Por: Inocencio García Javier
Hace dos décadas hice un esfuerzo por entender la complejidad del sistema político y la cultura haitianos mediante esta reflexión:
“Parecería, y quizás es una de sus características más singulares, que la trama del sistema político haitiano no opera siguiendo el curso más o menos “previsible” con el que operan los acontecimientos políticos en el mundo occidental. Al parecer, lo que le imprime ese sello único es lo que varios políticos e intelectuales haitianos denominan como el “Cimarronaje Político”, y es, a su vez, lo que quizás, le da tanta fuerza de hecho cierto a lo que es aparente”.
Debido a la necesidad de liberación del opresivo ‘sistema de plantación’ que tuvieron los Ibos, Kongos, Mandingas, Tocouleurs, Peuls y Haoussas, entre al menos veinticuatro diferentes grupos étnicos de los que el ‘Sistema Colonialista Francés’ y europeo arrancó de sus tierras en África, el Cimarronaje Político se convirtió en la génesis de la lucha antiesclavista con las primeras invocaciones que hiciera Boukman a los dioses vuduístasen la Parte Occidental de la isla, conocida posteriormente como República de Haití.
Y, en esencia, el Cimarronaje Político es un subsistema cultural caracterizado por una tradición de lucha, mediada en su accionar por la emergencia enla elaboración de una identidad del colectivo alzado y la desconfianza como factor de supervivencia.
Fenómenos que aún persisten en Haití hasta nuestros días.
Aparte del fenómeno del Cimarronaje Político que hinca sus raíces en el alma y la cultura política nacional haitianas, así como los de fragilidad social, económica, institucional y ecosistémica, impacta, de manera considerable, el peso de la comunidad internacional en las decisiones fundamentales de ese país como lo atestigua abundantemente la historiografía política producida por intelectuales haitianos y extranjeros.
Después de la caída de la Dictadura de François Duvalier y su hijo heredero Jean Claude Duvalier, y que se prolongó desde el año 1957 al 1986, el vecino país adoptó la Constitutición del 29 de marzo de 1987 que definió un régimen político híbrido: Parlamentario y Presidencial, el cual incluye un Primer Ministro como jefe de gobierno y el presidente de la República como jefe del Estado.
El propósito de los Constituyentes haitianos fue el de conjurar, vía la implantación de un sistema como el indicado, el fantasma de los regímenes dictatoriales que Haití ha padecido a lo largo de su historia.
Pero ese régimen político que emula el sistema parlamentario francés no dispone de las condiciones económicas, sociales, institucionales ni de la tradición de una cultura política caracterizada por el diálogo y el consenso como mecanismos de eficacia y legitimidad en el funcionamiento de ese sistema de invención occidental.
Desde la adopción de su constitución, Haití lleva ya treinta y cuatro años en el cual el presente y el pasado son líneas de tiempo que se entrecruzan. Ya es una de las transiciones políticas más dilatadas de la región, y durante la cual solo ha gozado parcialmente de una relativa estabilidad -1995-2001 y 2006-2011-, que fueron los dos períodos de gobierno del finado presidente René Préval.
El 5 de enero pasado del año en curso, el presidente Jovenel Möise repitió literalmente el mismo escenario de inestabilidad y limbo constitucional actual como el que se produjo en el año 1999 durante el primer gobierno del presidente Préval.
El 11 de enero de ese año, el presidente Préval no se presentó a pronunciar el discurso ante la Asamblea Conjunta de ambas cámaras, sino que lo hizo mediante una alocución televisiva en la medianoche de ese día, y en la cual anunció que se daba término a la 46a Legislatura, la prescripción del mandato de los legisladores y de la disolución del Parlamento, los Consejos Comunales y de los Consejos de Administración de las Secciones Comunales (CASECS).
Emitió luego un decreto en enero de ese mismo año, donde se consignaba el cese del mandato de los síndicos y regidores y nombrando comisiones para administrar las alcaldías hasta la celebración de nuevas elecciones.
En consecuencia, Haití entró en una inestable y crispada etapa política durante la cual se produjo lo que los medios de comunicación haitianos de ese año calificaron de tranque institucional y limbo constitucional, porque no se pudo instalar la 47a legislatura.
Jacques Edouard Alexis, como Primer Ministro, se convirtió en la cabeza de un gobierno de facto ante la inexistencia del Parlamento que le escogiera en una terna sometida por el presidente y, además, le aprobara su programa de gobierno.
Como si Haití estuviese regresando este año 2021a través del túnel del tiempo que lo devuelveaaquel enero delaño 1999 -han pasado veintidós años-,el presidente Möise emitió el mencionado decreto, en el cual dispuso el cierre del Parlamento.
La gran diferencia con aquella crisis es que la que vive Haití en estos momentos es inmensamente más compleja que la generada por la misma decisión de 1999, porque el vecino país se encuentra sumergido en una profunda crisishumanitaria y de ingobernabilidad política.
Agravada, además, por la ausencia de una mediación política interna y una comunidad internacional que parecería que habría abandonado ese país a su suerte, quizas agotada por lo persistente de esa crisis estructural en Haití, y porque ella misma, al mismo tiempo, padece la crisis del multilateralismo.
Y en estos momentos sumamente críticos-por inciertos y de mayor complejidad-, un escenario que parecería casi calcado con el vivido en ese país hace ya veintidos años, se podría afirmar que se consolida la tesis del intelectual haitiano Sauver Pierre-Etienne, en su libro Misère de la Democratie, en el sentido de que “[…] las crisis en Haití se caracterizan por ser recurrentes, centrales, permanentes y estructurales en la historia del país”.
Al presente se le agrega un fenómeno de sociología política que está padeciendo no solo Haití, sino en muchos países de la región -incluido el nuestro en algunas de sus manifestaciones-, y es lo que se conoce en Perú como “el nacimiento de los Otorongos”.
Ese fenómeno hace referencia a la crisis del sistema de partidos en el Perú, el ascenso del Fujimorismo a principios de la década del ‘90 y la aparición de una nueva especie de animal político (Otorongos, especie de tigres de Bengala, mayor depredador de su especie en las llanuras africanas), que venden su lealtad al mejor postor, y controlados porelascenso y consolidaciónde la corriente política autoritaria-populista-prebendista fujimorista.
La enfermedad del sistema de partidos y del régimen político peruano se extiende hasta la crisis político-electoral actual.
En el caso de Haití, la presidencia de Michel Martelly (mayo 2011-feb. 2016; Sweet Micky, cantautor del género Kompa) hasta el actual presidente Jovenel Möise (empresario agrícola), la misma inauguraría una etapa político-institucional parecida a la del Perú con el nacimiento de los Otorongos haitianos.
La actual etapasustituye al periodo encabezado por políticos profesionales y de perfil intelectualqueguiaron el proceso de elaboración de la Constitución del 29 de marzo de 1987 que, aunque ‘cimarrones modernos’, tuvieron una conducta política distinta a las de los Otorongos que dominan hoy la política del momento en Haití.
En el marco de la actual profundización de la crisis de gobernabilidad que Haití viene arrastrando desde la instauración del período post dictadura duvalierista, la vecina nación, sin lugar a dudas, está regresando de ese oscuro túnel del tiempo -en ese entrecruzamiento entre pasado y presente-, sin las indispensables fuerzas para controlar y poner orden en su territorio y en una población haitiana merecedora de mejor suerte, respeto y consideración.
Y mucho menos en la actual coyuntura, las imprescindibles fuerzas material, morale institucional para honrar compromisos internacionales.
El autor es Secretario de Relaciones Domínico-Haitianas del partido Fuerza del Pueblo
Ex Viceministro de Cooperación Internacional.