Recientemente visitó el país Gregorio Luri, destacado filósofo, pedagogo y ensayista español, quien, invitado por el Instituto Nacional de Formación Técnico Profesional (INFOTEP), en magnífica iniciativa de su director general, el profesor Rafael Santos Badía, excelentemente coordinada por el joven jurista Edgar Pimentel Yost, entre otras conferencias, ha hablado ante varios cientos de docentes, invitados especiales y miembros del personal profesional del INFOTEP sobre el “Modelo de Formación: incertidumbre del presente y retos del futuro”. Las ideas de Luri sobre la educación, vertidas en gran medida en su obra La escuela no es un parque de atracciones (Ariel, 2020), son muy oportunas en nuestro país, que atraviesa una vieja y permanente crisis estructural de su sistema educativo, y nos advierten respecto al riesgo de fractura social que implica que la mayoría de la población no pueda acceder a lo que él apropiadamente bautiza como el “conocimiento poderoso”, en particular las STEM (ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas), que son las que atraen más ofertas de empleo, sueldos más altos y mejores oportunidades de desarrollo personal y social. Lo que instruyeron nuestros Hostos, Salomé Ureña y Pedro Henríquez Ureña hace más de un siglo, vale recordar, que la mejor escuela de democracia, ciudadanía y cultura es precisamente la escuela, es lo que hoy, según Luri, debe ser la escuela, la institución responsable de inculcar conocimiento y valores en una sólida y amplia clase media cognitiva que sea celosa guardiana de la cultura común y puente efectivo de comunicación entre las clases sociales. O como diría Ercilia Pepín poco antes de morir: “la patria es la que revela la cultura colectiva, y la cultura es el producto directo de las instituciones de educación”.
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Luri nos recordó también la importancia del maestro y de la relación personal y presencial docente-alumno. Citando la célebre carta de Camus a su maestro de primaria, tras ganar el Nobel (“sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiera sucedido nada de todo esto”), el pedagogo español sintetizaba lo que era el valor de este profesor, según Camus lo retrató en su novela póstuma El primer hombre: fue su maestro “quien le hizo sentirse digno de descubrir el mundo”.
Lo bueno de Luri es que, contrario a la mayoría de los expertos internacionales en materia educativa, no se adscribe a un determinado modelo educativo foráneo. Por eso entiende que no hay que ir a China o Finlandia para copiar aquí esos paradigmas. No. Propone buscar el modelo autóctono, es decir, averiguar cuáles son los centros docentes y de formación técnico-profesional más exitosos en República Dominicana y ver qué están haciendo bien, aprender de ellos y replicar sus experiencias. O, como dijo en otra ocasión, “lo que nos interesa es cómo mejorar lo que, aunque funcione no del todo bien, está funcionando”. El gran maestro español ha sembrado en nuestros lares una semilla que debe germinar en docentes y hacedores de políticas públicas. Nuestra tarea impostergable sigue siendo ahora no solo propiciar un adecuado modelo educativo-pues ello no basta en tanto “exportamos” masivamente nuestros mejores técnicos y profesionales a naciones como Canadá- sino también un nuevo modelo económico que fomente efectivamente emprendimientos competitivos y empleos de calidad.