Soy un firme defensor, al igual que el presidente Luis Abinader, de que “no hay solución dominicana para Haití”. Cualquier esfuerzo de cara a ayudar a nuestro vecino país, debe partir de esa premisa.
Hemos cargado, durante décadas, con las desgracias que han arropado a los haitianos, pero principalmente, con la indiferencia de la comunidad internacional y de los poderes fácticos que se han beneficiado de un estado fallido hoy día dominado por bandas criminales que luchan por su control.
En octubre del 2021, tuve la oportunidad de exponer algunas ideas ante miembros del poderoso Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.
La mayoría de los presentes eran demócratas. Como era de esperarse, fui abordado con dos temas: el “racismo existente” en la República Dominicana, para ellos, producto del tranque en el Código Penal por incluir el artículo de no discriminación; y la situación con Haití, donde referían que los haitianos eran maltratados en suelo dominicano.
Ante ambos temas, defendí sin titubeos el respeto que existe en nuestro país ante la diversidad, pero, además, les reproché el abandono de los Estados Unidos hacia Haití. Les expliqué todo lo que República Dominicana había hecho para ayudar a ese estado fallido.
De igual forma, manifesté que nuestra soberanía no estaba en juego, y que no la negociaríamos jamás ante presiones internacionales.
Y finalmente, les dije, que no podíamos cargar ni con inmigrantes ilegales, ni chantajes de los poderes fácticos haitianos que quieren someter a las autoridades dominicanas a violar nuestras normas migratorias.
Al concluir el encuentro, hubo un silencio, pues muchos de ellos no tenían detalles de las realidades que vivimos los dominicanos con el problema haitiano.
Tenían informes de medios de comunicación que han querido distorsionar a la opinión pública sobre esta situación, y también de ONGs que han manipulado la verdad. Ahí radica la importancia de buscar todas las fuentes para emitir una opinión.
Parece que, al subir los niveles de tensión en Haití, donde recientemente fue quemado vivo, cual tribu caníbal, un exsenador de ese país, algunos periódicos norteamericanos han alertado sobre la necesidad de una intervención de algunas potencias, incluyendo Estados Unidos, para rescatar lo que queda del otro lado de nuestra isla.
A esto se suma la Organización de Estados Americanos (OEA), hasta ahora silente ante el tema haitiano, reclamándole “el fracaso de Haití”, a la comunidad internacional.
Conversando hacen unos días con un empresario con intereses en Haití, él mismo me indicaba que “eso es un pedazo de tierra donde uno hace algunos negocios”. Queda la pregunta: ¿podrá ese pedazo de tierra volver a ser un país algún día?