Como auténtico visionario que advirtió los enigmas de la vida y la existencia en las interioridades de su propio ser; en las entrañas de su tierra originaria; en la deliciosa transparencia del aire de las islas y en la perpetuamente alucinada “mirada del paisano”, la mañana del pasado 9 de marzo, ha fallecido en su residencia de Santo Domingo el maestro Guillo Pérez, uno de los más prolíficos y admirados exponentes de la pintura dominicana de la modernidad y con quien tuve la dicha de colaborar estrechamente en diferentes proyectos expositivos.
Por esa efectiva complicidad, en ocasiones tan estrecha como especialmente distendida, y por las últimas y abrasadoras miradas que me dirigió, suscribo estas notas con la seguridad de que el Maestro se desprendió del mundo material en plena consciencia de que su itinerario vital y creativo, es decir, absolutamente todo, se había consumado a la perfección.
Guillo Pérez no solo fue agraciado por la divinidad con su talento creativo excepcional, con su extraordinaria capacidad de entrega en la formación de sus discípulos o con su altiva y carismática personalidad, sino que también bebió en los dominios ignotos de la “sabiduría perenne”. Así que, los niveles de trascendencia que adquiere la consciencia nacional en su producción plástica; su constante disposición reflexiva y la misma dignidad que mantuvo hasta sus últimos instantes, me permiten sostener que el Maestro se despidió tranquilo, libre y silencioso como un nuevo vidente; como un nuevo profeta de la Tierra y en su propia tierra.
Tal como ha declarado el ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez: “Su muerte nos entristece a todos, tenerlo vivo era un privilegio porque era un patrimonio viviente, aunque seguirá siendo un patrimonio, porque su legado artístico y su ejemplo prevalecerán para disfrute y referencia de las presentes y futuras generaciones”… ¿Entonces por qué no procede el MINC a la convocatoria del comité selector del Premio Nacional de Artes Plásticas 2013? Pero lo que más duele, en verdad, como tantas veces lo advirtiera en forma dramática el mismo Guillo Pérez, es la ausencia de una “política oficial” de apoyo a la proyección nacional e internacional de las manifestaciones más avanzadas de nuestras artes plásticas y visuales…
Aunque los últimos cinco años pudieran declararse definitivamente “oscuros” para el arte y los artistas dominicanos, no solo por el fallecimiento de creadores de reconocida trayectoria: Nidia Serra, Marianela Jiménez, Cuquito Peña, Fernando Ureña Rib y Soucy de Pellerano, sino también por la intensificación de la nebulosa que toca al mercado de arte local, estas breves notas no pretenden invocar ni compartir el escenario del dolor, sino tan solo servir de plataforma para la reafirmación del potencial trascendente contenido en la obra y trayectoria artísticas de Guillo Pérez.
Y a la hora de significar dicho potencial, Abil Peralta Agüero, reconocido crítico, curador, amigo y estrecho colaborador del Maestro, nos adelanta: “Además de los aportes fundamentales de Guillo Pérez mediante la conceptualización de lo nacional en la pintura moderna dominicana, está su capacidad de aprendizaje originario con su maestro Yoryi Morel; con los lenguajes estéticos y estructuras plásticas del Constructivismo Latinoamericano del uruguayo Joaquín Torres García, asociándolo con inteligencia e intuición al Constructivismo Ruso, generando una poética y una teoría estética que él estableció como Constructivismo Antillano. En la República Dominicana, sólo Jaime Colson, con su Neohumanismo, creó una base científica para definir los principios estéticos de su arte”.
Por su parte, Ranier Sebelén, amigo, promotor de su obra, compañero de viaje en varias ocasiones y confidente del maestro Guillo durante las últimas tres décadas, sostiene: “La obra de Guillo Pérez nos revela de inmediato su genialidad en sus impactantes colores y en la belleza de sus transparencias. Su maestría y su técnica eran impresionantes. No tenía que envidiarle a ningún artista en el mundo. Como ser humano, era sencillo y sensible. Con un corazón noble y siempre preocupado por los problemas sociales de su país. Lo quería como un padre y le estaré siempre agradecido. Espero que el país algún día sepa valorarlo como artista y por su gran calidad humana, por los aportes trascendentales que hizo a esta sociedad. Que descanse en paz”…
Proactivo, abierto, locuaz e intensamente reflexivo. Ante su excitante presencia, uno estaba dispuesto a presumir que su estupendo sentido del humor; su sonrisa afable o sus miradas llameantes, tenían algo que ver con su refinada sensibilidad y con su genialidad creativa. Guillo Pérez siempre hizo gala de una fraternidad ejemplar, tanto con sus discípulos como con sus colegas contemporáneos. Esta misma actitud solidaria le ganaría admiración y mayor respeto entre los galeristas, coleccionistas, comunicadores y críticos de arte del país y del extranjero.
En ese sentido, el ingeniero Luis Felipe Cartagena apunta emocionado: “Con orgullo recuerdo el apoyo entusiasta de Guillo Pérez a todas las actividades del arte nacional. En los años comprendidos entre 1989 hasta principio del nuevo milenio, recuerdo que solía juntarse casi todos los días en la tarde en la Esquina de Tejas con diferentes amigos para hablar de arte. Recuerdo al maestro Guillo apoyando las exposiciones de las diferentes galerías de arte del país. Nunca olvido cuando lo invité a la inauguración de Galería de arte Shanell de Malecón Center en el año 2005 con la muestra de “52 Maestros de las artes plásticas latinoamericanas”, inmediatamente me dijo “si, ahí estaré”…
Hasta la primera mitad de la década de los 70, las resoluciones pictóricas de Guillo Pérez traslucen el “grito” lírico y delirante, los empastes matéricos vigorosos, la densidad de los juegos texturales, el “turbión telúrico”, la crítica monocromía, las cálidas tonalidades, así como una radical y poderosa expresividad…“La fuerza de mi tierra es lo que me motiva a pintar el color del trópico, la gloria del mar, los campos de caña y la dura labor de sus hombres, esas son mis fuentes de inspiración permanentes”… En su vasta producción destaca la ardiente policromía de sus composiciones: paisajes, monumentos arquitectónicos, marinas, retratos, escenas del ingenio azucarero (cañaverales, “braceros”, ferrocarriles, bueyes y carretas) y sus inconfundibles “gallos en el paisaje”.
GUILLO PÉREZ
Según nuevos datos, suministrados por Ranier Sebelén, Guillermo Pérez Chicón-Guillo Pérez- nació en San Víctor, Moca, el 3 de agosto de 1923. Como se puede apreciar, esta fecha corrige la del 3 de marzo de 1926, considerada correcta, hasta ahora, por la mayoría de las publicaciones y especialistas de arte del país. Hijo de Francisco Guillermo Pérez Chicón y Ana Luisa Chicón de Pérez, oriundos de Guaucí. En 1934, estudia en la escuela pública México, en Santiago de los Caballeros. En 1946, cursa estudios de música y religión en el Seminario Católico del Santo Cerro. Practica el paisaje al natural en el taller de su tío Yoryi Morel. Se gradúa en la Escuela de Bellas Artes de Santiago y estudia 6 años de violín y teoría musical (1946-1952). En este mismo año, es profesor-fundador- de la escuela de Bellas Artes de La Vega.
En 1958, obtiene el “Premio Editora del Caribe” en la IX Bienal Nacional de Artes Plásticas y en 1960 es premiado en la X Bienal. En 1970, obtiene una Mención de Honor en el II Festival Internacional de la Pintura de Cannes-Sur- Mer, Francia. En este mismo año, es designado profesor y director de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Fue profesor de arte en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. En 1995, el Gobierno dominicano le otorga la Orden del Mérito de Duarte, Sánchez y Mella en el Grado de Caballero, en ocasión de la celebración de sus 50 años de trayectoria creativa. En el 2010, el Museo de Arte Moderno le organiza una gran muestra retrospectiva y la Cámara de Diputados le concede la Medalla al Mérito para las Artes y las Letras.
En el 2012, recibe el Premio Fundación Corripio, en la categoría arte, por ser “realidad y símbolo de la entrega a la investigación y al oficio de pintor como máxima expresión de la cultura dominicana”. Guillo Pérez expuso su obra exitosamente en importantes galerías, museos, bienales e instituciones culturales de los Estados Unidos, Panamá, Honduras, Costa Rica, Venezuela, Colombia, Perú, Chile, Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia, Cuba, España, Francia, Puerto Rico, Italia, Alemania, Israel y Japón. Considerado como un ícono de la plástica dominicana de la modernidad, tanto por su extensa y fecunda trayectoria como por los niveles de influencia y presencia que ha ejercido su arte en la reafirmación de la identidad cultural nacional. Junto a su legado trascendental, a Guillo Pérez le sobreviven su viuda, doña Amalia Linares, así como sus hijos Willy, Miguelina, Guillermo, Esteban, Amalia, Isaury, Miguel, Ángela, Fanny y Francisco.