POR DOMINGO ABREU COLLADO
La gente se preocupa por las cosas que ocurren en relación con lo ambiental y lo ecológico, y eso está bien. Pero cuando esas preocupaciones de la gente no son atendidas satisfactoriamente la preocupación pasa a convertirse en desprotección, o mejor dicho, en sentimiento de desprotección.
Poco a poco la gente, los ciudadanos, hemos ido entendiendo que dependemos en todos los sentidos del ambiente, de lo que nos rodea, y que no es posible sobrevivir de la industrialización desvinculada de la naturaleza, pues los seres humanos no nos alimentamos de plástico, de tuercas, de hormigón ni de aceites lubricantes para vehículos.
La cuestión ambiental no es solamente la basura, como tampoco lo ecológico es la conservación de un arbusto raro o de una avecita multicolor.
Todo lo que ha mantenido a la humanidad en desarrollo está fundamentado en la naturaleza y sus diferentes manifestaciones, sean éstas vegetales, animales o minerales. Por eso, cuando la gente ve un cambio repentino en su entorno tiende a sufrir un sobresalto, aunque las explicaciones que se den luego le calmen. Ese sobresalto es un aspecto del instinto de conservación que cada vez distinguimos menos, sin embargo se manifiesta.
Cuando vemos el desolado espacio dejado por un árbol que fue derribado hay una parte de nosotros que se siente desolada también. I
gualmente, cuando vemos un animal recientemente muerto, sea por accidente o intencionalmente, hay una parte de nosotros que se conmueve.
Hasta cuando vemos un gran hueco en el suelo, producto de una excavación, una explosión o un deslizamiento, queda en nuestro interior cierto sentimiento de inseguridad.
La diferencia está en que actualmente no somos capaces de entender de dónde nos llega ese sentimiento. Y lo que ocurre es que cuando se operan cambios bruscos en el ambiente que nos rodea nos sentimos amenazados, porque nosotros mismos somos parte de ese ambiente, y por lo tanto también la amenaza va en contra nuestra también.
La falta de institucionalidad, principalmente en relación con lo ambiental y lo ecológico tiene preocupada a la población.
La gente se siente amenazada por todo lo que está ocurriendo en torno a las áreas protegidas, a los bosques, a las aguas, a las costas, a los animales y a los suelos.
Esa preocupación adquiere mayores dimensiones cuando vemos que las personas que fueron elegidas y nombradas para velar por nuestra seguridad alimentaria, institucional, económica, ecológica y ambiental comienzan a dar muestras de que no saben con certeza cuál es el papel que tienen que desempeñar, o simplemente pasan a ocuparse de asuntos que no tienen nada que ver con el interés colectivo, el interés ciudadano.
Son cada vez más insistentes los rumores en torno a la intención de desmembrar el sistema nacional de áreas protegidas para negociar con los terrenos, bosques, playas, fuentes de agua y grupos de fauna que los componen. Y cuando ha habido reacciones y declaraciones al respecto nos damos cuenta de que quienes se expresan no las tienen todas consigo. Es decir, no saben de lo que están hablando. Y esa situación está cada vez más presente en los predios del Congreso Nacional de la República.
Las últimas opiniones y declaraciones salidas de ciudadanos a los que se encargó de legislar a favor del país y del resto de los ciudadanos nos hacen sentir amenazados. Son opiniones de gente que no sabe de lo que habla, y por tanto sus palabras están creando una atmósfera de amenaza al ambiente, la ecología y la economía de la nación.
El interés puramenteo pecuniario, y el afán de generar riquezas no pueden pesar más que el deber que tienen las presentes generaciones de proteger el territorio nacional y garantizar su disfruto a los dominicanos del futuro.
La otra preocupación es: los farallones del llano suroriental
Los farallones que se extienden de Este a Oeste por el Llano Costero Suroriental, desde Punta Palenque hasta Higüey, y que tocan a Santo Domingo, San Pedro de Macorís y La Romana, están protegidos por los decretos 381, de 1992, y 1214 del 2004, en materia de que ambos decretos ordenan su declaratoria de utilidad pública por ser valiosos recursos ecológicos de gran importancia recreativa, cultural y turística; por lo que deben ser preservados según reza el No. 381-92 , y por ser valiosos recursos ecológicos de gran relevancia y con importancia en el ámbito cultural, turístico y recreativo, por lo que deben ser puestas en marcha políticas para su preservación según reza el No. 1214-04 .
El primero lo dictó el doctor Joaquín Balaguer en 1992, mientras que el segundo lo dictó el doctor Leonel Fernández en el 2004, y ambos coinciden en una razón para su protección, que a lo largo de los corredores ecológicos establecidos naturalmente por el eje longitudinal de los farallones debe prestarse especial atención a la protección de las cavernas, miradores y cursos de agua subterráneos.
El espacio de la Policía Ambiental
La creación del Servicio de Protección Ambiental, también conocido como Policía Ambiental, tuvo como propósito llenar la necesidad de prevenir y reprimir el delito ambiental. Fue una respuesta a la demanda de la población que veía como los recursos naturales eran agredidos sin que hubiera una respuesta efectiva, dándose algunos casos en que la respuesta podía venir de efectivos de las Fuerzas Armadas, que en muchas ocasiones no sabían exactamente en qué consistía la agresión cometida.
La selección del personal de la Policía Ambiental, entrenamiento, adecuación, educación y equipamiento costó muchos esfuerzos y recursos, pero finalmente se contó con un cuerpo militar especializado en la persecución del delito ambiental.
Sin embargo, existe una preocupación por la posibilidad de que la falta de recursos esté minando las funciones de la Policía Ambiental. Recientemente, en mayo pasado, debió ser el propio Presidente de la República quien instruyera al Secretario Administrativo de la Presidencia para que la Policía Ambiental recibiera recursos para la cobertura de sus necesidades, porque no los había recibido por los canales regulares, es decir, a través de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente.
Las limitaciones económicas a que ha sido expuesta la Policía Ambiental no han sido más desastrosas gracias a la capacidad de movilidad y gestión del Coronel Valerio García Reyes, Jefe de la Policía Ambiental, quien ha concitado el respaldo de diferentes sectores de la población para el cumplimiento de los propósitos de la institución que dirige.
Incluso, para la habilitación de algunos de los vehículos de la Policía Ambiental, se ha tenido que proceder a la desabolladura y pintura de éstos en el mismo Parque del Conservatorio, donde están ahora sus oficinas, en lo que fueran las oficinas de administración del antiguo Parque Zoológico y Botánico, todo ello para reducir los gastos.
¿Qué ocurre en el Parque Conservatorio?
Algunas personas se preocuparon al ver que se realizan zanjas en un espacio de aproximadamente 400 metros cuadrados en el Parque del Conservatorio, ese pulmón de la ciudad que antiguamente fue el Parque Zoológico y Botánico de Santo Domingo.
En ese espacio que antiguamente estuvo ocupado por otra estructura- se va a construir un almacén para colocar parte del instrumental fijo que utiliza la Secretaría de Estado de Cultura en la celebración anual de la Feria Internacional del Libro. Ese instrumental está en estos momentos acumulado en diversos sitios en torno a la Escuela de Música, cubierto por lonas de plástico para limitar el daño que recibe por permanecer a la intemperie. Y para darle mayor protección y liberar los espacios que ocupa ese instrumental en el exterior se construye este galpón.
La obra, que no pasará de 5.50 metros de alto, está a cargo del ingeniero Francisco Ortega, de la compañía Orla, S.A. Como se construye en un área que estuvo ocupada anteriormente por otra estructura, no hay árboles en ese perímetro, salvo los que están contiguos al perímetro, como un deteriorado framboyán que se está tratando de salvar, pero que quizás no tenga oportunidad.
El Parque del Conservatorio se conservó como uno de los pulmones de esa parte de Santo Domingo. Hasta hace algunos años.