye la venta de los terrenos de CORDE, que sí está generando intranquilidad social y no paz en los afectados.
En conclusión, decir que la sociedad dominicana está viviendo una época de milagros, es denegar u obviar la realidad social en que vivimos millones de ciudadanos; sería una burla a la inteligencia de un pueblo que cada día sufre los desaciertos de sus gobernantes de las últimas décadas del siglo XXI.
Los dominicanos, aún mantenemos la esperanza y la fe de que algún día podamos tener gobernantes que administren el país por los verdaderos senderos del progreso y del desarrollo.
Que se tenga una gestión de gobierno fundamentada en las capacidades, en los conocimientos, en la profesionalidad ética, en el buen gobierno integral, donde los ciudadanos se sientan satisfechos de los servicios que está obligado a ofrecerle el Estado; porque para eso muy bien se le remunera, no para esperar milagros mesiánicos.