“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… ¡Yo no sé! Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte”, escribió César Vallejo en el poema “Los heraldos negros”.
Hace años que no recordaba estas letras pero se instalaron en mi alma cuando supe que mi brújula, ancla, soporte, confidente, refugio, hermana, amiga y compañera, entre otras cosas más, había partido para siempre. El desconsuelo está servido.
Puede leer: Se apagó la eterna sonrisa de Leonora Ramírez Saldaña
Encontrar las palabras para llevar aliento a los que lloran la ausencia de Leonora Ramírez Saldaña es imposible: ella deja un vacío hondo, como el océano en noches de luna nueva, porque fue tan grande que llenaba todos los espacios.
Ella sabía que la amaba -por fortuna se lo dije cuando estaba aquí- pero uso estas líneas para despedirme porque quiero que quienes no la trataron sepan que detrás de esa periodista de pluma exquisita había una persona irremplazable, de intensa y diáfana luz, con una bondad tan infinita como su paciencia y su sabiduría. Saber que jamás recibiré sus cálidos abrazos es un golpe fortísimo y directo al alma.