En respuesta a las críticas que le llueven porque no concede entrevistas a la prensa, encabezadas estas por la Sociedad Dominicana de Diarios, el Presidente Danilo Medina dijo adherirse a la escuela política de aquellos a quienes “les gusta hacer y no hablar”, una expresión maniquea la cual pretende separar los hechos de la palabra hablada.
La gobernabilidad democrática moderna obliga a Jefes de Estado, líderes y ministros a someterse frecuentemente al escrutinio público mediante el intercambio fluido con los periodistas.
En Estados Unidos de América, nuestra paradigmática nación democrática, el Presidente Obama cumple ese rol sagrado puntualmente cada semana, a veces en forma múltiple; el jefe de prensa de la Casa Blanca ofrece diariamente una conferencia y, en menor escala, hasta los entrenadores de los deportes profesionales son conminados a dialogar con periodistas de cobertura sin importar los resultados. En una palabra: Ya no se puede gobernar bien, tampoco dirigir bien, sin enfrentarse con la prensa. Esto se llama transparencia.
Porque hablar es, sencillamente, un hecho humano, el acontecimiento trascendental del hombre y la mujer después de aprender a caminar y controlar las necesidades fisiológicas; la oralidad es el suceso primario de la comunicación, y aunque hacer es verbo de una amplia gama significativa, según la función que desempeñe en la oración, la acción existe con y por la palabra.
Mientras el lenguaje escrito, creado después, permite un desarrollo progresivo, lo oral, más espontáneo, está a menudo marcado por dudas, lapsus, frases inacabadas o, sencillamente, por una estructuración de los constituyentes influida por la emotividad. Ahí tiembla cualquiera, se origina el miedo escénico, pero al dominar esta fase, llega el éxito.
Finalmente, coincido con el Presidente Medina: hablar con entereza y superioridad, coherencia entre hechos y palabras, nunca hablar por hablar.