Hacia una democracia doméstica

Hacia una democracia doméstica

(Shutterstock)

El 8 de noviembre de 2007, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció que cada 15 de septiembre se celebraría el Día Internacional de la Democracia, siendo festejado por primera vez al año siguiente.

Cada año, el Día Internacional de la Democracia trabaja en torno a un lema, y este año 2022 es: «Proteger la Libertad de Prensa para la Democracia».

La democracia doméstica

Todas las personas dependen de los cuidados de otros durante la mayor parte de sus vidas. Ese cuidado consiste en la provisión de los bienes requeridos y los espacios adecuados para la satisfacción de las necesidades de las personas cuidadas: provisión de alimentos, limpieza de ropa y del hogar, provisión de servicios básicos como agua, luz, calefacción, energía para cocinar.

No es ninguna novedad que esta tarea reproductiva necesaria para la sociedad recae en su mayoría en las mujeres. En nuestro país representan un 76% según el Indec, lo que implica un menor tiempo disponible para destinar al mercado de trabajo que también está fuertemente atravesado por las desigualdades de género.

El punto es que este trabajo que se encuentra invisibilizado en la mayoría de los casos se plantea como amor. Citando a la feminista Silvia Federici, “eso que llaman amor es trabajo no pago”.

El trabajo de cuidados, desvalorizado a diferencia del trabajo de mercancías por el simple hecho de que el primero no es pago y el segundo sí, toma gran notoriedad en este contexto de pandemia como así también su desigual distribución dentro del hogar.

Según Naciones Unidas, las mujeres dedican entre una y tres horas más que los hombres a las labores domésticas; entre 2 y 10 veces más de tiempo diario a la prestación de cuidados (a los hijos e hijas, personas mayores y enfermas), y entre una y cuatro diarias menos a actividades de mercado.

Antes de la pandemia, las mujeres realizaban el triple de trabajo doméstico y asistencial no remunerado que los varones. Este contexto de pandemia agudizó esta distribución doméstica desigual. El aislamiento social que trajo aparejado la pandemia significó el cierre de las escuelas como así también la necesidad de asistencia de familiares que requieren cuidados, lo que implica una sobrecarga a aquellas personas que realizan ese trabajo.

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Esto implica una doble jornada laboral para la mayoría de las mujeres trabajadoras. El aumento de tareas se acrecentó sobre sus espaldas porque además de tener que teletrabajar, hacer videoconferencias, o preparar clases tuvieron que sumar lavar la ropa, secarla, plancharla y guardarla en los placares y preparar la cena, el almuerzo, el desayuno y la merienda (antes no se hacían todas las comidas de toda la familia en la casa cuando la gente salía a las oficinas y a la escuela) y por lo tanto menos horas para descansar, estudiar o disfrutar del tiempo libre.

La dificultad para conciliar trabajo remunerado y no remunerado incide en el tipo de inserción laboral que tienen las mujeres, que por responsabilidad de cuidados se ven muchas veces en la necesidad de retirarse del mercado laboral o acceder a empleos de menor carga horaria, por menor remuneración y mayor informalidad.

Como resultado de ello, las mujeres presentan menores tasas de actividad que los varones (49.4 contra 69.4) y mayor desempleo (9.5 contra 4.5) y ocupan el doble de tiempo que los varones en trabajos domésticos y de cuidado no remunerado (6.4 contra 3.4 horas día).

Esta crisis sanitaria social y económica está exponiendo tanto la centralidad que tienen los cuidados como la desigualdad que existe en su distribución.

Es importante poder generar una democracia doméstica. En estos días de confinamiento podemos hacer el ejercicio de preguntarnos: ¿Se están dividiendo esas tareas entre los integrantes de la familia de manera equitativa? Si así fuera el caso, ¿cómo era la división de tareas previa al aislamiento?

(Con información de Infobae)