La historia del Movimiento Clandestino arrancó con el almuerzo del 6 de enero de 1959 en la casa de Guido D´Alessandro, donde Minerva, conforme al testimonio de Leandro Guzmán, “tocó fuerte en la mesa con el puño cerrado y nos conminó” a convencer a los contactos para organizarse y actuar con el propósito de derrocar la tiranía, siguiendo el ejemplo de Cuba y Venezuela. Sobre su personalidad, el historiador Roberto Cassá la describe como una mujer “de gran independencia personal, a tono con su entrega y su inteligencia, sobresalía entre las mujeres del movimiento y su actuación fue decisiva en todo el proceso”.
Por su parte, Carlos Bogaert retrata la imagen como revolucionaria al indicar que “al no ser una intelectual a secas y estar totalmente dedicada a la revolución, pudo ocupar posiciones de relieve en muchas actividades, llegando a ser el alma de determinados núcleos, como los existentes en su región natal”.
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Desde esa perspectiva, se entiende el juicio que formulara el historiador Roberto Cassá en su obra Los Orígenes del Movimiento 14 de Junio, al expresar que “Minerva Mirabal contribuyó decisivamente a modelar la postura de los gestores de este grupo (el Movimiento 14 de Junio) hacia contornos radicales, ya que hizo de la Revolución Cubana la referencia a seguir y transmitía sus posturas socialistas”. A propósito de su influencia sobre los demás, la francomacorisana y compañera en el Movimiento Clandestino Dulce Tejada resalta en el libro “Las heroínas no callan”, de la periodista Wendy Santana, que Minerva fue quien “le enseñó historia en el colegio, asegurándole que le sería útil para toda la vida”. En su relato, Tejada la distingue como “la líder de su casa y de muchos demócratas, [que] siempre se mantuvo firme tras un ideal patriótico, que era salvar la Patria, y no le interesaba ninguna gloria ni posición política”.
En el plano ideológico, Leandro Guzmán indica que su visión política se apoyaba de manera muy particular en “‘La historia me absolverá’, la denuncia suprema de la violencia dictatorial en América Latina, que había sido el alegato de autodefensa de Fidel Castro frente al tribunal que lo juzgaba por dirigir el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953”. Agrega Leandro que el discurso del líder cubano “estaba desde tiempos antes en las manos de revolucionarios dominicanos y había empezado a alebrastar conciencias y a apuntalar voluntades. La de Minerva Mirabal, entre otras. Las potencialidades insurreccionales de ese documento y de la ulterior victoria revolucionaria fusionarían para siempre la historia de Cuba con la nuestra”.
Acorde con sus valores, Minerva siempre mostró “suspicacia” sobre la adhesión de los religiosos en el Movimiento, aunque admitió que algunos como el sacerdote Daniel Cruz Inoa “eran de fiar”. No obstante su anticlericalismo, no tenía una mentalidad cerrada, lo que se refleja en el encuentro secreto que concertó con “el arzobispo Octavio Beras, del cual informó a contadas personas”, según Carlos Bogaert en entrevista concedida a Cassá. A pesar de su apertura y pragmatismo, su firmeza y pasión a la hora de defender sus principios fue legendaria. Basta mencionar su argumentación sobre las razones por las cuales el nombre de la naciente organización revolucionaria debía ser “14 de Junio”, en homenaje y recordación a los expedicionarios de 1959.
Se retiene de la reunión del 10 de enero de 1960, en Mao, donde quedó constituida la directiva de la organización, las discusiones sostenidas en el plano programático e ideológico con Ramón Antonio Rodríguez, delegado de La Vega, quien identificó de “tendencias comunistas” las palabras y propósitos de Minerva. Ésta, con su reconocida agudeza intelectual, tuvo a bien responder con preguntarle ¿qué entendía él (Ramón Rodríguez) por comunista? Vale decir que el día previo, véase el 9 de enero, Patria Mirabal y Pedrito González facilitaron su hogar ubicado en San José de Conuco, Salcedo, para que, siguiendo la explicación de Leandro Guzmán “todos los dirigentes a nivel nacional se conocieran e intercambiaran ideas y proporcionaran información acerca de sus actividades”.
Tras la redada que organizó el Servicio de Inteligencia Militar -SIM-, iniciándose el 11 de enero en todo el país para descabezar el Movimiento Clandestino en la búsqueda de sus principales dirigentes, se sabe que el 20 de enero de 1960 fue arrestada María Teresa y llevada en compañía de su madre, doña Chea Reyes viuda Mirabal, a la fortaleza de Salcedo. Esa noche regresaron a su hogar bajo la información de que su arresto había sido “un error”, pero al día siguiente, los agentes volvieron a arrestar a la menor de las Mirabal, siendo nuevamente trasladada a la fortaleza de Salcedo, donde fue recibida por el comandante José Fernández (Lolito), quien la trató de manera grosera e indigna, insultándola cobardemente. Ese trágico 21 de enero fue conducida hasta la cárcel de «La 40» en la Capital.
Igual suerte corrió su hermana Minerva Mirabal, al ser arrestada el 22 de enero en su hogar de Monte Cristi, siendo referida ese mismo día a “La 40”, acusada de participar en el complot contra Trujillo por su implicación en el Movimiento Clandestino. Días antes, su esposo el Dr. Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo), había sido arrestado por la misma causa. De esta forma, ambas hermanas juntamente con Dulce Tejada, Tomasina Cabral, Fe Ortega, Asela Morel y Miriam Morales, compartirían vivencias en la cárcel, especialmente en “La 40” considerada por Wendy Santana como la prisión “más irrespetuosa de los derechos humanos” que se haya registrado durante el régimen de Trujillo, tal como veremos en la próxima entrega de esta serie en la que concluimos nuestro abordaje sobre la participación femenina en las cárceles de la dictadura.
Dr. Amaurys Pérez, Sociólogo e historiador UASD/PUCMM