Fotografía del 28 de mayo de 2020 de trabajadoras sexuales esperando para recoger una ración de la olla común solidaria de la Asociación Miluska en la casona en el Cercado de Lima (Perú). EFE/Sergi Rugrand
Lima.– Burlar la cuarentena para buscar clientes en la calle o respetarla y quedarse sin dinero para comer, medicarse y pagar el alquiler. En esa encrucijada están las trabajadoras sexuales de Lima, que se han visto empujadas a pedir ayuda y hacer ollas comunes para esquivar el hambre.
Este martes se conmemora el Día Internacional del Trabajo Sexual, pero después de dos meses y medio de confinamiento y todavía con un mes más por delante, la situación de las prostitutas que ejercen en las calles de la capital peruana es más precaria y agónica que nunca.
VIDA Y MUERTE
La cuarentena se ha vuelto una cuestión de supervivencia para ellas.
Once han muerto desde que comenzó la emergencia, dejando niños huérfanos. Tres con COVID-19 y las otras por causas como “el hambre y la falta de atención médica”, según contó a Efe Leida Portal, presidenta de la Asociación de Trabajadoras Sexuales Miluska Vida y Dignidad y fundadora de la Plataforma Latinoamericana de Personas que Ejercen el Trabajo Sexual (PLAPERTS).
“El dolor es de todas. Sufrimos cada pérdida porque no sabemos cuándo nos va a tocar a nosotras. Estamos en un péndulo”, dice Portal en la habitación de su compañera Lidia, mientras cocinan setenta raciones de estofado de pollo para repartir a las trabajadoras sexuales del centro antiguo de Lima.
“Jamás pensamos que las putas íbamos a hacer ollas comunes entre todas y tocando de puerta en puerta para que nos ayuden con un poco de comida”, dijo compungida la líder de la asociación, que agrupa a más de 1.100 mujeres de Lima y está amparada por el Fondo Paraguas Rojo, la mayor organización mundial de apoyo a trabajadoras sexuales.
POLÍTICOS DAN LA ESPALDA
También han respondido a la llamada de auxilio algunas de las organizaciones feministas más importantes del país como “Manuela Ramos” y “Flora Tristán”, lo que ha servido para alimentarlas al menos tres veces por semana e incluso para pagar los ataúdes de las fallecidas.
No hubo tanto éxito con congresistas que sí las buscaban en la campaña electoral para pedirles el voto. “A veces la indiferencia te mata. Ahora nos cuelgan el teléfono. No son solidarios. Somos miles de putas en Perú pero nuestro voto es invisible”, afirmó Portal.
“El Gobierno dice que no salgamos y, es cierto, hay que respetar el decreto de emergencia, pero… ¿Quién respeta la salud de mis compañeras? ¿Quién respeta el hambre de sus hijos? Nadie lo respeta”, comentó Portal.
MULTAS ELEVADAS
Seguir ejerciendo el trabajo sexual se ha vuelto más complicado que nunca. Con los toques de queda nocturnos solo pueden trabajar durante el día y aún más bajo la lupa de la Policía. “Si antes teníamos violencia, discriminación y extorsión contra nosotras, ahora es peor. Ahora no tenemos derechos”, añadió.
Durante el confinamiento algunos hostales han funcionado como prostíbulos clandestinos intervenidos por la Policía en distintas redadas. A las trabajadoras detenidas les obligan a pasar un test de COVID-19 en una clínica privada que cuesta 300 soles (87,5 dólares) y una multa de 380 soles (111 dólares) por violar la cuarentena.
“La semana pasada teníamos doce chicas detenidas. Eran 8.000 soles (2.335 dólares). ¿De dónde sacamos? No tenemos fondos. Hemos tenido que llamar a sus familias para que colaborasen pero la respuesta de la mayoría es el rechazo”, lamentó Portal.
“No tenemos calma ni sosiego. Cada día nos levantamos y le pedimos a Dios que nos haga invisibles ante la Policía y visibles ante el Gobierno, porque no tenemos medicamentos ni atención”, reiteró Portal.
El DAÑO DE LA INDIFERENCIA
A la gran mayoría no les ha tocado las subvenciones que el Gobierno peruano distribuyó para los hogares más pobres del país, pero lo peor para Portal es “la indiferencia” hacia sus compañeras, de la que ha sido testigo directa.
No puede olvidar cómo una compañera suya con COVID-19 murió esperando una cama y un tanque de oxígeno.
“Se estaba ahogando y no la atendieron. Cuando vieron que falleció, ya no necesitaba nada. Ya descansó. Duele correr a apoyar a una compañera que está agonizando y, por más que los médicos quieran hacer algo, no pueden porque no tienen camas, no hay oxígeno, no hay medicamentos… no hay nada”, relató.
UN CADÁVER ANÓNIMO EN EL HOSPITAL
También experimentó de primera mano el limbo en el que puede quedar el cuerpo de una trabajadora sexual fallecida en un hospital. Sin ningún familiar que lo reclame, han tenido que esperar hasta tres días para poder sacarlo y llevarlo a cremar. La bolsa del cuerpo carecía de etiqueta que lo identificase.
“No sabes lo que es tener que enterrar a tus compañeras con la que has reído, y de repente ya no está. No hay otra cosa más que hacer que tomar nuestras lágrimas como vino seco”, dijo, resignada.
Ahí interviene Lidia, una vez que ha dejado listas todas las raciones, y recuerda que durante esta emergencia hay tres chicas que han dado a luz, algunas con partos por cesárea. A otra que no la quisieron atender y terminó con su bebé muerto dentro su vientre.
VIVIR DÍA A DÍA
Son las doce del mediodía y comienzan a llegar puntuales a la cita las primeras mujeres para recoger sus bolsas con el menú, compuesto por una sopa, chicha morada como refresco y el plato principal.
Con escrupuloso orden y distanciamiento social, hacen cola a las puertas de la decadente quinta donde vive Lidia, una antigua casona convertida en un tugurio con decenas de cuartos y dos pisos comunicados por una carcomida escalera de madera que las chicas suben de una en una para evitar que se acabe rompiendo.
“Ahora (la cuarentena) va por un mes más. ¿Qué vamos a hacer con los niños? Porque se nos van a morir. Nuestras compañeras se van a ir. Las hay con tuberculosis y VIH. ¿Qué les puedo decir? ¿Que no tengan hambre y que no salgan? No les puedo decir eso. Solo tratar de darles un poco de comida”, concluyó Portal.