A 61 años de la muerte de Trujillo, el tiempo transcurrido de dos generaciones, no ha sido suficiente para borrar usos y costumbres que fueron sembradas durante 31 años en la mente de los dominicanos como algo de base genética imborrable para ser permanente en la conducta de todos los quisqueyanos, que de una forma u otra, quisiéramos vivir en una sociedad cerrada.
Ha sido un periodo de la historia que ha servido a muchos historiadores, o enganchado a tal actividad, que han trazado un perfil histórico acomodado a los intereses que representa cada sector.
Ya muchos quisieran mezclarse en los estamentos sociales y económicos donde se hace del lucro supremo la razón de acomodar la vida a quienes sin escrúpulos apropiándose de bienes y recursos a su antojo de manera abierta y sin temor a ser sancionados.
Horas de angustias se comenzaron a vivir en el país en las horas finales del 30 de mayo a medida que se notaba la actividad febril en los recintos militares y policiales. Se vivía un raudo movimiento de vehículos a sabiendas que algo inusitado había ocurrido en el país. El 31 de mayo amaneció gris como presagio del acontecimiento increíble de que a Trujillo lo habían ejecutado en la autopista George Washington. No había lugar a dudas y la vorágine persecutoria desatada por el SIM, ya con el hilo de la trama conocida, convirtió cada rincón de la capital en hervidero de especulaciones, temores y persecuciones llenando de intranquilidad y miedo a una ciudadanía que solo se acordaban de esos encontronazos cívicos por la historia verbal de los abuelos y ver sangre de nuevo empapando las calles.
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Esas primeras semanas transcurrieron con el sobresalto de las detenciones en masa. Sin embargo, el país reaccionó de manera sensata a la magnitud de la tragedia que se concentró en los sectores políticos de contagio y cercanos a la familia de Trujillo. Y de repente se vieron llegar los primeros exiliados que por años habían estado apartados de su patria. Y con ellos vimos llegar los políticos que en una tromba pensaron en arrasar con la mente ignorante de quienes vivíamos aquí. Se inició la diarrea de partidos cada cual con sus propuestas de emancipación patriótica desde la tierra arrasada de las izquierdas radicales hasta los de la derecha para “administrar las propiedades de los Trujillo”. Ellos llegaron a una conservadora sociedad muy mojigata en sus costumbres y atavismos sociales de antaño. Se enfrentaba a una nueva sociedad con una apertura de costumbres y hábitos que ya para 1965 se produjo el destape por el inicio de acontecimientos que sacudieron al país en aquella ocasión.
Ya para finales de 1961 el país había aprendido a reconocer a los políticos que llegaban con muchas ínfulas de salvadores y pretendieron ser los líderes mientras pretendía opacar a los que aquí se mantuvieron en una actitud de vigilante espera y trabajar en sus negocios. Para finales de ese año la Navidad con libertad como la bautizó Bernard Diedirich estaba en su apogeo y borrar todo lo que recordara la dictadura era una acción patriótica. Se salvó, para bien de los consumidores nacionales y extranjeros, el nombre de la emblemática cerveza que gozamos cotidianamente y se disfrutaba desde mediados de la década del 30.