Haití: Quién es Jimmy “Barbecue” Cherizier, el expolicía que se convirtió en el pandillero más temido

Haití: Quién es Jimmy “Barbecue” Cherizier, el expolicía que se convirtió en el pandillero más temido

Jimmy Cherizier tenía los ojos clavados en una foto de Jovenel Moise, el presidente asesinado por un extraño comando armado el 7 de julio a la madrugada en su residencia de Puerto Príncipe. Cherizier, conocido como Barbecue (barbacoa), estaba vestido con una camisa y un ambo blancos que resaltaban su corbata negra.

Era uno de los pocos con el rostro descubierto. A su alrededor, cerca de mil personas, casi todas encapuchadas, lo seguían como un séquito en La Saline, una de las principales barriadas populares de la capital haitiana. La congregación, reunida el lunes pasado cerca del mediodía, pretendía ser un homenaje a Moise y una protesta en repudio de su magnicidio.

Luego de prender una vela en el altar improvisado en el que se ubicó el retrato del ex mandatario, Barbecue se dirigió a sus seguidores. “Todos tienen que esperar a mi orden antes de responder al asesinato de Jovenel Moise”, dijo este ex policía que está al frente de G9, una alianza de pandillas que se convirtió en una de las principales organizaciones criminales de Haití. “¡Sin justicia no hay paz!”, agregó.

Cherizier y su banda están acusados de cometer todo tipo de crímenes, desde robos y secuestros extorsivos hasta masacres. Entre ellas, una de las más atroces que se produjeron en los últimos años: la del 13 de noviembre de 2018 precisamente en La Saline, que terminó con 59 muertos.

Por supuesto, Barbecue niega cualquier involucramiento en esa matanza. Se presenta como un protector de los pobres, que días antes de la muerte de Moise había llamado a una revolución contra la burguesía y la oligarquía. Lo cierto es que es tan temido y odiado como amado por algunos de los vecinos de los barrios bajos de Puerto Príncipe.

No es extraño que hable de vengar al difunto presidente, porque hay muchas evidencias de que Barbecue ganó mucho poder al amparo de su gobierno, del que por momentos actuó como brazo armado. Pero su caso no es aislado. Es sólo el nombre y el rostro de un entramado de organizaciones delictivas que actúan a veces en connivencia y a veces en tensión con la policía y con los sectores dominantes de la política y de la economía haitiana.

Estos grupos, que algunos analistas ven como meros títeres de poderes ocultos, tienen en verdad un creciente control sobre el territorio y sobre las principales actividades económicas de un país devastado, con niveles de violencia que no se veían desde hace mucho tiempo, y en medio de una crisis política que parece no tener fin.

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El avance de las pandillas en Haití

“Las bandas se localizan predominantemente en Puerto Príncipe, donde controlan amplios sectores. Tienen el poder de facto sobre los bidonvil, palabra en criollo haitiano para referirse a los asentamientos pobres, como los barrios de Martissant, La Saline, Gran Ravin, Bel Air y Cité Soleil”, explicó a Infobae Greg Beckett, profesor del Departamento de Antropología de la Western University de Ontario, Canadá, estudioso de la cultura haitiana. “Recientemente, algunas bandas han ampliado su alcance y se han hecho con el control parcial de las principales rutas dentro y fuera de la capital, así como de las rutas hacia zonas de infraestructuras clave como el aeropuerto, el puerto y las estaciones de servicio. La mayoría de las organizaciones son una mezcla de asociaciones comunitarias con un grupo más pequeño, que está armado y puede estar involucrado en actividades delictivas como la extracción de rentas, el control del acceso a los servicios públicos o las drogas. Estos grupos son a menudo como mini estados en los barrios donde se asientan, ofreciendo servicios críticos como vivienda, agua y electricidad, así como protección”.

La presencia masiva de bandas criminales en Puerto Príncipe y en otras ciudades de Haití no es algo nuevo. La historia del país está atravesada por la lucha entre distintas facciones criminales asociadas a diferentes grupos políticos y económicos.

Es lo que suele suceder siempre que el Estado no logra imponerse como institución en todo el territorio nacional y los mercados formales están poco desarrollados. Sin monopolio estatal de la fuerza ni de la prestación de servicios básicos, lo habitual es que proliferen los grupos armados que buscan capturar los mercados informales y que para ganar legitimidad y control territorial asumen algunas funciones protectoras que deberían desempeñar las agencias estatales.

“Los grupos armados, incluidas las bandas callejeras y las organizaciones criminales, controlan la mayor parte de Haití. Esto es cierto tanto geográfica como económicamente”, dijo a Infobae Athena R. Kolbe, profesora de trabajo social de la Universidad de Carolina del Norte en Wilmington, con mucha experiencia de campo en Haití. “Es difícil hacer negocios en Haití, trabajar en Haití, comprar una propiedad en Haití o vivir en Haití sin tener que interactuar con las bandas. Operan en todos los niveles de la sociedad y no se limitan sólo a las zonas empobrecidas o urbanas. Forman parte de la vida cotidiana de la mayoría de los haitianos y afectan a casi todos los aspectos de la comunidad. Han llenado un vacío en los últimos años, ya que el Estado ha tenido enormes dificultades para crear instituciones democráticas y proporcionar servicios sociales y municipales básicos. En muchas zonas populares, que son zonas de bajos ingresos con alta densidad de población, pueden encargarse de la recolección de basura, ayudar a cubrir los gastos de un funeral o una boda, y complementar o pagar los salarios de los profesores de las escuelas públicas. Intervienen donde el Estado ha fracasado”.

El período de mayor alineamiento entre el poder político y los grupos armados irregulares fueron las tres décadas de dominio de los Duvalier. François Papa Doc Duvalier llegó al poder en 1957 tras ganar las elecciones, pero fundó una de las dictaduras más cruentas de América Latina, que lo tuvo a él como presidente vitalicio hasta su muerte, en 1971, y desde entonces a su hijo, Jean-Claude Baby Doc Duvalier, que gobernó hasta ser derrocado en 1986.

Aunque Papa Doc controlaba el aparato estatal, desconfiaba de sus capacidades y de la lealtad de las Fuerzas Armadas, sobre todo luego de un fallido intento de golpe liderado por militares exiliados. Así que en 1959 fundó a una organización paramilitar que sería central en su régimen de terror: los Tonton Makout. Las desapariciones forzadas y los asesinatos de disidentes reales o potenciales se volvieron comunes.

Con el correr de los años, especialmente tras la muerte de Papa Doclos Tonton Makout fueron ganando un poder y una autonomía que los llevó incluso a entrar en conflicto con el heredero. Con la caída del régimen en 1986, desaparecieron como organización, pero muchos de sus miembros pasaron a integrar distintas pandillas que continuaron ejerciendo el control sobre buena parte de la sociedad haitiana.

“El problema de las bandas es antiguo —dijo Beckett—. Los grupos armados han estado presentes durante décadas, pero en un principio estaban vinculados a la extensa red de paramilitares creada por la dictadura de la familia Duvalier, los llamados Tonton Makout. Algunos de esos grupos persistieron tras la caída de la dictadura, y se fusionaron con otros colectivos armados, como los narcotraficantes y también las milicias vecinales. Las bandas de las que se habla ahora son un poco diferentes en cuanto a su participación en la política. Antes, los grupos armados estaban directamente vinculados al régimen de Duvalier. Ahora, tienen sus propios intereses, pero a veces son financiados por los actores políticos. Esto significa que la afiliación de ciertas bandas a ciertos políticos o partidos es parcial y de corta duración. Además, para que alguien pueda hacer campaña antes de las elecciones en la mayoría de los barrios clave de Puerto Príncipe es necesario contar con su apoyo o permiso”.

El vínculo entre líderes políticos y grupos criminales se mantuvo, pero pasó a ser más descentralizado. Es que el orden político se derrumbó. Desde 1986, Haití tiene gobiernos débiles, la mayoría de los cuales no llega a terminar sus mandatos por golpes de estado o, más recientemente, por magnicidio. Pero las pandillas afianzan su poder territorial.

Si bien hubo algunos intentos de combatirlas por parte de algunos sectores de la política haitiana en cooperación con la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (MINUSTAH) que llegó al país tras el golpe de 2004 contra Jean-Bertrand Aristide, nunca avanzaron lo suficiente. El deterioro de la situación social del país y de la capacidad estatal tras el devastador terremoto de 2010 mejoró las condiciones para las pandillas, que no paran de crecer desde entonces.

“Tras el golpe de 2004 se hicieron esfuerzos por fortalecer al Estado para que los servicios públicos fueran prestados por organismos locales y nacionales, pero en los últimos años, con el agotamiento de la financiación de la ONU y los cambios en la administración presidencial, eso ha disminuido —dijo Kolbe—. Haití es un Estado con un liderazgo muy débil en todos los niveles y las bandas han tomado el relevo donde los políticos haitianos no lo han hecho”.

También las ayudó la crisis política que rodeó a todo el gobierno de Moise, desde las fallidas elecciones de 2015, que fueron desconocidas por la oposición por fraudulentas y repetidas en 2016 —para ser nuevamente impugnadas, aunque sin impedir su asunción en 2017—. Arrinconado por protestas masivas a partir de 2018, Moise se apoyó en algunos de estos grupos para sostenerse en el gobierno. Así entró en escena Cherizier.

“Los grupos criminales comúnmente conocidos como bandas armadas o bandidos en Haití, en complicidad con el régimen de extrema derecha en el poder desde 2011, tienen un enorme poder para causar daño”, sostuvo el sociólogo Ilionor Louis, profesor de la Facultad de Etnología de la Universidad Estatal de Haití, en diálogo con Infobae. “Desde hace más de dos meses, han conseguido bloquear la entrada sur de la capital, que da acceso a cuatro departamentos geográficos del país: el Sur, el Sureste, el Grand’Anse y el Nippes. Los habitantes de estos departamentos no pueden entrar en Puerto Príncipe. También están presentes en la Ruta Nacional 1, en Coté Soleil. A veces, también bloquean esta avenida, impidiendo así que los viajeros de los departamentos de Artibonite, el Norte y el Noroeste entren en Puerto Príncipe. La capital está en estado de sitio”.

El ascenso de Barbecue

Lo poco que se conoce de la biografía de Cherizier es suficiente para verlo como la personificación de la interconexión que existe en Haití entre pandillas, policías y políticos. Tiene 44 años y nació en una familia pobre de Puerto Príncipe, como el más chico de ocho hermanos que perdieron a su padre cuando él tenía apenas cinco años.

El rumor en la ciudad es que le dicen Barbecue por prender fuego los cadáveres de algunas de sus víctimas. Pero él afirma que le dicen así desde niño, porque acompañaba a su madre a vender pollo frito por las calles.

Entró de joven a la Policía, donde llegó a tener cierto poder, pero no por desempeñar cargos jerárquicos, sino por sus vínculos con organizaciones criminales y con dirigentes políticos. El quiebre en su trayectoria se produjo el 13 de noviembre de 2018, cuando un grupo armado con fusiles, pistolas y machetes perpetró la masacre de La Saline.

Muchos en Haití creen que Barbecue lideró el operativo, algo que él niega rotundamente. “Yo nunca masacraría a gente de mi misma clase social”, afirmó en una entrevista que concedió en 2019 a la agencia AP.

Sus jefes no le creyeron, porque después de la matanza le quitaron el uniforme. A partir de ese momento empezó a mostrarse abiertamente como un referente barrial en el distrito de Delmas, en la periferia de Puerto Príncipe. Muchos vecinos lo consideran un salvador porque con los recursos a los que accede a través de medios poco claros brinda asistencia a los más necesitados, además de patrullar el barrio junto a los miembros de su banda original, Base Delmas 6. Todos, fuertemente armados.

Hay muchos indicios de que el dinero y las armas vinieron de la política. Más precisamente del gobierno de Moise, sospechado de haber instigado la masacre de La Saline, donde vivían muchas de las personas que protestaban y pedían su renuncia en 2018. Los asesinatos aterrorizaron a la comunidad y la intensidad de las manifestaciones bajó casi de inmediato.

Pero hay muy buenas razones para creer que Cherizier se convirtió en algo mucho mayor que un mero matón por encargo. Él y su banda empezaron a controlar una serie de negocios ilegales que incrementaron exponencialmente sus recursos. Es verdad que lo hicieron al amparo del gobierno de Moise, que lo dejó hacer. Pero se terminarían transformando en un problema para él.

El presidente haitiano Jovenel Moise. Foto de archivo. 750x375 1

Jimmy Chérizier tenía buenas relaciones con el antiguo presidente —dijo Louis—. Antes del asesinato, los miembros del G9 podían marchar por las calles con armas de guerra en la mano sin miedo. En efecto, antes de la muerte Moise, Chérizier llevó a cabo varias acciones, como el saqueo de los comercios de algunos miembros de la oligarquía haitiana y la celebración de manifestaciones públicas en las que se coreaban consignas hostiles al presidente. Incluso pidieron su dimisión. Pero de repente, tras el magnicidio, amenazaron con vengar su muerte”.

La primera señal de que Barbecue empezaba a actuar en otro nivel fue la formación de G9, la alianza de nueva bandas que pasó a liderar y que él mismo confirmó en un video publicado en YouTube el 10 de junio de 2020. La segunda, que probablemente haya preocupado a Moise, fue otro anuncio, realizado en una conferencia de prensa el mes pasado, una semana antes de su muerte.

Desde La Saline, convertido en su nuevo bastión, y rodeado de hombres armados con machetes y rifles, Cherizier hizo una declaración de guerra. Dijo que el G9 se había convertido en una fuerza revolucionaria que se proponía liberar a Haití de la burguesía, de la oposición y también del gobierno.

“En Puerto Príncipe hay muchas bandas y grupos similares, aunque la mayoría de ellos son bastante pequeños y realmente operan en unas pocas calles. Además, son frecuentes los enfrentamientos entre ellos por el control del territorio o de las actividades económicas. El grupo G9 ha cambiado esa dinámica, y se presenta como una federación de bandas unidas a través de Cherizier —dijo Beckett—. Es un antiguo agente y parece tener algunos vínculos con la policía nacional. Ha utilizado las redes sociales y los medios de comunicación locales para presentarse como una especie de líder revolucionario del pueblo, pero ha estado implicado en una amplia gama de actividades ilegales y violentas, desde la extorsión hasta el secuestro y los asesinatos”.

En su discurso, apuntó a una oligarquía no especificada que “reina en todas partes, distribuye armas en los barrios populares y juega la carta de la división para establecer su dominio”. Confesión y denuncia al mismo tiempo. Quizás también una nueva prueba de cómo algunos actores que parecen ser maestros titiriteros terminan siendo perseguidos por sus propios títeres, que no necesitan crecer mucho para cortar los hilos que los manejan y asumir sus propios objetivos.

“Usaremos nuestras armas contra ellos en favor del pueblo haitiano. ¡Estamos listos para la guerra!”, exclamó Barbecue al final de su presentación.

“En cuanto a la autoproclamación de Cherizier como líder de una fuerza revolucionaria, algunos piensan que es una broma de mal gusto —afirmó Louis—. Las acciones de los bandidos contradicen lo que dicen ser. Estos delincuentes no tienen ideología, no defienden a las masas. Al contrario, las han masacrado. Las matanzas en los barrios de La Saline, Bel-Air, Martissant, Cité Soleil, Pont-Rouge, etc., lo atestiguan. Cientos de personas fueron asesinadas, decenas de casas fueron incendiadas, la mayoría con sus ocupantes adentro, miles de personas se vieron obligadas a huir de sus hogares para refugiarse en otras partes de Puerto Príncipe. Esto no tiene nada que ver con una revolución. Las bandas eran el brazo armado de un régimen fascista que aterrorizaba a la población”.

La muerte de Moise continúa siendo un misterio. Por el momento, 26 personas fueron arrestadas, entre ellas 18 mercenarios colombianos, en su mayoría militares retirados, que fueron el brazo ejecutor. También hay dos policías haitianos y seis civiles, algunos con doble nacionalidad estadounidense, como el médico Christian Emmanuel Sanon, que vivía en Miami y que fue señalado por las autoridades haitianas como uno de los autores intelectuales. Pero se trata de personajes menores, que difícilmente hayan actuado por su cuenta.

No hay indicios que apunten al involucramiento de Barbecue y del G9 en el magnicidio, más allá de su declaración en los días previos. Pero tampoco resulta demasiado creíble su homenaje a Moise ni la promesa de vengar su muerte. Lo que es cada vez más notorio es que con esto crece el peso de organizaciones como las de Cherizier. De una red de bandas con múltiples conexiones políticas y económicas, que pueden terminar de destruir el país en su intento de quedarse con los pedazos que quedan.

“En los meses anteriores al asesinato de Moise, las bandas han desplazado a unas 15.000 personas de barrios como Martissant, en el extremo suroeste de la ciudad, y han quemado o destruido muchas viviendas —contó Beckett—. También han participado en secuestros, asesinatos de periodistas y activistas prodemocráticos, entre otros. Durante la mayor parte de la presidencia de Moise, este contó con el respaldo de la mayoría de las bandas, pero algunas de ellas parecían haber roto con él. Cherizier se posicionó como un mediador clave para cualquiera que quiera tomar el poder en Haití ahora”.