Una tormenta con ráfagas de color y sombras azotó el alma, el pensar, el tiempo medular en que sucedieron las cosas.
Catástrofe de intensa energía, de plácida sensación, de sentido soñar, de extrema belleza, del más hermoso concierto de arte.
La aventura modernista de Jaime Colson, la expresiva sensación de un arte informalista de Gilberto Hernández Ortega , la íntima y tierna actitud de Clara Ledesma y la excelsitud, la magnífica intención y el saber de maestro de José Gausachs, se apandillaron para ofrecernos el más importante y maravilloso regalo, exquisita sorpresa de hombre artista a los ojos del mundo.
Salas de arte, galerías y recintos culturales, fueron asideros de hermosas muestras presentadas por estos finos artistas. Fueron promotores del auge de la pintura en nuestro país.
Sin dudas, la idea de estos 4 pintores de unir esfuerzo y talento, fue la más consecuente actitud en beneficio de la cultura en general. Difícilmente en la historia del arte, ese fenómeno artístico vuelva a repetirse.
Nunca será posible; pues la vida con su carga de ironía, tronchó la existencia de estos y jamás; nunca más, habrá un nuevo Colson, un Gilberto, un Gausachs, una Clara, que al convivir en el tiempo preciso, se abrazaron para crear con todo su espíritu pleno, de mágico sentir, la más bella, hermosa, trascendental e irrepetible aventura de hacer arte.
Colson: figura cimera y gran capitán de estelar contingencia de heroicos militantes en la fecunda faena de hacer y conjugar lo bello, para asombro y deleite de los ojos del mundo.
Jaime: magnética figura abanderado del rugiente grito de modernidad, insurrecto, valiente y atrevido creador de un arte innovador, cargado de peligros y con una estética con raíces y andares de otros lejanos cielos.
Colson recicló en su quehacer regio, ilustrado y cierto, todo el acontecer histórico de un siglo de un arte de vanguardia.
Detalles
Clara Ledesma: así es su arte; poesía, lumbre de espíritu, rubor de la razón, canción lejana que nos habla de aventuras del alma, de querellas de amores.
Sus criaturas, presagios de escondidos encuentros, nos delatan la gracia infinita de su rítmica cadencia. Figuras que transitan por un submundo ideal, donde las cosas levitan y danzan al compás de los mil colores.
Clara es eso, un legado sublime de culta bohemia. Amante loca de la verdad olvidada, hechicera, poeta de los cantos infinitos. Pintora sí, ausente de los malos presagios, cultora de un arte que agota la excelencia. Madonna que canta, baila y trina en el sublime refugio, más allá de los senderos de la gloria.
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Hernández Ortega: descuidado; la más bella expresión plástica, argamasa de bohemia y taller, de buen taller, de sublime bohemia, lúcida y confusa. Madera donde el ocio y el afán dejaban huellas inconfundibles de la más recia personalidad y la más solitaria forma de crear el sutil entorno de la belleza, con una grata cercanía a la sublimidad. Poeta de alto tono, cigarra agorera que denuncia la crisis y el derrumbe que presagia la Epopeya. Terracota moldeada con el rumor del mar y el sol de mediodía.
Romántico encarcelado, espía y delator de las cosas sublimes, profeta devorado por el agrio sentir de su álgida existencia, existencia imperecedera, con ribetes de grandeza y humildad pura en su forma de vivir; ingenua y fértil, viril y suicida. Alguien tuvo la virtud de vivir a plenitud, sin voltear la cara atrás. Si alguien supo decidir su propio diseño con el más ardiente deseo, ese fue él.
Hernández Ortega, genuina encarnación de Vincent, Utrillo, Soutine, Lautrec, Modigliani, genios que le antecedieron. Los duendes encantados con lo fascinante del valor y el color.
Jose Gausachs: poesía con rumor de mar, paisaje que cuenta de esmeralda y cielo, que dice con terneza las mil luces y los mil colores, plácido, móvil de hermosa visión de sombra tímida, fulgor de trópico, canción del alma, agradable visión de la belleza.
En Gausachs reina la estirpe mulata que vino de lejos, la negra expresión con luz de luna, bella, simple, sensual, ingenua, ternura de unos ojos bañados de luz.
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Gausachs: hechicero que juega a la verdad y a la aventura, romántico, aguerrido, que se roba el fulgor de las estrellas, que apacigua la ira de Dios y nos dice de plácidos sueños y certeza de amores.
Gausachs pintó a la mujer mulata como Diosa en su santuario. Veladuras, reflejos de piel morena, tersa y suave como la brisa fresca, sonrisa de paz y alegría, joven reflejo de la esperanza, ojos bañados con la claridad del alma, pícaros, negros y profundos de un tierno sentir.
Cabeza hermosa con tocados de cayena matizada en un pulcro color bermellón y tiernas de siena, bucólica estirpe de un raro decir, caritas de ángeles traviesos, de leve rubor, reina del encanto, diosa del amor.
Mulata de nuestro país, el más caro estímulo que Gausachs acarició como asidero del más sentido arte en su nuevo estar, su cálido y acogedor terruño.
Grupo Los Cuatro, compinche de Clara, Gilberto, Colson y Gausachs; el más importante acontecer de la plástica dominicana.
Jamás serán repetidos, jamás serán olvidados.