La Organización de Estados Americanos (OEA) logró ayer hacer consenso entre sus miembros reunidos en Asamblea General en Lima, Perú, alrededor de una declaración que reclama apoyo para ayudar a restablecer la seguridad y la democracia en Haití. Sin dudas, una expresión de buena voluntad de los Estados miembros, una especie de mirada compasiva hacia un Estado-miembro que se desangra víctima de una violencia que ha hecho trizas las instituciones estatales básicas. Pero es un apoyo sostenido en la nada, una mirada que se pierde en un horizonte lejano y deshilachado. Haití necesita mucho más, Haití reclama, en estos momentos tan grises para su porvenir inmediato y mediato, que esa corporación de la que es miembro, la OEA, sea más concreta, más diligente y más empeñada en trazar algunas posibles vías que lleven a algún lugar específico.
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Hay momentos cuando la retórica no es pertinente, cuando la palabra retocada y embellecida en el beauty-parlor de la lengua es inútil. En la declaración emitida por la OEA queda claro que los integrantes de esta organización tienen pleno dominio de las necesidades puntuales de Haití en esta hora de bandas y bandidos, de violencia y violentos, de ausencia de instituciones. Por eso aboga por fortalecer el sistema judicial y la sociedad civil, por mejorar la formación de funcionarios portuarios, por detener las bandas armadas que aterrorizan, por cortar la transferencia de armas y municiones, por parar en seco la violación de los derechos humanos y por la celebración de elecciones libres. Pero esta claridad de pensamiento pide de la OEA un compromiso que tenga nombre, apellidos y fechas. Llegó la hora de poner la mano en el arado. ¡Vayamos a lo concreto!