El pasado siglo fue calificado como el de los extremos. Sin embargo, algunos de los actuales conflictos violentos tienen expresiones tan o más horrorosas que la generalidad de los episodios de horror de los de la pasada centuria. Pienso en el holocausto a cielo abierto que con ciega ferocidad mantiene el militarismo de Israel en Gaza y la indiscriminada destrucción de las infraestructuras de Ucrania y de algunas zonas de Rusia, de las que en esencia son responsables los grandes capitales que controlan las industrias de guerra de los países integrantes de la OTAN.
Puede leer: Comunistas y socialdemócratas, un curioso camino
No advierten que de esa guerra son directos beneficiarios los grandes emporios de la industria militar, sobre todo la de los EEUU que con su activa y determinante participación en ella ha apuntalado su poderío tecnológico y su capacidad de producir bienes y servicios para colocarlos en el mercado mundial, ni que los ejércitos de la OTAN han multiplicado las ganancias de los señores de guerra en sus respectivos países, por ende su capacidad de hacer daño. Tampoco que la acción de Putin, lejos de debilitar esa alianza militar provocado que se solidifique y amplíe, incorporando países que, como Suecia, era impensable que se sumasen a ese engendro y que además, con acción militar oligarcas rusos que se adueñaron del complejo militar del país, también engrosan sus fortunas. Los pueblos ruso y ucraniano, los grandes perdedores, sobre todo este último que ha visto la sostenida destrucción de sus infraestructuras productiva, sanitaria, educativa y hasta cultural. El éxodo de la población de enteras regiones de esos países, la matanza de civiles, niños, envejecientes y jóvenes que mueren en una guerra absurda. En el caso del holocausto de Israel en Gaza, su fría preparación de un plan de genocidio y de exterminio (limpieza étnica) solo es comparable con el Holocausto preparado por los nazis como “solución final”, la matanza de la población judía en Alemania y en toda Europa. Condenar esa acción es ética y políticamente justo, como también condenar la barbarie de Hamas contras sus rehenes.
Apoyar ese grupo es darle la espalda a los judíos que condena el holocausto israelí en Gaza y a los árabes que luchan contra Gobiernos fundamentalistas. La generalidad de los conflictos bélicos o de violencia larvada que laceran el mundo es que muchas veces se convierten en fuentes de acumulación de capital, como el ruso-ucraniano, amalgamadas con viejas y taponados diferendos de carácter religioso, étnico, de intereses regionales, nacionales y de caciques locales. Apoyarlos acríticamente y al margen del tema de clases, más que una insensatez es una irresponsabilidad o de una inútil obcecación.