Recuerdo haber entrado varias veces a la Iglesia de Reina (La Habana años 50). Al menos en uno de los varios confesionarios había siempre un cura sentado allí leyendo en su breviario. Te detenías frente de él, y una vez que él te miraba te preguntaba si querías confesarte. Era muy sencillo entonces.
En este tiempo del coronavirus, la cosa es por teléfono. Si los teléfonos y la línea telefónica funcionan bien la cosa no parece tan distinta. Al menos no tanto como la misa seguida desde el carro como en un antiguo auto-cinema.
Bueno, esto en algunos lugares y recientemente. Digo esto, pues conozco que han muerto sacerdotes en varios países, la mayoría de ellos contagiados haciendo «su trabajo».
Generalmente no es fácil confesarse. No, no es fácil, digo cuando usted está avergonzado de lo que hizo, dijo o pensó. O dejó pasar la ocasión de servir al prójimo en apuros. Olvidar el hambre de Lázaro en tu puerta, mientras te sobra la comida.
Esto, en cuanto al creyente confesor. No es fácil tampoco para el sacerdote confesor. ¿No tendrá que combatir, el buen cura, cada vez que recomienda una nueva opción para evadir las tentaciones, un nuevo cambio de hábitos para hacer la vida más sana, el pensamiento de que «hará en el mar»?
Bueno, pienso que más bien puede ser que el buen cura piense que siempre que se siembra «al voleo,» alguna semilla cae en buen terrero, y produce el 30 o el 50 y a veces hasta el 100 to. Y ojalá pudieras escuchar ahora (por supuesto youtube en tu PC) El Sembrador, Himno de Castilla-La Mancha).
Así te sería más fácil entender aquello.
Todo esto dicho por un viejo. Y suponiendo que ya en él la concupiscencia de la carne se ha debilitado hasta anularse. Sí, eso a veces es verdad o lo aparenta. Pero solo cuando la conversión es verdadera eso puede ocurrir. De todos modos, debilitados los impulsos, será siempre más fácil controlarlos.
Por supuesto, han pasado los años. Y estamos en medio de la peor epidemia conocida. La lista de muertos, los números al menos, aparece cada día como noticia.
Y en tanto, tu y yo decimos: Venga a nosotros tu Reino / hágase tu voluntad / así en la Tierra como en el Cielo.
Un abrazo, Tiberio.