Haití.-Lacerados por la miseria que los arropa e impotentes ante una realidad que parece no tener fin, los haitianos se levantan día tras día a encontrarse con el mismo panorama.
Ante otra calamidad sobre su cruel pobreza, los que ya viven en condiciones paupérrimas se tienen que conformar con seguir con la vista los camiones de provisiones que van donde los que ya no tienen ni siquiera un calificativo que defina lo que es carecer de lo mínimo.
Con los labios secos del hambre, descalzos en las calles polvorientas, o sentados bajo uno que otro árbol, se limitan a ver de lejos lo que todos necesitan: comida.
Desde la frontera con Jimaní ya se ve lo que existe del otro lado por la presencia de niños pidiendo. “Money, money”, repiten ante cualquier extranjero o simplemente llevan su mano hacia la boca para indicar que tienen hambre o abren sus brazos en señal de ayuda.
Mientras eso ocurre, se ve a otros niños usar sus pequeñas manos para recoger el arroz que se cae al suelo desde los camiones y echarlos en las gastadas camisetas que llevan puestas y que doblan para preservar el hallazgo que puede significar su única comida.
Font Parisién. Es el primer poblado que atraviesan los camiones de ayuda. Viviendas que aparentan abandonadas, pero están habitadas, se alternan con otras más deprimidas y varias que en algún momento quedaron a medio construir. En uno que otro espacio se ven pequeñas ventas de comida o algún negocio de madera, y muy escasos puestos de venta de algún alimento.
Una señora con una carga sobre su cabeza de pronto descansa su cuerpo sobre sus piernas flexionadas, baja su ropa interior y orina sin ningún pudor. Alguien recurrente en la zona dice que la escena es normal.
Sin embargo, en el desolador panorama llama la atención la presencia de niños y jóvenes, cuidadosamente arreglados y con llamativos y combinados uniformes que van o vienen de estudiar. Se presume que pertenecen a las familias con niveles socio-educativos más elevados que la mayoría.
Algunos se detienen a mirar el convoy, pero lo hacen de manera tímida por el temor que infunden los uniformados de la Policía Haitiana que custodian el paso con armas largas.
La escena se repite en las diferentes comunidades que se suceden hasta llegar a Puerto Príncipe, donde el panorama cambia.
Centro activo. La actividad productiva es mucho más intensa en la capital haitiana, aunque la insalubridad impide olvidar donde se está.
Un intenso movimiento de personas que van y vienen. Unos van harapientos, otros vestidos con corbata, más alumnos uniformados. Se nota que hay un nivel superior al de los demás poblados, pero dentro del mismo cuadro de precariedad y el tipo de negocios así lo indica.
Desde el autobús en movimiento se puede adivinar lo que siente una población hastiada de ser ejemplo de pobreza. Unos miran y saludan, pero otros miran con desagrado a quienes los observan.
Precisamente la intervención de la Policía Haitiana frenó un intento de agresión por parte de un grupo que era desalojado de las proximidades de un parque de Zona Franca. Se molestaron y se aproximaron, pero sin que nada se materializara.
Basura cubre agua. Las viviendas en farallones y los importantes acumulados de basura marcan la capital haitiana. Llama la atención la presencia de cerdos en las calles, sobre todo en las zonas cercanas al mercado.
Se pueden observar varias cañadas que salen de los barrios y atraviesan la ciudad en las que la basura acumulada no permite ver el agua, aunque el olor indica que son cloacales.
En el mercado también se encuentra parte de la respuesta a la erosión de las montañas de Haití, con las altas pilas de sacos llenos de carbón, que sirven como elemento esencial para encender los anafes que también venden en distintos puestos, porque ahí la mayoría de haitianos cocina los alimentos que consiguen.
A esa venta, que es la principal, se suma la de hielo, frutas, vegetales, verduras y pescados secos. Todo aquello alternado con montañas de basura que también se acumulan en las calles principales y casi en todas las direcciones.
Además de ser el lugar que concentra la mayor venta ambulante dentro del vecino país, también es una de las vías de acceso al barrio considerado como más peligroso de Puerto Príncipe, Cité Soleil, escenario de violentos sucesos en medio de extrema pobreza.
Como en África. El espacio en que el Ministerio de Obras Públicas instaló su campamento de trabajo fue rodeado por niños y algunos adultos que esperaban que allí se llevaría comida, pero solo están los camiones de trabajo.
Una escena triste dirigió la mirada de muchos que estaban allí por los trabajos. Un grupo conformado por más de 20 niños se fue encima de una persona que sacó una bolsa con desperdicios de comida y se la arrebató.
Casi todo lo que había eran envases vacíos con restos de comida y botellas con algo de agua y a eso se abalanzaron. Se requirió que los militares intervinieran para que no se agredieran por los restos.
En ese momento logró acercarse un hombre delgado y de edad algo avanzada que solo alcanzó a decir que el huracán le llevó la casa y que anda buscándose la vida. Tiene 14 hijos.
En tinieblas. Así lucen la mayoría de los poblados de Haití entrada la noche. El caos del tránsito en las calles de Puerto Príncipe alcanza su máxima expresión, mientras que se ve duplicada la cantidad de personas en las calles.
En las comunidades más apartadas, como en Font Parisien, se ven algunas fogatas encendidas para iluminar y dentro de las casas se alcanzan a ver pequeñas lámparas.
Así esperan el siguiente día, a la luz del fuego hacen una pausa que solo sirve de descanso a una rutina de mucho esfuerzo y pocos resultados.