El mundo cambió y Haití no se dio cuenta. Llegó la globalización, la tecnología, la inteligencia artificial, la convivencia y la socialización posmoderna, el intercambio y la conexión con los demás países, para crecer, existir y sobrevivir, a través de la cultura, el turismo, la economía de servicios, el comercio, la remesa y el desarrollo agroindustrial.
20 años de la presencia internacional en Haití con ayuda económica, militar, asesoría y fiscalización, y no pudieron organizar el Estado fallido haitiano. Literalmente, es un país rígido, inflexible, inadaptado, de visión corta que, no aprende, no flexibiliza, no se deja ayudar y, mucho menos, desmontar un sistema de creencias distorsionado y limitante de que “Haití solo puede con Haití”.
Los países latinoamericanos y caribeños, poco a poco han avanzado en su democracia, en el sistema político, en la globalización y reconexión con los demás países; al menos, han tenido que ajustarse a medidas internacionales, acuerdos y tratados para entrar a la civilización y humanización del respeto a la vida, a la convivencia pacífica, la tolerancia y el disenso que se necesita para existir y conectar con las demás personas.
Haití asiste desde décadas a un proceso recurrente que se ha hecho crónico de desconexión interna, entre autoridades, sociedad civil, el pueblo y los políticos. La ausencia de una clase gobernante, media y media baja comprometida y responsable en jugar su rol para organizar el país.
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La desconexión ha sido total: nadie cree en nadie, no hay liderazgo, no hay dirección, no existen instituciones, ni orden, ni reglas, ni ley, ni régimen de consecuencia.
La desconexión es sociocultural y espiritual; acompañada de un proceso de desmoralización con desesperanza aprendida, pobreza extrema, indigencia, deshumanización y de aculturación total. El sistema de creencia popular ha entrado en un proceso de retroceso de siglos pasados.
Bandas, cobro de peaje, venta de armas, narcotráfico, mercado ilícito, asesinato, desapariciones, secuestros y linchamiento han formado parte de la cotidianidad haitiana. Es un país que vive el miedo, el terror, el crimen y la descomposición social de forma salvaje.
Haití como pueblo no está en capacidad para conectar con su propia experiencia, ni puede planificar, organizar, ni gerenciar soluciones en el corto y largo plazo.
Lamentablemente no tiene recursos naturales, ni riquezas que a las colonias les interese para explotar, ocupar y tomar el control de Haití.
Los organismos internacionales, los países europeos y EE. UU. deben encontrar la forma y la ayuda económica, militar, social y estructural; detener el salvajismo, deshumanización y la hambruna que vive Haití.
Es impensable, pero el pueblo haitiano responde a regímenes de fuerza, dictatoriales, de casta y de grupos con capacidad de control a las bandas y desordenes populares.
La presión social, la demanda por alimento, salud, trabajo, movilidad social y sobrevivencia se siente y se vive en la Republica Dominicana. Chile no pudo con la migración haitiana, ni Brasil, ni la Florida, ni Cuba, ni Centroamérica. La desconexión y la inadaptación social de los haitianos les impide establecer la resiliencia social. ¡Qué pena!
Para conectar hay que cambiar; desmontar el sistema de creencia, revisar los resultados de vida y las malas decisiones.
Reconectar es aprender a fluir consigo mismo, con los demás y con el mundo exterior. Haití dolorosamente no sabe reconectar ni conectar con el mundo ni con su propio “yo”.